Las palabras y las normas
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¡Felices fiestas!
23 octubre, 2018
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_
Una joven camina con su celular al frente haciendo una de las típicas tomas de youtuber en calle. Camina por el distrito XVIII de París, al norte de la ciudad. El famoso cabaret Moulin Rouge se encuentra en esta zona. Se detiene frente a un edificio y teclea una clave, entra a un espacio oscuro. Sigue las instrucciones de su anfitriona y sube un diminuto elevador que la lleva a un décimo piso (¿o será octavo?) Sale, se confunde, titubea y se cuestiona frente a la cámara si deberá ir a la izquierda o a la derecha, no tiene opción más que confiar en su memoria porque no hay ningún otro referente que le indique que va en camino correcto. Hacia ambos lados hay un angosto pasillo blanco, y sobre éste un sinnúmero de puertas azules, cada una igual a la otra.
Por fin llega. Su compañera le abre la puerta y la invita a pasar: comienzan a hacer un breve recorrido por los espacios que, según el título del video no superan juntos los nueve metros cuadrados. Su cama se encuentra arriba del baño, a la cual se accede a través de una pequeña escalera apilable que debe de colocar cada vez que deba ir ahí. El espacio entre el baño y la cocina hace las veces de sala, comedor y estudio dependiendo del requerimiento; y varias partes de la diminuta vivienda son usadas como almacén. Ambas bromean sobre las dimensiones del espacio, dicen que en realidad no pareciera ser obstáculo para vivir. Se despiden y termina el video.
Esta producción la encontré innumerables veces. Nueva York , Tokio , Madrid. Todas ellas con un relato similar: un extranjero joven, profesionista arrendando un espacio pequeño en una de las zonas mejor ubicadas de la ciudad describiendo lo exótico de habitar en poco espacio.
La idea de ciudad compacta apareció como resultado no del crecimiento extensivo de las ciudades, sino por las consecuencias de éste: el tráfico, la dificultad de abastecimiento de infraestructura y servicios, la baja calidad de vida de los habitantes, la contaminación, entre otros, provocó replantearse los modelos de producción de vivienda. Y, de alguna manera, el neoliberalismo había jugado con este discurso para hacerlo propio.
Aquí el desarrollo inmobiliario vio un modelo de oportunidades que permite mayor aprovechamiento del suelo para la vivienda. ¿Para qué quieres más metros cuadrados si puedes salir a correr, trabajar desde un café o pasear a tu perro? Nada mejor para la publicidad que gente consumiendo feliz en la calle.
El discurso de “volver al centro” fue promovido desde la academia y capitalizado por gobiernos locales. Sin embargo, la disminución del espacio de habitación no ha sido el resultado de un análisis de criterios sociales, de habitación, sino más bien de mercado. Los adultos jóvenes son más suceptibles no sólo de acceder a estos espacios, sino que son más productivos y más consumistas, por lo que su ubicación en ciertas zonas de la ciudad se puede rentabilizar más: mayor productividad y más consumo.
Para un Edward Glaeser, esta idea parecería bastante atractiva, y de hecho ha resultado ser muy rentable para quienes han promovido proyectos de este tipo, como el caso de la renta de habitaciones con espacios colectivos en San Francisco [https://www.nytimes.com/es/2018/03/07/vivienda-san-francisco-dormitorios/]. Sin embargo, lo que está detrás de la disminución del espacio no es sólo la segregación para quienes no pueden habitar por el costo, sino para quienes a pesar de él lo habitan. En mercados informales de renta como el de Ciudad de México la vivienda en estas condiciones es suceptible de convertirse en espacios para otros perfiles que no necesariamente se vean favorecidos por el esquema: madres solteras, personas de la tercera edad, familias extendidas, grupos que sacrifican su calidad de vida en la vivienda por estar mejor ubicados.
En la ciudad de Santiago, Chile, el crecimiento de la migración desde los noventa provocó, naturalmente, el aumento de la demanda de vivienda bien ubicada: los migrantes buscan buenas ubicaciones a bajos costos para poder establecer las redes sociales que necesitan para comenzar a reconstruir sus capitales, por lo que acceden arrendar espacios “en teoría” destinados para profesionistas solos o parejas sin hijos, aunque ello signifique hacinamiento.
El mercado inmobiliario, de la mano de las autoridades locales, dieron luz verde a proyectos de vivienda masiva vertical con bajos estándares de calidad. El año pasado estos proyectos llegaron a los medios de comunicación chilenos con el nombre de “guetos verticales”[1] en donde se evidenciaron problemas no sólo de hacinamiento (donde hay departamentos de 17 m2), sino del mismo acceso a la vivienda, como las filas para acceder a los elevadores en horas pico o falta de iluminación al interior de los edificios.
El discurso romantizado de la buhardilla parisina habitada por un artista bohemio está empequeñeciendo los espacios, y la forma en que lo hace provoca no solo segregación y expulsión, sino la pérdida de calidad de vida de otros que, ante la producción de vivienda de estos estándares, acceden habitar en espacios que no han sido diseñados para ellos.
[1] Hubo un gran debate en redes sociales entre periodistas, funcionarios públicos y académicos por el término y su función estereotipadora, pero es usado aquí haciendo mención de cómo se difundió en medios y el impacto que tuvo como discurso hablar de un vocablo poco frecuente en América Latina: “ghetto”
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