Teroarquitectura: territorios de lo salvaje
La invención de lo otro Selva, salvaje y silvestre, son palabras de una misma raíz latina cuyo uso metafórico comenzó [...]
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¡Felices fiestas!
18 enero, 2019
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub
“Las patrias se derrumban,
ríos y montañas permanecen;
sobre las ruinas del castillo
verdea la hierba, es primavera”
Tu Fu 1
“En la arquitectura, la ruina empieza en el dibujo.”
-Frida Escobedo 2
A León Felipe
En la ruina, una impostergable uniformidad cubre toda superficie, la independencia de cada elemento vacila; muros y losas pierden sus aristas; las columnas —más que nunca— surgen de la tierra y a otra tierra parecen llegar; la humedad conquista; los colores se difuminan, hasta confundirse.
Padece la verticalidad
y se inclina,
hasta el derrumbe.
En el hueco del tabique,
crece el musgo:
se desborda el vacío.
Por la herida de la piedra,
descansa el agua,
y reverdece.
Hiedra sobre musgo,
sobre muro,
hasta secarse
y sobre esa huella,
un insecto vacila
en volar.
¿Qué es lo que vuelve ruina a la ruina? ¿Qué hay de fascinante para nosotros en ellas? ¿Qué nos atrae y nos repele? ¿Por qué hay quienes pretenden “rescatarlas”, mientras otros lamentan decepcionados su salvación?
Contra la incuestionada restauración y el conservadurismo de la arquitectura en ruinas, ¿hay en su inevitable caducidad y deterioro sentido para nosotros? ¿Disfrazarlas, considerarlas reliquias encerradas tras el cristal, decorarlas, o hasta devolverlas a la vida productiva como oficinas o comercios, es la única manera de poder con-siderarlas?
Vayamos por partes, una ruina parece llegar cuando de un objeto quedan solo vestigios. El tiempo ha cometido estragos sobre él hasta su fractura o vencimiento. Mas no se trata de cualquier objeto, sino de una creación puramente humana, que entregada al tiempo, entrega algo más.
Para Georg Simmel, la ruina aparece como la venganza de la naturaleza por la violencia ejercida en su contra.3 La destrucción de la ruina por el tiempo “es una devolución del orden natural.” 4 Para María Zambrano, “no hay ruina sin vida vegetal; (…) delirio de la vida que nace con la muerte. (…) Supervivencia, no ya de lo que fue, sino de lo que no alcanzó a ser.” 5
Y Chantal Maillard los complementa: “Lo que nos atrae universalmente no es la belleza del edifico, su estilo arquitectónico, sino algo mucho más sutil: el testimonio de su caducidad. Una extraña ambigüedad entre aniquilación y supervivencia”
En cualquiera de los autores algo parece claro: lo humano queda rebasado y hay en su persistencia otra cosa: venganza y creación de la naturaleza, vida que nace de su muerte, supervivencia después de la aniquilación.
Ruina: en su caída, algo se alza; es “victoria del fracaso”. 6
Lo que fascina en la ruina es su aparente infinitud en el correr finito de nuestra experiencia, algo muere, pero en su muerte algo vive. Recién se completa cuando algo ha comenzado a faltar.
Y este es el punto principal de la aparente fascinación, en palabras de Maillard:
“Lo que en las ruinas se nos manifiesta es nuestra muerte, la nuestra propia, y se nos manifiesta a nuestra conciencia anhelante, siempre, de eternidad.” Queremos que algo de nosotros viva después de nuestra muerte.
Vemos pues, en las ruinas, nuestro deseo de trascendencia. La ruina transmite algo que no se valora en nuestra época mayormente utilitaria: la conciencia de nuestra muerte, y lo espiritual. No por casualidad, María Zambrano afirma: “toda ruina tiene algo de templo”.
Por ello hay personas que ante el vértigo de la ruina, acuden al sentimentalismo trágico, lamentan la finitud del objeto y quieren y trabajan en prologar su valor de utilidad; los vuelven productos, mercancías, lugares de visita obligada: son limpiadas, reforzadas, depuradas, sirven a la cotidianidad sistemática, y una generación más parece negar su muerte definitiva. Hay otros, en cambio, quienes gozan de las ruinas por su orden, y permiten la continuidad de su deterioro, para que vivan de otra forma.
Las ruinas despiertan una intuición que dormita; al desequilibrar lo habitual, al acudir a lo asimétrico, a lo inacabado, a lo incompleto, a lo que carece de techo, de apoyo o de piso, a lo que se le abre un abismo, despierta en nosotros el vértigo de nuestro propio futuro; pero también una esperanza: de prevalecer aún en nuestra inconciencia y finitud; siendo templos para alguien más.
En la experiencia personal, la ruina inquieta y tranquiliza: detiene mi andar tras el encuentro, mi cuerpo pierde tensión, respiro más lento, con-templo: la luz me parece más viva y dramática, la más diminuta planta me parece exaltada por una peculiar belleza, y siento pena por su ajustado hogar. El polvo es una bruma que uniforma y materializa la luz anticipadamente. No parece existir error: todo está donde debería. En la ruina, me siento desajustado de toda pre-tensión. Ruina: camino a la nada, para ser más.
En La Habana Vieja, en Cuba: levita la mitad de una puerta entreabierta: doble invitación. Un árbol sale por la ventana buscando la luz: el jardín es de pronto dentro. La sombra se construye en el afuera, las personas descansan ahí. Ruina: conciliación de antónimos.
“En la arquitectura, la ruina empieza en el dibujo”, argumenta la arquitecta mexicana Frida Escobedo: su nacimiento dicta muerte, y en su muerte vida. Dupla reconciliada.
Mientras cae la ruina,
el rocío sobre la hiedra
seca. 8
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