Habla ciudad: Santiago
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¡Felices fiestas!
6 agosto, 2013
por Rodrigo Díaz | Twitter: pedestre
¿Por qué quebró Detroit? La respuesta más socorrida dice que por la sostenida pérdida de población experimentada a lo largo de más de seis décadas. Pasar de 1.8 millones de habitantes en 1950 a 700 mil hoy día no es tema menor, toda vez que el territorio a administrar sigue siendo más o menos el mismo. A pesar de algunos esfuerzos de downsizing (compactación) adoptados, se calcula que en la ciudad hay casi 80 mil edificios abandonados, y que el 33 por ciento de su superficie urbanizada está despoblada. A su vez, basar la economía local en una sola industria, la automotriz, hizo que ésta fuera muy frágil, extremadamente sensible a los vaivenes de un mercado donde los actores fuera de Estados Unidos son cada día más fuertes. El no apostar a la creación de conocimiento y con ello a la innovación, tuvo un alto precio: hoy la ciudad no cuenta con una población técnicamente capacitada para emprender nuevos rumbos. No atrae talento. No atrae emprendedores. No atrae artistas (no olvidar que allí nació el sonido Motown). No atrae población joven.
Sin embargo, el perder población no es el único factor que lleva una ciudad a la quiebra. Muchas urbes que han experimentado este proceso han sabido salir adelante con más o menos vigor. Aunque dramática, la decadencia de Detroit no se produjo de la noche a la mañana; hubo sesenta años para reacomodar las piezas, reinventarse y enderezar el rumbo con menos gente, y sin embargo no lo hicieron, o lo hicieron mal. Hay algo más que explica el fenómeno.
En una lúcida columna en el New York Times, el premio Nobel de Economía Paul Krugman apuntaba a la dispersión urbana como el gran factor que explica la debacle financiera de Detroit. El argumento es sencillo: analizando la localización de las fuentes de trabajo, se aprecia que allí sólo uno de cada cuatro empleos se encuentra en un radio de 10 millas (16 kilómetros) a partir del centro histórico de negocios (Central Business District, o CBD). La gran dispersión y fragmentación del empleo y la vivienda se traduce en una ciudad altamente segregada, cuya gran extensión provoca altos costos en tiempo y dinero en los traslados de personas y mercancías. Allí resulta caro proveer infraestructura, equipamiento y servicios. A su vez, el continuo empobrecimiento y abandono de las zonas centrales, precisamente las mejor servidas, es un atentado de muerte contra la renovación y rediseño de la ciudad. Es en estas áreas donde se producen las densidades de población y talento que permiten el intercambio de ideas, la difusión del conocimiento, la incubación de nuevas iniciativas, y la generación de propuestas innovadoras. Si una ciudad dispersa en el espacio su capital humano, dispersa también su capacidad de reinventarse, de generar nuevos destinos donde el futuro no queda hipotecado en una sola actividad. Resiliencia urbana como ahora le llaman.
¿Y todo esto qué tiene que ver con México? Mucho. Demasiado. De acuerdo al Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED), el 70 por ciento de los municipios mexicanos está técnicamente en bancarrota. Si no se declaran en quiebra es porque sencillamente no existe esa figura en el ordenamiento jurídico local. Las razones no se remiten exclusivamente a administraciones ineficientes, ignorantes o corruptas. La manera en que las ciudades crecen aporta bastante a la crisis. Y es que el patrón de desarrollo de Detroit no se diferencia demasiado del modelo en 3D –distante, disperso, desconectado- experimentado por las ciudades mexicanas en los últimos años. Un estudio de SEDESOL publicado el año pasado estimaba que mientras la población urbana se duplicó en los últimos 30 años, en el mismo período la superficie urbanizada se multiplicó por seis. Este modelo no es casual: la falta de políticas de planeación territorial y la carencia de planes integrados de usos de suelo, infraestructura, medio ambiente y movilidad, sumadas a políticas orientadas a expandir el crédito hipotecario, han producido un modelo de ciudades expandidas y fragmentadas, altamente intensivas en uso de suelo, de alto consumo energético, difíciles e ineficientes de mantener y administrar. En este modelo no sólo los conjuntos habitacionales se van a la periferia distante y dispersa: también los trabajos, los centros de estudio y los pocos centros de equipamiento metropolitano (¿cuánto conocimiento ha generado el hecho que MIT y Harvard se encuentren separados por un par de estaciones de metro?).
A esto ha ayudado un marco institucional y legal que delega la tarea de planear el territorio en municipios técnicamente deficitarios y sin visión metropolitana. A su vez, la falta de buenas zanahorias y la inexistencia de garrotes eficaces hacen que la necesaria coordinación metropolitana no sea más que una ilusión en nuestras ciudades. Súmele períodos extremadamente cortos de gobierno, sin posibilidad de reelección, para entender por qué la planeación urbana a largo plazo cae en el terreno de la ficción en estas latitudes. En el caso de Detroit el Estado de Michigan nombró un interventor para sanear finanzas y negociar con la fila de acreedores. Eso no ocurre en Detroit, EDOMEX, en Detroit, CHIH, en Detroit, JAL, en Detroit, NL donde las miserias financieras pueden prolongarse por los siglos de los siglos sin que nadie pueda intervenir para revertir la situación.
La gran Reforma Urbana que México necesita parte de la base de cambiar el patrón de ocupación territorial de nuestras ciudades. Urbes más compactas y conectadas no sólo resultan más fáciles y económicas de administrar; también favorecen la interacción entre las personas y el intercambio de experiencias e ideas. No basta con decirlo: necesitamos un nuevo marco institucional, legal y financiero que reconozca el fenómeno metropolitano, que obligue a la coordinación interinstitucional, que contemple incentivos atractivos para la buena gestión y castigue severamente el incumplimiento de lo planeado, que provea herramientas efectivas para un mejor uso del suelo urbano, y que entienda la innovación urbana como una misión de país. La forma en que las ciudades crecen importa, ya es tiempo de entenderlo.
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