Empezar de cero. Los metabolistas japoneses
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¡Felices fiestas!
21 abril, 2015
por Mónica Arzoz | Twitter: marzozcanalizo
La ciudad contemporánea vive un complejo proceso de transformación constante. La dimensión temporal, o tiempo de desplazamiento, cobra cada vez más importancia sobre la dimensión espacial o hábitat de nuestra vida cotidiana. Ya no vivimos en un espacio continuo, sino que nos movemos entre espacios discontinuos. Entre los espacios que componen la traza de una ciudad se generan grietas donde el espacio queda atrapado sin ninguna función. Hablamos de espacios residuales que han quedado como escombro de lo construido, vacíos urbanos en donde la sensación de identidad se pierde, los cuales, hoy en día, se sobreponen sobre la traza urbana cortándola, segmentándola y evidenciando aún más las problemáticas sociales.
Los centros urbanos en constante crecimiento en donde el diseño urbano está orientado a satisfacer la necesidad de movilidad por medio de infraestructura dirigida exclusivamente al coche, como el caso de la ciudad de México, son donde estas circunstancias se manifiestan con más naturalidad. Las grietas y fracturas han ido transformando sus espacios públicos en lugares de transición. Son espacios destinados a convertirse únicamente en lugares de paso o uniones entre puntos.
Marc Augé en Los no lugares, espacios de anonimato (1992) se refiere a los no-lugares como espacios caracterizados por la soledad de los movimientos acelerados de los ciudadanos que los usan como hilo de paso a alguna parte. Los no-lugares van en contra de cualquier idea de permanencia, son lugares de situaciones inestables y tránsito ininterrumpido. Son la suma de itinerarios individuales, donde los pasos se pierden y el sentido de sociedad, intercambio y necesidad de relación entre seres humanos desaparece. Son espacios de transición caracterizados por estar “vacíos de sentido”. No son insignificantes por estar vacíos, sino por no tener sentido y por que se cree que no pueden tenerlo, ya que se consideran no visibles. Son los lugares de la ciudad por los que no pasamos y que nos hacen sentir perdidos y vulnerables. Aquellos lugares que jamás aparecen en los mapas mentales de los ciudadanos (Fariña, J).
Sin embargo, en la suma de estas experiencias individuales insignificantes, estos espacios hacen visible lo cotidiano y sobre ellos se plasma la realidad de una sociedad. Aunque su existencia como tipología urbana es milenaria, no fue hasta el siglo XX que los viaductos urbanos se expandieron de forma global y masiva por las ciudades del mundo. Estos, aparte de impactar la manera en que se mueve una ciudad y los procesos que en ella ocurren, han contribuido de manera importante en la generación de grietas y divisiones sobre la traza urbana, dejando a su paso una inmensa cantidad de espacios vacíos; en ellos se generan una gran cantidad de no-lugares.
Tanto la percepción, como la arquitectura y características espaciales de un espacio juegan un papel muy importante al hablar de los no-lugares. Los bajopuentes, que por años permanecieron en la ciudad de México como vacíos y grietas dentro del tejido urbano son un gran ejemplo de ello. En los último años se ha iniciado el rescate de estos espacios ubicados debajo de los puentes citadinos. Por medio de intervenciones puntuales, la autoridad, de la mano con la iniciativa privada, ha comenzado un proceso de recuperación. La re-concepción de las cualidades espaciales de estos espacios logro comenzar un proceso de transformación en la percepción que se tiene hacia ellos. Con estas intervenciones, han pasado de carecer de sentido, de ser no-lugares meramente utilizados como espacios de transición y evitados por la mayoría de los ciudadanos, a ser destinos, como lo podemos ver en la reciente reconversión del cruce entre Palmas y Periférico.
El cambio de percepción hacia el espacio no solo mejora las dinámicas sociales de la zona, sino que tiene un impacto positivo en su entorno urbano a pequeña y gran escala, permitiendo poco a poco borrar las grietas y divisiones causadas por un diseño urbano mal guiado. En realidad, el no-lugar no se cumple nunca totalmente. Son espacios donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y de la relación. Los no-lugares pueden servir para recomponer el espacio público, reconstituir relaciones entre los habitantes y potenciar la belleza de lo cotidiano. Es la percepción y la forma en que creamos y habitamos un espacio lo que le hace tener sentido o no dentro de la traza urbana. El ser humano tiene la capacidad de re-pensar el espacio en que habita, simplemente el deseo de hacerlo tiene que ser común para lograrlo.
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