En la selva baja de Puerto Escondido (Oaxaca), entre árboles de Nim, Casa Ohana encuentra su huella para desplantarse. Un camino sinuoso se desenvuelve entre vegetación alta y tupida, que se interrumpe por un sembrado monolítico de árboles de mezquite y plumbago, que revelan por primera vez una gran estructura flotante de techo y sombra. El violento retumbar de las olas que chocan contra la arena y la desgarran, hace vibrar la casa y la salpica de brea. El edificio es como la ilusión de un barco que navega entre altos vientos y mares.
El área social de la casa es una gran plataforma elevada en forma de gradas que capta las vistas y la brisa desde todos los puntos. Sobre la grada hay una ligera losa se expande y vuela para protegerse de la lluvia de verano y el sol de invierno. La sobreposición de la plataforma inclinada y la losa plana crea un túnel que acelera el viento y permite más frescura ante las altas temperaturas de la costa.
A diferencia del área social que consta de un espacio continuo y expuesto en su totalidad a la intemperie, las áreas privadas, mucho más herméticas, se visualizan como volúmenes casi cerrados con excepción de dos aperturas: la vista al mar y el jardín trasero, espacios más íntimos.
El lujo de la casa recae en la simpleza de la sintonía con el entorno natural. La ventilación cruzada, la vista al mar y la apropiación de pequeños jardines en cada habitación generan un paréntesis de calma y privacidad. La casa como catalizador que permite la convivencia con la selva, la playa y el mar.