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Columnas

Lección de pintura #1: Mi abuela bordaba flores, pero yo nunca aprendí

Lección de pintura #1: Mi abuela bordaba flores, pero yo nunca aprendí

6 junio, 2024
por Liana Vázquez

Mis lugares favoritos son los museos. Lo han sido desde que era pequeñita y en los calurosos veranos habaneros mi abuela me llevaba a conocerlos uno a uno. Recuerdo a la perfección su mano apretando la mía, mientras caminábamos por las salas, inmensas para mí, llenas de esculturas, libros, muebles, pinturas, vitrales, tazas de porcelana, sombreros. Y su voz, me contaba su historia. Estoy segura de que mi amor al arte viene de ahí. De ella. También me gustan las galerías, por supuesto. Sobre todo cuando, al caminarlas, encuentro cosas que me sorprenden o me abrazan. Siempre que las visito, recuerdo a mi abuela y cuánto le habría gustado conocerlas conmigo. Quizás ahora sería yo quien la llevaría de la mano, agarrándola fuerte, acompañándola en un caminar lento y seguro. Sé de cierto, además, que el Museo Nacional de Arte (MUNAL) habría sido su museo favorito. 

Tengo también una especie de adoración por las mujeres artistas, en específico por las pintoras modernas a las que llevo años estudiando. Y creo que se debe a que las vinculo de manera inevitable a mi abuela y su presencia constante en mis primeros años de infancia y juventud cuando me decía: “crea, dibuja, escribe, pinta, baila, canta”. No sé con certeza si ella pudo, alguna vez, encontrar obras hechas por mujeres en sus recorridos por algún museo o galería. O si me lo habrá contado. No lo puedo recordar, por más que lo intento. La verdad es que, a estas alturas, debo aceptar que la mitad de mis recuerdos con ella probablemente sean inventados. Lo cierto es que, quizás por un capricho mío, mi amor al arte y a las mujeres artistas está ligado de forma indisoluble a su recuerdo. 

Lilia Carrillo nació cuatro años antes que mi abuela. Estudió pintura y rompió con todo lo que se esperaba de una mujer artista (si es que en esa época se esperaba algo de ellas). Se divorció, “abandonó” el hogar familiar y se volvió a casar. Coqueteó con la figuración, sobre todo con el surrealismo, y rompió con ambos. Fue la única mujer conocida de la Generación de la Ruptura en México (esa generación que se alejaba del nacionalismo hermético de la llamada Escuela de Pintura Mexicana). Viajó. Estudió pintura en otras geografías. Regresó a México. Se subió en andamios y escaleras. Pintó lo que quiso hasta que murió con poco más de 40 años a consecuencia de un accidente que fue el principio de su final. 

Pero a mí no me gusta pensar en Lilia como víctima de la fatalidad, prefiero pensarla frente al lienzo en blanco antes de empezar a pintar a partir de un punto, o una raya. O con el pincel en la mano, calculando las áreas de pintura, las texturas, transparencias, los fragmentos de objetos, de papeles, de telas rasgadas. Con los ojos perdidos en las áreas de colores opuestos que estructuran muchas de sus piezas. También me gusta la Lilia rebelde. La que recolectaba papeles que intervenía con lápices o acuarelas. La que s plasmaba ideas, en pedazos de hojas de cuaderno, para diseños de vestuario que parecían sacados de fábulas alguna vez leídas. Me gusta pensar en una Lilia libre, que creaba desde la experimentación y decía, o más bien gritaba, con sus obras, lo que a ella misma no le habían dicho jamás. 

Los Lilia Carrillo de Lilia Carrillo es una muestra recién inaugurada en la Galería Kurimanzutto que reúne un grupo de obras que formaban parte de la colección personal de la artista. Hay pinturas con tintes surrealistas, otras más expresionistas, autorretratos, algunos bocetos de diseños de vestuario, collages, hasta llegar, por fin, a un núcleo duro de piezas abstractas en diferentes formatos que se diferencian en sí mismas por las tonalidades, texturas, áreas de color y geometrías que hablan de cuán diverso era el lenguaje pictórico para Lilia, y como su abstracción hablaba directamente de sus emociones y fantasmas. 

Las salas de la exposición son silenciosas y cálidas, como si abrazaran a quien mira cada una de las piezas. No hay un único recorrido, ni una obra privilegiada sobre las demás. Cada quien decide cómo y dónde mira, y arma la historia que se quiere aprender. ¿No son acaso esos los mejores recorridos? El texto de sala coloca la atención en varias interrogantes, de las cuales me quedo con la que enuncia el porqué de la permanencia de estas piezas en la colección familiar de la artista: ¿por qué estas piezas y no otras? —preguntan—. ¿Qué le contaban a Lilia? ¿Acaso lo mismo que me cuentan a mí? 

Pienso que la experiencia de esta muestra es similar a la de ver la obra de Lilia a través de sus ojos, pues son piezas que, en definitiva, ella seleccionó y que, en conjunto, hablan de su existencia y creación, que al final son una misma cosa. Ha sido un placer encontrar sus pinturas en las paredes de una galería en esta ciudad que amo. Y ha sido un viaje al pasado de esa niña que de la mano de su abuela aprendió a amar el arte y después a las mujeres artistas. 

La exposición Los Lilia Carrillo de Lilia Carrillo se exhibe actualmente en la Galería Kurimanzutto, y estará abierta al público desde el 11 de mayo hasta el 17 de agosto de 2024. 

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