Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
1 agosto, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Querida María Magdalena
¿Recuerdas la Bienal de Venecia que visitamos juntos hace dos meses? Salimos perplejos, asombrados de tal vacío de innovación formal. ¿Y si lo bello no es la forma, qué puede entonces ser?
Así empieza la primera carta, fechada el 15 de diciembre del 2001, de las escritas por Toni Negri y reunidas en el libro Arte y multitud. La edición italiana, publicada en 1990, contaba con siete cartas, fechadas todas en diciembre de 1988. La edición española, de 1999, agregaba otra carta y la francesa, del 2005, una más y una presentación a las primeras.
Antonio Negri nació el primero de agosto de 1933 en Padua. Estudió filosofía en la universidad de su ciudad, donde después fue profesor. En los años sesenta fue uno de los fundadores del movimiento Potere Operaio: poder obrero, que más tarde, al disloverse, daría lugar a Autonomía Operaia: autonomía obrera. En su libro The Project of Autonomy, Politics and Architecture within and against Capitalism, Pier Vittorio Aureli da cuenta de ese bullicioso momento en la Italia de los años sesentas y principios de los setentas, cuando filósofos e intelectuales como Mario Tronti, Alerto Asor Rosa, Massimo Cacciari o el mismo Negri, discutían las posibilidades del movimiento obrero y del comunismo, volviéndose más radicales unos, tomando distancia otros. No sólo siguiendo sino incluso participando en aquellas discusiones había arquitectos como Tafuri o Rossi y el grupo que se consolidó en el Instituto de Arquitectura y Urbanismo de Venecia. Aureli escribe que lo que entendemos hoy como Autonomía, era un movimiento de élite de intelectuales y activistas surgido en Italia en los años 70, tras las protestas estudiantiles del 68 y antes de 1977, cuando “los activistas radicales expresaron su deseo de un individualismo político protestando abiertamente contra las organizaciones obreras.” Justo a finales de los setentas, Negri fue acusado de ser una de las cabezas de las Brigadas Rojas, que habían planeado el secuestro y asesinato de Aldo Moro, primer ministro italiano, en 1978. El 7 de abril de 1979, Negri fue arrestado y encarcelado mientras se desarrollaba el juicio. En 1983, estando en prisión, fue electo diputado y puesto en libertad provisional, lo que aprovechó para, el 19 de septiembre, escapar a Francia, donde se exilió durante 14 años. Regresó a Italia en 1997 a cumplir su condena, primero en prisión y luego en arresto domiciliario hasta el 2004. Además de libros en los que ha estudiado el pensamiento de filósofos como Marx y Spinoza o de personajes como Job, en años recientes Negri a escrito, en compañía de Michael Hardt, libros como Imperio, Multitud y Comonwealth: el proyecto de una revolución del común.
En las cartas que componen Arte y multitud, Negri quiere plantear las condiciones del arte en el momento político y económico que ha descrito en sus otros libros.
En la historia de la civilización y hasta el final del periodo moderno, gran parte de la imaginación artística consistió en expresar lo real. Pero lo real ya no existe más o, mejor, no existe más que construcción, no como naturaleza sino como producto manufacturado. Es una abstracción viva.
Si —pensando como Heidegger— la verdad es una revelación y el arte es el trabajo —la techné— que opera esa revelación, para Negri —a finales de los años 80— vivimos en un momento en que lo real había sido sustraído de lo verdadero y, en contrapartida, se presentaba como lo único verdadero. Si lo real ha suplantado a lo verdadero, no hace falta ninguna revelación, ¿a qué, entonces, el arte? Esa realidad, además, es una realidad abstracta. Sin verdad, sin naturaleza y sin valor de uso, todo se reduce al flujo incesante del valor de cambio, evidentemente abstracto. Lo posmoderno —escribió Negri en 1988— es el mercado.
En la época de las imágenes, afirmará también Negri, la imaginación se agota. El mercado se apropia de las imágenes, las controla, las vuelve un objeto apropiable: derechos de autor, propiedad intelectual, copyright. El arte, en cambio, dice Negri, es formalmente tan abierto como una democracia verdadera y radical: la reproducibilidad de la obra de arte no es vulgar sino que constituye una experiencia ética. “El arte es el anti-mercado, en la medida en que opone la multitud de la singularidad a la unicidad reducida a un precio.” Para Negri el arte es fruto de un trabajo colectivo: “no hay producción sin colectividad. No hay palabras sin lenguaje. No hay arte sin producción y sin lenguaje.” Negri rompe aquel circuito descrito por Heidegger en el que el artista era quien producía una obra de arte y la obra de arte el producto del artista: el artista es, dice, una obra de arte —su primera obra de arte, tal vez.
El arte es producción: de la obra y del productor, y no es posible sin un trabajo colectivo: un escritor puede transformar su lenguaje, pero no lo inventa. Si el trabajo del poeta excede la producción cotidiana —de sentido, de verdad— no lo hace desde afuera sino desde dentro del lenguaje. “El arte se distingue de la plusvalía en la medida en que el trabajo artístico es un trabajo liberado, y el valor es en consecuencia un excedente de ser producido libremente.” Por eso, también, el arte es necesariamente democrático: “su mecanismo de producción es democrático en el sentido que produce lenguaje, palabras, colores, sonidos que se aglutinan en comunidades, en nuevas comunidades.” El arte, perdido con la verdad, se recupera en el trabajo colectivo de producir el mundo, mundo que, para Negri, empieza y termina en los cuerpos: no en el cuerpo, sino en cada cuerpo de la multitud de singularidades. El arte, así, se incorpora a la vida.
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