Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
2 junio, 2013
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
Para Carlo Scarpa (2 de junio de 1906 –28 de noviembre de 1978) “la arquitectura es un idioma muy difícil de entender; es misterioso a diferencia de otras artes, el valor de una obra es su expresión, cuando algo está bien expresado, su valor se vuelve muy alto”. Aquí la expresión alcanza Lo espiritual en el arte de Kandinsky en cada uno de los detalles, planos de intersección y visualidades encontradas. En 1956, Scarpa recibe el Premio Nacional Olivetti de arquitectura y al año siguiente, Adriano Olivetti le encargó la adecuación para tienda y exposición del local ubicado en la Plaza de San Marcos de Venecia. El espacio a rehabilitar fue un rectángulo largo y estrecho cuya fachada principal da a la plaza y el costado hacia el pequeño patio del Cavaletto. Scarpa ya había diseñado el Palazzo Ca’Foscari y el Pabellón de Venezuela para la Bienal de Venecia, además del Museo di Castelvecchio de Verona. Concluye el proyecto en 1958, y tres años después comienza el rediseño de la planta baja y el patio de la Fundación Querini Stampalia.
Los años sesenta y setenta son la culminación y consolidación de la vasta obra de Scarpa en Italia, hasta su muerte en 1978. En su obra, la tectónica perdura pero los detalles y engranes son aún más notables. Las intersecciones geométricas y modulares en puertas, bastidores y muros –al cambiar de material– generan todo un objeto armable por sí mismo. Los detalles están en estas intersecciones. Los paneles de yeso, pisos y muros de mármol y piedra de Istria, así como las puertas y celosías arman la maquinaria de un sistema complejo que en su momento correspondía a la arquitectura necesaria para lograr escribir de forma mecanizada. Una columna divide en dos partes la fachada del negocio. En el lado derecho está la entrada cerrada por una reja metálica y a la izquierda una obra en bronce dorado de Alberto Viani, ubicada sobre la superficie de una pileta de agua en mármol negro de Bélgica. El diseño del suelo con un terrazo veneciano está compuesto por pequeñas piezas de vidrio, inspiradas en las abstracciones geométricas de Paul Klee. Tres grandes huecos de cristal tallado son los umbrales entre interior y exterior. La tienda se vuelve una pieza pétrea tallada en todos sus detalles y ensamblada con integraciones plásticas, incluso para recibir otras intervenciones y exposiciones de arte. Una arquitectura con inscripciones ‘esculpidas’ como parte de su propia escritura formal, donde los materiales son los linotipos y la máquina un contenedor de detalles.
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