Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
28 septiembre, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Michel Foucault definió las heterotopías –en oposición a las utopías: espacios que no existen y que probablemente no pueden existir– como contra-espacios, lugares reales fuera de todo lugar, que se oponen a todos los demás y que son absolutamente diferentes: el jardín, el cementerio, el asilo, el burdel, la prisión o el Club Med, entre otros. Son espacios abiertos a lo otro, a lo que no puede tener lugar simplemente en el mundo sin trastornar su orden. No se trata, por tanto, de lugares donde reina la libertad sino, al contrario, sometidos a un control total y preciso para que eso otro no pueda escapar de ningún modo. Las heterotopías son, pues, lugares que se abren a lo otro cerrándose sobre sí mismos.
En Pornotopia, arquitectura y sexualidad en playboy durante la guerra fría, ensayo finalista en el 2010 para el premio de ensayo que otorga la editorial Anagrama, Paul B. Preciado (1970) buscó demostrar, en principio, una afirmación hecha por Reyner Banham en 1960: que Playboy había hecho más por la arquitectura y el diseño en Estados Unidos que la revista Home and Garden. Preciado presenta a Playboy como una revista de decoración para hombres. Las revistas de decoración iban dirigidas expresamente al público femenino y cualquier hombre que tuviera interés en esos temas se adentraba, como múltiples bromas demuestran, en el territorio de lo femenino y la homosexualidad. Por eso Playboy evita ese riesgo incluyendo, entre un artículo y otro sobre decoración e interiores, imágenes de mujeres desnudas.
Según Preciado, ese movimiento genera una re-domesticación del interior, espacio reservado a la mujer, en parte como su dominio pero también como su prisión, que ahora puede ser tomado por el hombre. No por cualquiera, evidentemente, sino por aquél liberado de la presión reproductiva de la sexualidad limitada por el matrimonio. Si, tradicionalmente –una tradición que va, al menos, tan atrás como los griegos y los romanos– el espacio público, abierto y exterior, era el dominio de lo masculino y la casa era el territorio de lo femenino, Playboy da una vuelta completa al inventar el espacio doméstico absolutamente masculino: el departamento de soltero. Y así, quizás, logra popularizar –volverla un fenómeno pop– la noción duchampiana de la máquina soltera.
La divisa de Playboy en los años 50, dice Preciado, podría haber sido: “si quieres cambiar a un hombre, modifica su apartamento. Como la sociedad ilustrada creyó que la celda individual podía ser un enclave de reconstrucción del alma criminal –pensemos en el panóptico y el hospital siquiátrico explicados por Foucault–, Playboy confió en el apartamento de soltero como nicho de fabricación del nuevo hombre moderno.” El modelo de ese apartamento será la propia casa de Hugh Hefner, fundador y director de Playboy, paradigma de una pornotopía multimedia del capitalismo avanzado. Preciado define las pornotopías como heterotopías que tienen una “capacidad de establecer relaciones singulares entre espacio, sexualidad, placer y tecnología (audiovisual, bioquímica, etc.), alternando las convenciones sexuales o de género y produciendo la subjetividad sexual como un derivado de sus producciones espaciales.”
La mansión Playboy será el ejemplo de un nuevo lugar en el que lo público y lo privado colapsan en un espacio donde la vida social, laboral, sexual y cualquier otro adjetivo que podamos pensar, se reúnen y conviven trastocando las reglas convencionales que distribuyen esas actividades en compartimentos espaciales diferentes e incluso muchas veces aislados. Desde su cama, Hefner controlaba su imperio mediático con una mano en el teléfono, otra en el control remoto de múltiples aparatos electrónicos y una más sobre la cadera de la conejita en turno: “el espacio posdoméstico del Playboy –escribe Preciado– se caracteriza por ser un nicho tecnificado y ultraconectado a redes de comunicación, dedicado a la producción de placer=trabajo=ocio=capital.”
Preciado finaliza su ensayo relacionando el interior temático de la mansión Playboy con el exterior fantasioso de los parques temáticos: “podríamos aventurarnos a afirmar –dice– que el hedonista y multiadicto consumidor de los parques temáticos que proliferarán a finales del siglo 20 es un híbrido del niño construido por Disney y del viejo-adolescente imaginado por Playboy.” Disneylandia y Playboy terminarán reunidos –sugiere Preciado– en el refugio del cyborg/freak Michael Jackson: Neverland.
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