La otra Ciudad de México: urbanismos electorales
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17 abril, 2018
por Isaac Torres | Twitter: isaac_chato
Hay distintas maneras de cristalizar la memoria, no sólo a través de monumentos.
La diferencia entre un monumento y un memorial parece no ser tan clara. El monumento se debate entre lo escultórico (artístico) y lo histórico (político). Sus límites están estrechamente definidos por sus dimensiones y sus intenciones (por aquel que solicita o propone su edificación). El memorial es un gesto urbano-arquitectónico y puede incluir el despliegue de lo escultórico (incluso de lo monumental), pero poseer a su vez un programa que lo vuelva útil o funcional.
Los monumentos hoy en día suelen ser en suma inútiles. Es evidente que los monumentos recientes producidos por el Estado Mexicano no han tenido el efecto deseado. No es un tema propio de México, en muchos otros países se adolece de lo mismo, es muy probable que la posmodernidad haya terminado por acabar con la tradición de los monumentos. Pero México es un caso de referencia puntual en donde los monumentos después de la segunda mitad del siglo XX han sido más un tema de la sociedad civil que del Estado.
Baste recordar al Guerrero Chimalli, a la Estela de Luz, a la Puerta Bicentenario y la Fuente Bicentenario (¿saben cuál es?) o el Monumento a Heydar Aliyev presidente de Azerbaján, entre otros célebres despilfarros contemporáneos. Su posible trascendencia será el convertirse en landmarks para ubicarnos en el espacio urbano.
Los memoriales también son objeto de críticas encarnizadas por la sociedad. A pesar de tener la oportunidad de ser útiles para activar la memoria y hacerla presente, rendir homenaje y tributo a personas o acontecimientos de carácter traumático colectivo, también funcionan como una gala de estilos, tendencias arquitectónicas, posicionamiento de autores, firmas o despachos, más o menos de la misma manera que cualquier otra comisión arquitectónica. A la población y a los deudos les sirven para sentir cierta justicia histórica. A los turistas y transeúntes cotidianos como el marco perfecto para Instagram, Facebook o Twitter. A las Secretarías de Turismo de las ciudades como un elemento más en su ruta de experiencias por la ciudad “marca”.
La reciente aparición de memoriales a lo largo del Paseo de la Reforma en la Ciudad de México es una muestra de cómo la impotencia, la sed de justicia y la necesidad de hacer visible la tragedia para los otros, termina diluyéndose fácilmente en el andar de la vida cotidiana y ante la sobresaturación de energías en el paisaje urbano.
Crímenes de Estado, secuestros, desapariciones, corrupción y protección de implicados son el panteón del horror mexicano que tristemente se normaliza con la aparición de un nuevo memorial sobre la avenida más global de la capital mexicana. Asistimos de manera cotidiana al Paseo del Collage mexicano que inicia frente a la esquina de la información y termina en el Campo Marte: David y Miguel, los 43, Pasta de Conchos, Guardería ABC y Víctimas de la violencia, en ese meritito orden, se fusionan con Colonizador (Colón), Colonizado (Cuauhtémoc), Independencia (Ángel) y Soberanía (Fuente de Petróleos). Una enorme palmera y una Diana Cazadora se anexan al convite.
Pese a su carácter civil y a su manifiesta intención de imponerse por encima de los límites del Estado y del espacio público, la reproducción sistemática de estos memoriales (y los materiales recurrentes que se han utilizado para todos ellos: lamina, metal y pintura automotiva, que desafortunadamente los hacen muy similares en su forma a las poco gloriosas esculturas públicas de Sebastián) termina por convertirlos en motivos hashtageables y en viñetas fotográficas de Instagram, amalgamándose con los volumétricos propagandísticos de la marca CDMX, la ciudad color de rosa del último sexenio.
Asistir a esta ciudad para un turista incluye el ser parte de esa experiencia de “peligro”, “lucha” y “revolución” e injusticia. Igual al Estado no le alarma que las imágenes de esos monumentos se propaguen por el mundo digital. En cierta medida incluso les funcionan como parte de la cadena de landmarks en el circuito turístico de Google Maps México. Un Memorial 19S tendrá exactamente los mismos efectos.
Ante una sociedad cada día más crítica es imposible generar una decisión de Gobierno sobre el espacio público y salir ileso. No obstante, el caso particular de la propuesta y convocatoria para construir un memorial 19S, a menos de un año de la tragedia y con un sin fin de problemas derivados del sismo y que aún no han sido del todo resueltos o atendidos, parece ser sumamente delicado y por supuesto afectar las fibras emocionales de todos. ¿Cuáles son las razones de hacerlo tan a prisa? ¿Por qué un Memorial antes que la reconstrucción? ¿No es un poco como empezar al revés?
Crear un memorial en estas condiciones es por demás dudoso. Incomodo incluso. Los termómetros de las redes sociales, que si bien no tienen la razón siempre, por lo menos ahora, indican que mucha gente se sentirá ofendida con la obra. Incluso me atrevo a pensar que ningún memorial, por muy imponente, propositivo o humano que pueda ser, logrará satisfacer al público que estará presto a no identificarse con él.
La tragedia más grande de la que se tiene cuenta en el mundo moderno ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial y el gobierno alemán espero casi 50 años para poder construir un memorial a los judíos asesinados en Europa a manos del régimen Nazi. De un carácter arquitectónico, artístico y paisajístico impresionante, Peter Eisenman logró crear un hito en la ciudad. Sin restarle valor, cabe mencionar que su concepción no es gratuita y su posicionamiento en el eje de la reconstrucción de la ciudad y su inserción en el discurso de la capital alemana cierran una perfecta estrategia urbana. Es inevitable asistir a Berlín y no tomarse en el Memorial la foto del recuerdo, a pesar de la solemnidad que el espacio representa. Esta estrategia de integración urbana me recuerda un poco a la cercanía que Álvaro Obregon 286 tiene con el circuito comercial, turístico y cultural de la CDMX. ¿Por qué ese Memorial no lo hacemos en Tlalpan, en Lindavista o en Xochimilco?
En Berlín también existe otro monumento en el que no hubo mayor intervención que la que la que el propio orden de las cosas determinó. La celebre Iglesia Memorial Kaiser Wilheim conocida como Gedächtniskirche, que a través de una propuesta del arquitecto Egor Eiermann, decidió mantener el edificio en su estado de ruina y declararla monumento nacional, como una cicatriz que mantiene el recuerdo presente, una especie de cápsula en el tiempo, donde la arquitectura muestra el carácter propio de la destrucción por la violencia. Igualmente fotografiada por todos los que asisten a Berlín en plan turista. Es una especie de cápsula en el tiempo.
Durante muchos años nunca cuestioné el por qué había tantos baldíos convertidos en estacionamientos en la zona central de la ciudad de México, particularmente en las colonias Guerrero, Doctores y Roma. Cuando me inmiscuí en investigaciones sobre el registro de los daños de los terremotos de 1985 descubrí que todos esos baldíos (o al menos la mayoría) habían sido edificios caídos o derrumbados posteriormente a los sismos.
Para conmemorar el 19 de septiembre de 1985, el gobierno decidió convertir en Plaza de la Solidaridad al terreno donde se ubicaba el Hotel Regis, una de las construcciones más emblemáticas que se derrumbó durante el sismo del 85 y reproducida por los medios y la historia hasta convertirse en un hito ausente. Esta plaza hoy es el último reducto de esparcimiento para las clases populares, a donde se aglutinó a los comerciantes desplazados por la sanitización de la Alameda Central y en donde se encuentra una escultura que ni siquiera puede reconocerse su autoría, incluso su presencia. No es precisamente un lugar que todos recuerden como el Memorial del 85.
En 1985, a 3 semanas de ocurrida la tragedia el Gobierno Federal emitió un decreto para la creación de un programa emergente de vivienda y dio pauta a la expropiación urgente y expedita de predios y polígonos en el área central de la ciudad, con los fines de construir vivienda y atender la problemática, que hoy incluso 30 años después sigue arrastrando afectados.
Posterior al 19S, de las más de 38 construcciones colapsadas y aquellas otras demolidas por afectaciones, sólo un predio ha sido expropiado: Álvaro Obregón 289. El pago de la expropiación es de 46 millones de pesos y a esto se podrían sumar los 14 millones que el gobierno de la Ciudad de México pretende invertir en la construcción del Memorial. Un proyecto de 60 millones de pesos.
En fechas recientes iniciaron trabajos de demolición de inmuebles que fueron afectados, así como retiro de los escombros de aquellos que se colapsaron durante el siniestro. Al andar por calles de las colonias Roma, Condesa, Narvarte y Del Valle, por citar algunas, se pueden observar espacios vacíos que resaltan por su vacuidad y por la manera en que remarcan lo que se halla a su alrededor, por como permiten ver aquello que no veíamos y que con su ausencia se hace mucho más presente, mucho más evidente. Y que nos estremece con su ausencia. El vacío parece llenarlo todo a la vez de memoria y ausencia.
Intervenir estos espacios es negarnos la oportunidad de ver las cicatrices. Alguna vez escuché decir a alguien que las cicatrices en su cuerpo le ayudaban a construir su historia. Casi todos las tenemos. Nuestra ciudad tiene muchas y casi todas maquilladas.
En el vacío se encuentra la forma suprema de las cosas. En la ausencia, la presencia de lo que hubo y que se fue, se hace mucho más vívida. El Memorial del 11S en Nueva York remarca la ausencia de las torres mediante un hondo hueco en los cimientos de las ausentes edificaciones. Ese gesto nos recuerda que un día estuvieron ahí y nos hace más evidente que ahora ya no están más.
Si esos predios se conservarán intactos para la posteridad nos ayudarían a recordar mucho más, por que en las ciudades lo natural es que los espacios vacíos se conviertan en espacios construidos. Una ciudad con “huecos” nos ayudaría a entender que hemos perdido mucho y que valdría la pena conservar el vacío, en una ciudad donde lo que menos nos queda es espacio para respirar. Hoy podríamos convertir esos “vacíos” en jardines y no en estacionamientos como en 1985.
Yo propongo el vacío, la cicatriz, la no-intervención. Permitir solamente que la naturaleza haga lo propio y crezca de forma orgánica en todos esos lugares que a mi punto de vista se han vuelto sagrados, por que resguardan las almas de cientos de personas y sus últimos momentos de vida. Y lo menos que desearía cualquiera es que la tierra sagrada fuese intervenida.
En 30 años, cuando podamos conmemorar esta tragedia, podríamos tener una ciudad llena de jardines. Con al menos 38 jardines más. Y las futuras generaciones tener el derecho a una ciudad más viva y más humana. Una ruta de jardines que nos remarcarán la fisura en donde un día la ciudad tuvo una profunda herida y que cicatrizó y se quedo presente como parte de su verdadera memoria.
Una ciudad llena de recovecos verdes que respetarán la ausencia de nuestros muertos y no un forzado memorial de 60 millones de pesos.
La elección del domingo 4 de junio, en particular la disputa por la gubernatura del Estado de México, ha sido [...]
Hace 10 años solía frecuentar Ciudad Satélite un par de veces por semana. Durante varios años, quizá 4 o 5 [...]