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Columnas

La partitura visual

La partitura visual

19 septiembre, 2012
por Aura García | Twitter: aura_antonia

La nariz roja y una mirada desafiante es todo lo que le queda a Modest Mussorgsky en el último retrato que Ilya Repin pintaría del compositor ruso en 1881. La gloria había terminado hace tiempo, hijo pródigo de una familia acomodada, sus palabras precisas y sus delicadas maneras habían enloquecido jovencitas; sin embargo, ahora enfrentaba las consecuencias de su alcoholismo en un hospital: no había duda, eran los últimos días.

Sus composiciones son memorables, conocido popularmente por Una noche en la árida montaña, Mussorgsky dejó atrás maravillosas óperas, tales como Boris Godunov y Khovanshchina, además de la famosa suite para piano en diez movimientos, Cuadros de una exposición. Ésta última fue escrita en honor de su amigo, el pintor y arquitecto Víctor Hartmann, quien muere dejando desolado al compositor y a la élite artística rusa de la cual formaba parte.

Inspirados en motivos nacionales, es en la música de Mussorgsky y en los trazos de Hartmann que encontramos aires de lo que hoy consideramos propiamente ruso: basta ver La Gran Puerta de Kiev, un proyecto para celebrar al Zar Alejandro II (concretamente, por evadir un intento de asesinato). A decir verdad, Hartmann era más pintor que arquitecto, pero es en este plano lírico en el que sus bosquejos tienen una influencia efectiva en el ámbito arquitectónico.

La idea detrás de Cuadros de una exposición es recrear musicalmente la visita a la exposición en homenaje a Hartmann, que mostraba algunas de las pinturas y bocetos del artista, en su mayoría perdidos. La suite –una versión revisada y editada– fue publicada póstumamente cinco años después y tras su arreglo orquestal, raras veces encontraría intérpretes al piano. En 1928, en torno a Cuadros de una exposición, Vasily Kandinsky accede a una presentación en vivo, mostrando su obra en una secuencia escrupulosamente estudiada, en armonía con la partitura de Mussorgsky. La música vuelve a ocultar aquello mismo que devela y no sobrevive mucho del trabajo que Kandinsky realiza para tal presentación: hay algunas delicadas acuarelas, resguardadas en el Centro Pompidou, en París.

Este mes, el Museo Guggenheim en Nueva York dará cabida al proyecto multimedia del pianista Mikhail Rudy, que muestra animaciones de las acuarelas de Kandinsky –tomadas del archivo del Centro Pompidou– con la música de Cuadros de una exposición. Es una ocasión única, ya que se trata de trabajos del pintor rara vez vistos debido a su precario estado, cuya perennidad es gracias a la digitalización.

Sin embargo, existe cierta renuencia por parte de la pieza musical a ceder todos sus secretos, podemos adivinarlo en el ritmo del movimiento El viejo castillo dentro de la suite. Es todavía imposible saber a qué cuadros se refería Mussorgsky cuando la compuso y cabe señalar que lo hizo en un tiempo muy breve, acelerado por la llama de la inspiración. Prueba para los pianistas virtuosos, punto de referencia para los pintores osados, Cuadros de una exposición es una de las esquinas misteriosas del punto en el que lo visual y lo musical intentan tocarse con la punta de los dedos.

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