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Las palabras y las normas

Las palabras y las normas

6 noviembre, 2023
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_

Con frecuencia asumimos, cuando hablamos, que nuestros interlocutores atienden a las mismas referencias, aun cuando no estemos seguras de que sea así. Esto, de cierta manera, es natural en tanto permite que nos comuniquemos y evita titubeos a cada palabra que sea susceptible de interpretaciones. 

Esta interacción implica cierta pérdida de información o especificidad en algunos conceptos, disminución que estamos dispuestos a dejar pasar con tal de que el diálogo ocurra de manera satisfactoria, diría John L. Austin: la pérdida de complejidad da paso a lo cotidiano. Pero esto también implica una constante negociación con las palabras que usamos para representar al mundo, es decir, no sólo dejamos que se pierda la complejidad, sino que jugamos con ella. 

Y no todas las personas juegan con las mismas reglas, sino que lo hacen desde diferentes posiciones. Usar las palabras dentro del juego del lenguaje también implica juegos de poder, en especial cuando estas tienen una fuerza pública para describir la realidad. 

Si un arquitecto de renombre dice, frente a una multitud sedienta de conceptos para enmarcar sus proyectos, que la gentrificación en sí misma es positiva, el argumento tiene su atractivo, porque activa un mecanismo de defensa frente a la complejidad. Ya no es necesario argumentar contra un proyecto que alienta la gentrificación, sobre todo si se dice que esta es positiva: aquí se gentrifica. 

Y es que esta palabra, gentrificación, tiene un factor importante de conflicto, lo que ha motivado a que las críticas al concepto se manifiesten como una postura atractiva. Por un lado, están quienes afirman —entre los que me incluyo— que la gentrificación es negativa en tanto que se trata de expulsar a población de menores ingresos por una de mayor poder adquisitivo en una zona con procesos de intervención reciente, o bien, ubicada dentro de la ciudad. 

Esta postura surge de la propuesta de quien acuñó el término: Ruth Glass, socióloga británica que describió en la década de los 60 el desplazamiento de las clases trabajadoras por parte de las clases medias en los barrios obreros de Londres: 

Las casas victorianas más grandes, degradadas en un periodo anterior o reciente —que se utilizaban como casas de hospedaje u ocupadas por múltiples habitantes—, se han vuelto a revalorizar. Hoy en día, muchas de estas casas se están subdividiendo en costosos pisos o houselets (en términos de la nueva jerga snob inmobiliaria). El estatus social y el valor actuales de estas viviendas suelen estar en relación inversa con su tamaño y, en cualquier caso, enormemente inflados en comparación con los niveles anteriores de sus vecindarios. Una vez que este proceso de “gentrificación” se inicia en un barrio, avanza rápidamente hasta desplazar a todos o a la mayoría de los ocupantes originales de clase trabajadora. (Glass, 1964, xviii). 

La claridad de Glass resurgió, y con fuerza, en los procesos de intensificación de la ciudad neoliberal pues explica, en cierta medida, las intervenciones urbanas en enclaves habitados por clases medias y bajas, lo que ha provocado (muy posiblemente de manera premeditada), el encarecimiento del suelo y el fomento de la expulsión de los habitantes originales. 

Por otro lado, están quienes argumentan que se trata de un proceso natural en el desarrollo de las ciudades. Básicamente que casi todo proceso de urbanización conlleva un desplazamientos. Esta postura argumenta, también, que existe una diversidad en los procesos de expulsión y que no todos pueden clasificarse como negativos: 

Es distinto que la expulsión sea efecto de la desocupación y remodelación de antiguas viviendas que ahora se entregan a personas de condición social superior, que cuando es efecto de la presión de los precios en alza de los inmuebles. (Sabatini, Sarella y Vázquez, p. 24).

El argumento también se sostiene en la dificultad para medir e interpretar la gentrificación como fenómeno en las zonas donde sucede. ¿Cómo medir los procesos de desplazamiento si no es en el momento en el que se llevan a cabo?, ¿cómo interpretar los cambios en los perfiles sociodemográficos ascendentes?, ¿este movimiento es resultado de desplazamientos o de la mejora en las condiciones de los residentes originales?

Este debate, con varios años ya —al menos en la literatura latinoamericana—, ha sido prolífico en términos de producción académica, pero poco eficiente para el debate público. Mientras la disputa por la apropiación del concepto continúa, el desarrollo inmobiliario e incluso las autoridades reproducen la palabra con la misma ambigüedad de trasfondo que permite el juego del lenguaje.

¿Cómo hacer leyes o normas que tomen en cuenta el fenómeno de la gentrificación? ¿Qué es lo que estaría en juego? ¿Qué se prohibe, qué se regula, qué se impone? Si esta ambigüedad continúa, sobre todo en el plano normativo, estamos condenadas a reproducirla y permitir que en el juego de las palabras gane el que tenga más poder para imponer la definición que mejor se adecue a sus necesidades e intereses. Quizá si buscamos otras definiciones con menos espacio a la interpretación encontremos mejores formas de representar la realidad y, en la medida de lo posible, cambiarla. 

 

Referencias:

  • Glass, Ruth (1964). London: Aspects of change. London: Centre for Urban Studies- Mac Gibbon & Kee. 
  • Sabatini, Francisco; María Sarella y Héctor Vázquez (2009). Gentrificación sin expulsión, o la ciudad latinoamericana en una encrucijada histórica en Revista 180, no. 24, Universidad Diego Portales, Chile. 

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