Los dibujos de Paul Rudolph
Paul Rudolph fue un arquitecto singular. Un referente de la arquitectura con músculo y uno de los arquitectos más destacados [...]
19 agosto, 2020
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
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Muniain trata de desaferrarse de una realidad que le pertenece. El artista, que también es chelista y arquitecto exquisito, escribe en alguna de sus obras “…que más te da”. Pero no puede ser indiferente. Lucio Muniaín ve y describe. Aparentemente, no se manifiesta, aún cuando establece ciertos diálogos entre la risa y el horror, entre imágenes y textos. Recurriendo al recorte periodístico de nota roja y a esa estética de la violencia mexicana que ha elaborado el cultivo de lo sórdido y lo horrendo con singular éxito durante siglos, Muniaín crea una nueva narrativa que quiere ser escéptica pero que delata dolor, hasta ternura. Una narrativa plástica casi monocroma con raíces lejanas en el pop-art y el cómic, que es capaz de expresar cada pincelada como si se tratara de gubias arañando la madera en una xilografía. Quizá el mejor soporte para sus intrigantes historias gráficas fueran las bardas, las colindancias o los vagones de tren —como los graffitti de Banksy o los de Dizzee en Get Down—, más que los lienzos de tela.
Las obras de Lucio Muniaín están cargadas de ternura. Su percepción de la realidad destila el mundo que le ha tocado vivir con un cierto nihilismo, quizá impotencia, quizá distancia preventiva, donde entrecruza imágenes y textos que se complementan. Nunca son textos que describen la propia imagen, ni títulos de las obras, sino que introducen otro nivel narrativo. Pareciera que la realidad con toda su sordidez, inunda el mundo y que queda la posibilidad de complementarlo, sin corregirlo, de apuntar otras realidades al margen, sin hacer mella a la cadena de acontecimientos inevitables en un mundo donde la impunidad es la ley. Ante la imposibilidad de modificar los hechos supura una lectura paralela, de menor calado, sin atributos: un imagen aterradora de una fosa común acompañada del texto México 5 – Nueva Zelanda 0, un ataúd con una mujer semidesnuda presuntamente violada y asesinada, donde apunta México va a ganar el mundial de Brasil. Nunca llega a ser un diálogo aún cuando le da voz a los textos, como regaños, respuestas ante algo que antecedió al momento que congela en el cuadro: buscas razones para no entender nada, y lo logras, junto a una mano que sostiene una bolsa negra de basura; inventa lo que sea. Realmente, me vales madres, al pie de otra bolsa negra de basura amarrada que encierra un intrigante contenido; nunca lo he pensado de mi; nunca te das cuenta que eres tú, desde un interior negro, encerrado por una puerta de garaje; así soy…Y nunca entiendes nada.
Pareciera que buena parte de su obra ilustrara las páginas de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, esa novela policiaca, a medio camino entre un relato de iniciación, una crónica periodística o una road movie. O quizá más, pudieran ser los fotogramas de prensa de La parte de los crímenes -el cuarto capítulo de 2666, la novela máxima también del mismo autor- donde se describen con cadencia forense, fría y detallada, los asesinatos a los que Bolaño les pone cara, reconoce y adjetiva: “era un poco atolondrada”, “unos basureros encontraron a otra mujer muerta (…) había sido asesinada a acuchillas…”, “la primera muerta de mayo no fue jamás identificada”. Como Bolaño, Muniaín expone las escenas de crímenes atroces. A veces, el resultado de un accidente automovilístico, o de un asalto. En una de sus piezas aparece parcialmente una mujer en bikini y el texto apunta: “2 cabezas en el periférico”, o bien “fueron casi seis horas en un coche con los ojos cerrados” sobre una pintura casi negra que presupone ser la textura plástica de una bolsa de basura; “siempre sí van a unir Santa Fé e Interlomas” reza al pie de un fotograma parcial de un atropello con el cadáver en el primer plano del piso; “a pesar de todo nos gusta el pinche pueblo”, de nuevo sobre una bolsa negra de basura.
Con su trabajo, Lucio Muniaín consigue provocar sentimientos encontrados con su narrativa de denuncia descontextualizada, donde la noticia de última hora se congela al subjetivizarla, y al mismo tiempo emociona la formalización de sus reportes urbanos hechos arte. Casi nada.
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