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Al abrirse las puertas del elevador, nos recibe un gran monolito de granito, inspirado en un horreo gallego donde solo se ilumina discretamente el nombre del restaurante. La textura rugosa de la piedra miracema se suaviza por medio del rayado artesanal que se realizó aleatoriamente en ella.
Al seguir el recorrido, un pasillo compuesto por esbeltas vigas de madera que bajan sobre el muro crean una dramática perspectiva y un ritmo que continúa hacia el salón, jugando con los reflejos del espejo y con franjas de tenue iluminación, guiando al comensal de la penumbra del acceso a la luz del salón.
La inclinación en los muros de piedra, en conjunto con la luz que sale de ellos, crea la sensación de que los pesados monolitos de granito flotan.
Una vez en el salón, la celosía de placa acero se apodera del espacio, creando filtros y juegos de luz, al mismo tiempo que dan un sentido de intimidad al salón.
La única pieza de arte que se encuentra en el restaurante es la escultura de Carlos García Noriega, que funge como remate visual del lambrin.
Al fondo se observa el trabajo de los chefs en su cocina abierta no sin antes pasar por uno de los espacios más especiales del restaurante: la cava.