Practicidad, austeridad y flexibilidad son los componentes principales de una residencia en el norte de México cuya estrategia arquitectónica responde al carácter industrial y frugal de la ciudad de Monterrey donde se encuentra. La solución espacial es determinada por la estructura misma, un esqueleto de ocho vigas de concreto que seccionan el terreno en forma de cuadrícula, trazando cada línea del programa arquitectónico y descansando en el borde del sitio.
La relación existente que la ciudad de Monterrey tiene con el concreto fue utilizada para establecer una identidad que juega con la temporalidad de la casa permitiendo diferentes caminos para su evolución.
La aspereza y la pesadez percibida del concreto en su estado más primitivo crean la ilusión de un espacio que se encuentra entre dos tiempos: un estado de construcción permanente y una anticipación a convertirse nuevamente en piedra.
La condición anticipada de la casa como una ruina antes de que inevitablemente se convierta en una le proporciona una cualidad experimental, una que la considera en un estado de reinterpretación y reconfiguración permanente, permitiendo al arquitecto la posibilidad de un retorno sin fin a los orígenes del proyecto.