Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
18 mayo, 2020
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
No se debe rendir tributo especial al simple nombre de la ciudad
Robert Musil
El hombre sin atributos, una de las grandes novelas del siglo XX, abre con una descripción precisa, científica, de un hermoso día de agosto del año 1913. Después, Robert Musil describe una ciudad a la distancia. Automóviles y peatones que se mueven como filas de hormigas, y ruidos que se confunden en un prolongado ruido metálico. “A las ciudades se las conoce, como a las personas, en el andar. Mirando de lejos y sin fijarse en pormenores.” Años después de que Musil escribiera esas líneas y describiera una metrópoli moderna —Viena, pero podría ser cualquier ciudad—, Michel de Certeau inicia el capítulo dedicado a la ciudad en su libro La invención de lo cotidiano, contrastando la mirada a distancia con la experiencia física de caminar por la ciudad:
“Desde el piso 110 del World Trade Center, ver Manhattan. Bajo la bruma agitada por los vientos, la isla urbana, mar en medio del mar, levanta los rascacielos de Wall Street, se sumerge en Greenwich Village, eleva de nuevo sus crestas en el Midtown, se espesa en Central Park y se aborrega finalmente más allá de Harlem. Marejada de verticales. La agitación gigantesca se inmoviliza bajo la mirada.”
Más adelante de Certeau dirá que subir al desaparecido World Trade Center era “separarse del dominio de la ciudad. El cuerpo ya no está atado por las calles que lo llevan de un lado a otro según una ley anónima.” También explicará que “la voluntad de ver la ciudad ha precedido a los medios para satisfacerla”. Durante siglos, se imaginó a la ciudad vista a lo lejos antes de que fuera físicamente posible, desde un globo o un aeroplano, retratarla así. Esa toma de distancia —primero mental, luego física— hace de la ciudad-panorama, según de Certeau, “un simulacro «teórico» (es decir, visual), en suma un cuadro, que tiene como condición de posibilidad un olvido y un desconocimiento de las prácticas.”
Tanto Musil como de Certeau son personajes del reciente libro escrito por William Brinkman-Clark y publicado por la Facultad de Arquitectura de la UNAM, Ciudad: tragedia. “La arquitectura de la ciudad comienza con una mirada particular —escribe Brinkman-Clark en el prefacio—: el arquitecto imagina una posición desde la cual puede ver el mundo de fuerzas caóticas que pretende encauzar; cree poder sustraerse de la relación de fuerzas que busca reformar; piensa que debe extraerse del mundo que quiere dominar, salir de entre las fuerzas para así juzgarlas.” Desde esa posición privilegiada, el arquitecto —quien también es un personaje que se construye, se autoconstruye, pues— construye una ficción: la Ciudad, “un relato que muestra cómo deberian ser las cosas y con ello guía las acciones y la construcción del emplazamiento en que éstas se llevarán a cabo.” Y fallarán. Ahí la tragedia de la que habla Brinkman-Clark. No sólo ni particularmente en la inevitable falla sino en el encuentro o, más bien, choque entre la ficción y la realidad que pretende retratar —o, mejor, re-tratar— al tiempo que la niega y rechaza. Brinkman-Clark acude a las ideas de Christoph Menke, para quien la tragedia es el lugar de la tensa relación entre la experiencia trágica —lo ético— y su representación —lo estético. También podríamos pensar en lo planteado por el filósofo francés Clement Rosset, cuya primera obra, publicada en 1960 —cuando tenía sólo 21 años—, fue La filosofía trágica. Rosset explicó entonces que no había situaciones trágicas, “que la idea de lo trágico descansa por entero en una relación entre dos situaciones y es la representación ulterior del paso de un estado al otro y, en consecuencia, se puede hablar de mecanismo trágico, antes que de situaciones trágicas.” En su Lógica de lo peor, escrita diez años más tarde, Rosset cuestiona el mecanismo de la metafísica en occidente que duplica la realidad para, después, restarle valor a la realidad original por no ajustarse a la ficción que sobre ella construye y retoma una definición dada por Vladimir Jankelevitch: lo trágico es la alianza entre lo necesario y lo imposible.
Para Brinkman-Clark, la Ciudad —repitamos: la ficción que niega presentarse como representación— ofrece “la posibilidad de crear órdenes que aparezcan como sistemas cerrados, pero a la vez mutables.” Esos órdenes se basan en una visión al mismo tiempo perspectiva y prospectiva que opera aplanando la realidad —planificando— con la pretensión de dominarla. “Entender la ciudad como una herramienta de dominio es comprender que lo que es constante en todas las ficciones dominantes de ciudad es que se elaboran a partir de una racionalidad específica —la instrumental— cuyo interés es un dominio de la naturaleza de la ciudad, de la vida urbana.” Ese mecanismo trágico es, por tanto, paradójico y de algún modo hace pensar en otra paradoja, la de la arquitectura misma. En un ensayo publicado en 1975 y titulado, precisamente, “The Architectural Paradox, The Pyramid and the Laberynth”, Bernard Tschumi elabora también sobre la relación entre conocimiento y experiencia, entre la visión y el concepto, la teoría —desde lo alto de la pirámide— y la vivencia y la práctica —el laberinto que, en el texto de Tschumi, rodea a la pirámide, contrastando la presencia de aquél, un obstáculo, con el conocimiento que del mismo se pueda tener desde la cúspide de la pirámide. Sólo Dédalo e Ícaro —también personajes del texto de Brinkman-Clark— pueden intentar recorrer el laberinto y mantener al mismo tiempo la distancia. Pero ya sabemos el riesgo que corren y la tragedia que supuso para el segundo.
En la segunda parte de Ciudad: tragedia, Brinkman-Clark aborda la relación que se establece entre las fuerzas que son origen y dan forma a las ciudades y la Ciudad que pretende ordenarlas y regularlas —relegándolas— desde una lectura política o, más bien, una lectura que incide en la diferencia entre la política como institucion o constitución de un orden y la presunta necesidad de mantener o, incluso, imponer un orden —la diferencia, como han apuntado Jacques Ranciere o Andrea Cavalletti, entre politica y policía.
En la conclusión, Brinckman-Clark afirma que “el problema central de la arquitectura y el urbanismo contemporáneos es que hacen proyectos sin cuestionar los prejuicios y presupuestos que legitiman la acción misma de proyectar.” Ideas como las expuestas por Brinckman-Clark en este libro denso y rico en referencias y argumentos, nos ayudan hoy, cuando esta distancia entre la realidad vivida y la ficción imaginada de la Ciudad revela con más fuerza que nunca esa condición trágica —y no sólo por la crisis sanitaria que vivimos—, a replantearnos qué hacer y, como afirma el autor, sobre todo qué no hacer.
William Brinkman-Clark, Ciudad: tragedia, Facultad de Arquitectura, UNAM, 2019
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