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Distritos en la metrópoli regiomontana

Distritos en la metrópoli regiomontana

6 diciembre, 2017
por Indira Kempis | Twitter: in_dei

 

La palabra polígono llegó a mis manos el día que me sumé a la creación del Instituto Municipal de Planeación Urbana y Convivencia de Monterrey y a retroalimentar el trabajo del asesor que en aquel momento tenía la tarea. Habría que entender cómo canalizar el entramado de demandas con las necesidades de una agenda urbana global en los finales de su creación desde Hábitat II –dos, no tres.

Estudiando, entendimos que los polígonos –delimitaciones territoriales de ciertas características compartidas– de pobreza, delimitados previamente por diferentes niveles de gobierno, eran un buen punto de partida, y también los polígonos urbanos que ya existían. De ahí, toda la intención de “destetar” a la Planeación urbana del poder monopólico político –no importa el color del partido–, para que la colaboración entre gobiernos y ciudadanías asegurara, con mayores resultados exitosos, no sólo la eficiencia de la implementación gubernamental –que es diferente a la Planeación–, sino también la continuidad entre administraciones públicas municipales.

¿Cómo lograr la apertura, la colaboración y el involucramiento? Fue ahí donde el ingeniero Gabriel Todd y yo imaginamos la gestión territorial a partir de características comunes en cada área, tanto urbanas como sociales. Es decir, no sólo tomar en cuenta los indicadores de infraestructura, sino otros asentados en la cultura, la economía, la sustentabilidad y el turismo, entre otros, que delegaran esa cooperación en las áreas. A eso le llamamos Distritos. Nos dimos cuenta de la gran tendencia hacia el futuro nace de la necesidad presente de hacer la vida cerca de donde realmente se hace, tanto como el regreso al origen, al rescate de lo local, como a la identidad cultural, pero también como motor de nuevas economías. “Pequeñas ciudades” dentro de la ciudad, que normalmente estaban analizadas como si, entre ellas, todas fueran iguales, como si salieran de una fábrica de características idénticas, sin resaltar su diversidad y a las personas, que son de carne y hueso, que sienten, comen y respiran.

La ciudad no son sólo edificios. No es un lego donde se puede o no poner infraestructura. No son, siquiera, sus calles o sus plazas públicas. La Ciudad es un conjunto de micro-ciudades donde los seres humanos que las habitan tienen pensamientos y sueños. Lo más duro es asumir la realidad que a veces nos divide a la fuerza de nuestros propios paradigmas, miedos o prejuicios que no nos dejan ver esa riqueza en la que se convierte la urbe.

La competitividad ahora está en lo local. De ahí que algunos estudios arrojen que el futuro está en la cooperación en las ciudades. Ya no entre los países o entre regiones.

Debemos valorar esos motores donde el Estado y el mercado se hacen o deshacen a sí mismos. Nuestros barrios, colonias, centros, núcleos de memoria son fundamentales para hacer cambios más grandes y generales.

La transformación de los territorios no sólo debe ser urbana, sino también humana. Y para eso hay que mirar hacia los lugares donde habitamos, donde hacemos la vida. De las micro-ciudades de la Ciudades, eso que técnicamente llamamos en su momento en el Plan de Desarrollo Urbano de Monterrey como Distritos –una innovación pública única en su tipo en America Latina– que no son más que una reconfiguración a partir de la ciudad y de la civilización, ninguna menospreciando a la otra.

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