Habla ciudad : Monterrey
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¡Felices fiestas!
6 noviembre, 2017
por Indira Kempis | Twitter: in_dei
La primera vez que usé mi bicicleta para trasladarme desde San Pedro Garza Garcia a Monterrey, sentí una liberación de adrenalina de esas pocas que en la vida llegan como bocanada de riesgo mortal.
Y es que una metrópoli como la norteña, asumir ese riesgo es casi como ser suicida con letrero hacia los automovilistas de “tienes permiso de matar”.
Acabo de ver un video de un chico en patineta transitando por una de las avenidas más conglomeradas: Morones Prieto. Esto me hizo recordar esos traslados en otros medios de transporte en los que pocos nos lanzamos hace años para recorrer las calles de nuestra ciudad en lo impensable: bicicleta.
De ahí se formó uno de los colectivos más visibles mediáticamente, Pueblo Bicicletero. Pero lejos de congregación de personas en la defensa del derecho a la movilidad, hay que reconocer que en la urbe del norte hay más de 20 mil viajes diarios en bicicleta que son total e impunemente invisibles no sólo para los gobiernos locales sino para la misma comunidad.
De hecho, la nota periodística que hacen sobre este joven desconocido que tomó su patineta para ir por esa avenida de alta velocidad, lo acusa de imprudente. Es más, las personas lo acusan de imprudente, ¿quién en Monterrey puede atreverse a interrumpir el paso, el flujo, la libertad, de los automovilistas? En la óptica de quien nunca ha experimentado vivir en una ciudad donde los autos no sean el principal medio de transporte, el que lo haga, claro que es tomado no sólo por “imprudente” sino por idiota.
Para mí, esa escena es la que buscamos entre tantas miles de microrevoluciones urbanas. Sin caer en la escena bucólica de quien no asume las consecuencias de sus actos, pero sí conscientes de que alguien tiene que demostrar que las calles no son sólo para los autos. Deberíamos aspirar a eso como una máxima premisa de la dignidad como de la sobrevivencia humana y urbana en el canibalismo que ha implicado continuar perpetuando la jerarquía en donde al auto se le ceden prácticamente la mayoría de los espacios en la urbe.
Al menos, por un momento, ver que alguien se atreve a salir con su patineta como hace años nos aventamos a recorrer esas distancias que parecen un “paso de la muere infinito” con la bicicleta son motivos para pensar que, entonces, más que una aspiración es un comportamiento natural que estamos reprimiendo detrás de esta ciudad diseñada sólo para autos cuando hay una variedad de posibilidades.
El futuro de las ciudades no es sólo para autos, pertenece desde origen a otro tipo de traslados que tendremos que incentivar, crear e, incluso, en hábitos que debemos transgredir, como el de no salir a la calle en medio de transporte habitual, sino hacerlo en patineta.
Sí, en patineta.
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