Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú
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¡Felices fiestas!
7 julio, 2021
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
El mote de “Corbu” sale de que así lo nombraba burlonamente el Chema Buendía, profesor de entrañable memoria para todos los que tuvimos la oportunidad de conocerle, tanto en el aula o el taller, como en lo personal. Para todas las personas ajenas a esta referencia tan personal, comparto que de quien hablo es del arquitecto suizo Charles-Édouard Jeanneret, alias Le Corbusier.
Como ya comenté en otras ocasiones, yo inicié mis estudios en agosto de 1985, un mes antes del terremoto que azotó por aquellos tiempos varios estados de mi país, México, y en especial la Capital, donde habito. Si a nivel internacional y nacional, ya se había puesto en crisis todo el modelo del Movimiento Moderno, a partir de ese momento se radicalizó la crítica postmoderna en México: arquitectas y arquitectos representantes de dicho movimiento y sus seguidores pasaron a un estatus negativo.
Por fortuna, al menos para mí, nuestros profesores en primer semestre —Fernando Vasconcelos, Alejandro Elizondo y Miguel Ángel Lira— decidieron que el curso de “Técnicas de Expresión Arquitectónica” se basara en la obra del Arquitecto Suizo, así que durante cuatro meses dibujamos y modelamos en maqueta, semana a semana, distintos proyectos del “Cuervo”. Así, entre la crítica radical de quienes abanderaban la “Teoría” y la práctica de quienes pregonaban la “Técnica”, mi primer semestre fue bastante confuso.
Mi padre, por otro lado, admiraba al personaje que representaba Charles Edouard. No era admiración pueril: criticaba bastante su postura urbanística de los años 20, pero defendía muchos de sus postulados que incluso hoy día pasarían el “check list” del “edificio sustentable”: diseño pasivo, manejo de parasoles para asoleamiento, jardines en la azotea, usos mixtos, tratamiento de agua en un edificio, por mencionar algunos.
En fin, con sus buenas patas metidas ya que nadie es infalible, Charles-Édouard es para mí un referente y fue justamente con mi padre que visité hacia finales de mi carrera como estudiante universitario su edificio para el Centro de Artes Visuales Carpenter en Harvard. Aunque no es el edificio del que hablaré hoy, la visita fue trascendente pues comenzó a despejar mis confusiones previas, pareciéndome un edificio estupendamente bien resuelto.
Ya revalorada la figura histórica en cuanto a su calidad como arquitecto, en 2013 junto con la Doctora Carolyn Aguilar, mis colegas Pablo Serrano y Pilar Álvarez, y Regina Barbará, pude hacer una visita intensa a uno de los conjuntos más emblemáticos y polémicos del Arquitecto suizo: Chandigarh.
No alcanzan estos espacios para narrar todo el cúmulo de sensaciones, razonamientos, sentimientos y análisis desarrollados en un par de días, lo único que diré por el momento de la ciudad, es que la gente de ahí, al menos con los que platicamos, se siente orgullosa de ella. En cuanto a la “Acrópolis gubernamental”, que es lo que hoy comparto, la verdad fue una experiencia emocional que me anudó más de una vez la garganta.
La escala, proporción, espacialidad, experiencia climática, sensación plástica, del conjunto fue todo y mucho más de lo que esperaba. Luego pasa con edificios muy mediatizados que desilusionan un poco o un mucho. Aquí en absoluto, aunque reconozco que a otras sensibilidades pueda quedar desencantadas o tengan otras preferencias.
En esta primera entrega, comenzaremos la visita con el edificio del Secretariado ya que no da para tanto un solo espacio de reflexión, y continuaremos en las siguientes dos entregas con la Asamblea y el Palacio de Justicia, tocando, claro, la gran explanada y sus partes.
El conjunto se plantea por un eje que va del noroeste con la Asamblea como primer nodo y La Suprema Corte de Justicia como segundo, generando una tensión en dicha dirección que toma la gran explanada, espacio duro y seco, originalmente matizado por un gran espejo de agua al frente de cada uno de los edificios mencionados. Un segundo eje corre al suroeste, paralelamente al de la explanada, forma como opuesto complementario, un parque urbano ampliamente arbolado que suaviza al conjunto gubernamental en su acercamiento a la ciudad. Escalonado con la Asamblea, el Secretariado remata al noroeste ese segundo eje.
Su desplante, como placa que corre del suroeste al noreste, marca la línea direccional que Le Corbusier propone como relación entre la traza urbana de la ciudad, y el inicio de la cordillera de los montes Himalayas.
En sus plantas, encontramos la flexibilidad estructural de los “pilotís”, para dar cabida a un universo de funciones administrativas, sólo alteradas en el volumen de las rampas que forman el principal evento de circulación vertical en la punta sur del edificio, y al centro, por las dobles alturas de las oficinas principales. Las fachadas son otra cosa.
Una primera piel marca hacia el interior un ritmo riguroso que obedece a la estructura y a la planta libre, para después dar paso a una segunda piel que funciona cual gran celosía, como elemento multifuncional: climatiza matizando la entrada del sol a los espacios, permite que, al paso del tiempo, la multiplicidad de cortinas y apropiaciones de quienes ahí laboran de su “pedacito” de ventana, se unifique por delante, pudiendo entonces coexistir la persona con la institucionalidad, expresa en su evolución, la jerarquía de los espacios en cada planta. El gran pórtico que se forma en planta baja es umbral y transición entre la parte de servicio y el espacio público.
Como era su costumbre, Le Corbusier remata el edificio diseñando una azotea habitable, donde un enduelado de concreto forma una capa de aire entre el pavimento de ésta y el techo del último nivel, que funciona también como elemento climatizador al evitar que el ardiente sol tropical golpee con sus rayos directamente al techo, a la vez que da profundidad para que las jardineras puedan tener el volumen de tierra que permite el crecimiento de una vegetación adecuada.
Entre el ideal de la India occidentalizada de Neru (Primer ministro en aquella época) y la ingenuidad de que el modelo moderno era bueno para todos, la visita no deja de ser extraña. Es indudable la calidad de los edificios, y ya hoy en día, la resiliencia que ha tenido el urbanismo de la ciudad, tan criticado en su tiempo, pero el Punjab Indio es frontera con el paquistaní, y entre los dos países existen conflictos muy serios que nada tienen que ver con la ciudad y la arquitectura, lo cual hace que en la visita actual los espacios estén ferozmente resguardados, alejados de la libertad pública que imaginaban gobernante y arquitecto, incluyendo las azoteas ajardinadas que ya no pertenecen a las personas que ofrecen su labor administrativa, sino a quienes ejercitan la vigilancia militarizada.
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