La premisa del proyecto era hacer una plaza semiabierta en el Instituto de Tecnología de Kanagawa. La versatilidad del sitio debía ser distinta a la de los espacios comunes de las universidades, que suelen contar con instalaciones de por sí versátiles. La plaza se volvió un lugar semiabierto: un espacio para tomar una siesta, almorzar o ejercitarse pero que no se cerrara al paisaje de su contexto. No se trata de un refugio para la lluvia o el sol, sino un lugar donde el exterior se puede experimentar de manera distinta.
La plaza propone diseñar el horizonte que la rodea, enmarcando fragmentos del cielo o de los edificios adyacentes, generando que quien esté adentro se encuentre de alguna manera también en el exterior.
Una gran placa de acero se desplaza a lo largo del terreno. Cuatro muros soportan a la placa, sin pilares que interrumpan el recorrido al interior de la placa. Sin cristales que la protejan de la naturaleza, el visitante está expuesto al viento o a la lluvia. Con esta estrategia, la plaza de Kanagawa se vuelve un escenario que alberga el paisaje.
La plaza media la relación del cuerpo con la naturaleza, ya que los materiales de su interior diseñan algunas sensaciones climáticas.
Para la escala estructural del proyecto se utilizaron tecnologías de ingeniería civil. Se colocó primero una base de concreto y después un pavimento impermeable, el cual se lava a alta presión para quitarle manchas de pintura o aceite. Además, el asfalto se mantiene seco para que, así, el contacto de la lluvia con la piel no sea desagradable para los visitantes.