Un vacío entre muros y techos
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15 mayo, 2015
por Pablo Martínez Zárate | Instagram: pablosforo
El grabado de Alfredo Zalce (1908-2003) nos atrapa de inmediato. No solamente por la fuerza de la idea detrás de la pieza y sus respectivos trazos, en justa proporción al concepto desesperanzador que ilustra. Además, el aguafuerte del michoacano captura nuestra mirada porque, inclusive a casi setenta años de su producción, el tema es espeluznantemente contemporáneo.
La obra data de 1947. Coincide con el proyecto de Miguel Alemán Valdés, quien con mucho mayor fuerza que Ávila Camacho impulsa el arranque de lo que sería uno de los periodos más determinantes de la industrialización y urbanización del país, en concreto del Valle de México. En palabras del artista militante:
“En los años cuarenta el DF comenzó a crecer; levantaban edificios por todos lados pero la apariencia de progreso sólo acentuaba la miseria. Entonces yo vivía por el rumbo de San Cosme y recuerdo que una noche, de regreso a casa, descubrí a un hombre buscando algo qué comer entre las bolsas de basura que había en una esquina; a su lado un perro también revolvía la basura y el hombre trataba de espantarlo “quítate de aquí perro porque yo tengo que buscar comida para mi familia entera y tu puedes comer en cualquier lugar…” Esa imagen me impresionó tanto que la incorporé a un grabado que hice en 1947 y que se llama México se transforma en una gran ciudad.”
De los años cuarenta a la actualidad el Distrito Federal ha continuado su crecimiento. Según el resumen de censos: de 1940 a 1950, la población del distrito Federal pasó de más 1, 750,000 de habitantes a tres millones. Las décadas subsecuentes continuaron esta tendencia: de 1950 a 1960, el crecimiento fue de casi el doble, rozando los cuatro millones, lo mismo del 60 al 70 y al 80, desde cuando la población del Distrito Federal va de los ocho millones a los diez millones en este 2015 y lo que se viene.
El crecimiento complementario de la urbanización del valle lo aporta el Estado de México. Según el mismo documento del INEGI, el Estado de México comenzó su crecimiento acelerado en 1960, donde pasó del millón novecientos a los tres millones ochocientos (en proporción semejante al Distrito Federal). Para la década de los 80 el territorio del Distrito Federal se ve desbordado por la mancha urbana y los números del estado vecino rebasan los siete millones. En los censos posteriores, los números del Estado de México fueron los siguientes: 9,815,795 (1990), 11,707,964 (1995), 13,096,686 (2000), 14, 007, 495 (2005), y 15, 175, 862 (2010). (INEGI: http://www3.inegi.org.mx/sistemas/temas/default.aspx?s=est&c=17484).
El trabajo de Zalce condensa lo que este crecimiento urbano implica para el tejido social y cultural de la zona metropolitana. En 1947, su obra es una advertencia. Al “transformarse en una gran ciudad”, México desplaza los cuerpos de los más desfavorecidos a la calle y acucia su padecer. En la composición, además de los gigantes de concreto y de carne, podemos apreciar también a otro grupo de personas, alineadas y pequeñísimas, próximas a ser engullidas “voluntariamente” por el “sistema” que en este caso está representado por el complejo interconectado de arquitectura “moderna”, “de altura”, que en sus varillas como dendritas anuncia el desarrollo imparable de la urbanización del mundo contemporáneo, absolutamente neurótica.
[Foto: Pablo Martínez Zárate, Desde la Sierra de Guadalupe, 2015.]
Alegoría de un “progreso” que produce una miseria proporcional a la magnitud de sus construcciones, un sufrimiento imposible de esconder. La fórmula irresistible de “México se transforma en una gran ciudad” consiste no solamente en hacer visible estas identidades marginales que habitualmente permanecen arrinconadas, imperceptibles bajo el ritmo en aceleración constante de la gran ciudad, sino que también subraya su justa proporción frente a los órdenes de poder de las megaurbes contemporáneas.
El grabado es pues una advertencia sobre todo en la actualidad, más en terrenos como el de esta cuenca: los gigantes de acero, concreto y cristal no cubren las heridas que producen, todo lo contrario. Los cuerpos gigantescos de la miseria son una amenaza para la misma infraestructura y el sistema económico de los que son producto. Los modos de urbanización en esta era post-loquesea impactan dramáticamente el ecosistema del cual dependemos, más aún cuando los megaproyectos están vinculados a redes de corrupción política que parece imposible desafiar. Las grietas que generan estas dinámicas de hacer política y por lo tanto hacer país y hacer ciudad, alcanzan tal magnitud que resulta cada vez más difícil vislumbrar estrategias de contingencia a mediano y largo plazo. Conforme más se expande irracional y despreocupadamente una ciudad, mayor la escasez y mayor la probabilidad de un quiebre, una fractura, ya sea una crisis económica o de infraestructura, o una revolución o el fin de todo, lo que sea. Mayor cada vez, según parece, nuestro pequeño sacrificio para salvar (o soñar con salvar) lo que llamamos mundo.
[Foto: Pablo Martínez Zárate, Cerro del Chiquihuite, 2015.]
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