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Entrevistas

La organización de los sonidos

La organización de los sonidos

3 marzo, 2023
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

El aguador, el cartero, el señor del gas, el carrito de los camotes: en la Ciudad de México, estos comercios y servicios van acompañados de un sonido que los identifica y que permite a los ciudadanos salir a la calle a pedir su tanque o a hacerse de unos tamales nocturnos. Sin embargo, más allá del pintoresquismo que se pueda percibir en estas dinámicas urbanas, los sonidos de la capital estructuran economías y ponen en evidencia los alcances y límites de la ley, la llamada economía formal y del control policial. “Aquí exploraremos el código sonoro de la Ciudad de México (también conocida como CDMX), compuesto por los llamados de los trabajadores y vendedores que deambulan por los vecindarios de la ciudad empujando carritos y triciclos modificados, conduciendo bicicletas y camionetas o cargando canastas pesadas sobre su cabeza y hombros. Cada uno de sus sonidos agrega un nuevo significado al estruendo de esta hermosa metrópoli”, se lee al inicio del reportaje “Los sonidos de la Ciudad de México”, publicado de manera bilingüe por el portal estadounidense The Pudding, hecho por el historiador del arte Óscar Molina Palestina, el urbanista Aaron Reiss, la programadora Michelle McGhee y el ilustrador argentino Diego Parés. 

Aaron Reiss fue residente de la Ciudad de México por un par de años. Reiss junto a su esposa, abogada para inmigrantes y quien también se encontraba trabajando en México con ciudadanos centroamericanos que cruzaban el país para llegar a Estados Unidos, recibieron los primeros meses de la pandemia en la Ciudad de México. “Cuando nos encerramos en casa, escuchaba constantemente sonidos que se aproximaban a mi puerta: la flauta del afilador de cuchillos, el grito del señor del gas”, recuerda Reiss. “Aprendí de aquellos sonidos viviendo ahí, pidiendo que afilaran mi cuchillo o comprando tamales: haciendo todas las cosas que haces con estos proveedores de servicios”. Para Reiss, estos comerciantes tienen un código de sonidos que hablan de un sistema organizado tanto a nivel económico como de los signos que los identifican como proveedores de un servicio o de otro. “En la Ciudad de México, cada panadero tiene el mismo claxon, cada afilador tiene la misma flauta, cada chatarrero tiene la misma grabación. Todos esos sonidos generan confianza en quienes solicitan esos servicios y se encuentran muy diseminados por toda la ciudad. Por esto, empecé a rastrear estos sonidos y, una vez que tuve la idea para un reportaje, contacté a Óscar”, quien aportó mayor contexto sobre la economía y cultura de la Ciudad de México. 

Reiss y Molina formaron un archivo de imágenes que le fueron entregadas al ilustrador argentino Diego Parás, quien  nunca ha visitado México. Ambos periodistas recopilaron una serie de referentes que abarcan desde restaurantes hasta iconos de la ciudad, como el Kiosko Morisko, los cuales establecieron una imagen de la ciudad con la que cualquiera puede identificarse, pero no eludiera la complejidad del tema tratado por el reportaje. A decir de Michelle McGhee, “en The Pudding hacemos narrativas visuales, bajo el principio de que se entiendan temáticas complejas no necesariamente a través de un muro de palabras sino a través de algo que puedas ver y con lo que puedas interactuar, casi que personalizando tu propia experiencia. Esta pieza de hecho encajó muy bien en nuestra línea editorial pero también es un poco distinta, porque involucró el audio. He trabajado en formatos que contemplan el audio, como el podcast, pero para esta historia el sonido es protagónico, no sólo incidental. Fue interesante traer aspectos del sonido a una experiencia interactiva. Poder escuchar estos sonidos te hace entender cosas que de otra manera no se pudieran haber entendido.”

Una de las perspectivas de “Los sonidos de la Ciudad de México” es su aproximación al comercio informal y formal. “Estudié en Estados Unidos las organizaciones del comercio informal”, dice Reiss. “Hay grandes partes de nuestra economía que son informales. Son tipos de negocios que tienen bajos ingresos, que casi siempre son inmigrantes o que no hablan inglés. El comercio informal es la oportunidad que tienen para hacerse de ingresos porque es casi imposible entrar a la economía formal sin tener conocimientos de inglés. Generalmente, al haber menos oportunidades de hacer dinero a través de empleos formales, las economías informales son oportunidades para que puedan ingresar a la fuerza de trabajo sin las restricciones de las industriales formales. Lo que sí hay que decir es que las economías informales ofrecen servicios que las economías formales no pueden ofrecer. Por ejemplo, estoy más familiarizado con Nueva York, y hay partes que no cuentan con sistemas de transporte como metros o autobuses. Entonces, son ciudadanos quienes usan sus propios autos como taxis para cobrar y trasladar a la gente. Hay escenarios donde las autoridades deberían proveer esos servicios y, sin embargo, no existen. Por otro lado, el comercio informal de la Ciudad de México provee servicios urbanos, como el gas. No hay ningún sistema municipal que provea de gas a ninguno de los barrios. Esta gente está llenando una necesidad que la ciudad no da. También hay recolectores de basura que operan en iniciativas privadas. A veces, los recolectores son enviados por la ciudad pero, por la demanda, otras empresas proveen esos servicios. Para mí, la economía informal es una idea muy interesante porque, usualmente, es una organización de personas que buscan satisfacer las necesidades de sus vecinos que la misma ciudad no está satisfaciendo”. 

Reiss añade: “Estados Unidos, como país, es bastante cruel en perseguir a la gente que hace cosas que la gente que tiene casas y tiene dinero no quiere que hagan. Digamos que tienes un grupo de seis migrantes que están durmiendo en un parque: eso puede ser perseguido. A alguien no le gusta, llaman a los policías y los policías llegarán a molestarlos. A veces hay gente bebiendo después del trabajo en vía pública. Pero es es ilegal en Estados Unidos. Simplemente, se tiene un sistema policiaco para quitar a personas que no quieras ahí, ya sea que estén durmiendo, o bebiendo, o teniendo sexo. Cualquiera de estas cosas es ilegal hacerlas en la calle si quieres que sean ilegales. Por ejemplo, digamos que hago cerámica y que vendo mi mercancía con una mesa en la calle. Técnicamente, eso es ilegal: no tengo una licencia para mi negocio. Sin embargo,  sólo se volverá ilegal si alguien lo convierte en un problema, ya sea un policía o algún vecino. La realidad en las calles es que si eres un migrante, si luces como alguien que no habla inglés o si no eres blanco, si vistes como alguien que, por mero contraste, no luce ‘normal’, eres más vulnerable a que las clases con poder puedan decidir que no debes estar ahí.” 

Sin embargo, para Óscar Molina, las definiciones de formalidad e informalidad, en el caso de la Ciudad de México, son más laxas.  “Entre las cuestiones que fuimos acordando para la selección de sonidos, tuve como principal problema el asunto de lo informal, porque una de las cuestiones que queríamos dejar en claro es que estos sonidos no sólo eran de comerciantes, sino, más bien, hablar de los sonidos que viajan por la ciudad. Si hay sonidos que provienen de comerciantes o vendedores, lo cierto es que también hay sonidos que no corresponden a ese tipo de perfil. El título fue una de las cuestiones que tuvimos que afinar, porque quería dejarse solamente el comercio. Pero tenemos el correo, tenemos la basura, servicios que no son comercio. En ese sentido, se debía entender que no era solamente la idea del comercio. Igualmente, el concepto de informalidad tampoco aplicaba porque muchos sonidos provienen de la formalidad. Los vendedores de gas no es comercio informal: su esquela laboral está definido, una circunstancia muy diferente a la  del vendedor de camotes. El eje principal es el concepto de los sonidos viajeros, dentro de los que se encuentra el comercio y los servicios, como el cartero o la basura”.

Óscar prosigue: “Mi formación es en Historia del Arte. Mis dos líneas principales de investigación es en iconografía, y en arquitectura y urbanismo en la Ciudad de México. En esa segunda, he trabajado primordialmente pensando en la división que hacían los romanos de urbis y civitas (edificios y habitantes), revisando diseño urbano y arquitectura. Finalmente, los edificios y las ciudades tienen una vida que no se entienden sin los habitantes, a pesar de que eso sea más ‘efímero’ dentro del paisaje urbano. A partir de la civitas y del concepto antropológico del paisaje, la perspectiva que manejamos es que el paisaje urbano y, de manera específica, el paisaje sonoro, se da mediante los servicios y el comercio. El asunto de la exotización y folklorización, sobre todo al publicarse en un medio estadounidense (quienes tienen más restricciones o cuidados respecto a la representación de comunidades minoritarias), ya nos daban líneas de que no queríamos narrar algo folklórico. Queríamos construir un retrato urbano tanto en los sonidos como en la ilustración que acompaña a los sonidos. Por parte del público receptor se podía romantizar el eje del asunto”. 

Reiss contrasta: “Creo que para el caso de la Ciudad de México y para ese trabajo, lo primero que queríamos comunicar es que los sonidos son divertidos, bellos o interesantes. Pero también es una vía para hablar de cuestiones más importantes, como los de una ciudad que no abastece todas las necesidades de sus habitantes. Y que quienes emiten estos sonidos son, a menudo, personas que son acosadas por la policía o que son desalojadas de sus sitios de trabajo. Los sonidos son la parte divertida, pero son un punto de partida para hablar de otros asuntos de la economía informal.” Añade: “Mucha de la prensa de Estados Unidos sobre la Ciudad de México es sobre nómadas digitales, una invitación para que residas ahí de forma barata y comas tacos. Igualmente, esos trabajos mencionan “los barrios más efervescentes”. Rob Smith, el editor fue muy claro: la historia no se debía sentir como una guía para estadounidenses blancos. El reportaje debía ser igual de útil para un mexicano o para alguien que no lo fuera. Particularmente, mi punto de vista es que no soy un escritor de turismo. Mi formación es académica y estudio paisajes urbanos. Creo que mi aproximación a los sonidos era para estudiar una ciudad, y no para describir esta cosa curiosa que hacen algunos de sus habitantes”.

¿Qué activan estos sonidos? ¿Se aprecian partiendo de los prejuicios, o hay legislaciones que favorecen o destruyen la organización de los comerciantes. “Creo que en Estados Unidos se dan muchos esfuerzos para detener esa clase de expresiones”, menciona Michelle. “Creo que no existe una apreciación  de aquello que los poderosos califican como irritante. Probablemente sí son nuestras raíces puritanas, sobre todo en áreas que necesitan sentirse de una manera muy específica y que todo esté limpio y ordenado”. Pero Oscar apunta: “Podríamos decir que las leyes en torno al sonido son generalizadas en el mundo, sobre todo la cuestión de los decibeles. En la Ciudad de México, también existe una reglamentación de cuantos decibeles se pueden emitir, cuántos en vía pública, cuántos desde tu propia habitación o negocio. Pero sabemos la historia de la Ciudad de México: una cosa son las leyes y otra cosa es su cumplimiento. Las leyes existen: más que regular el tipo de los sonidos, lo que se regula es la intensidad de los mismos. Un ejemplo es el pasaje de Madero, un escándalo a ciertas horas del día, no por la gente que transita sino por los negocios. La PAOT es la responsable del control de estos sonidos y de generar sanciones, pero es más una situación que va sobre lo político más que sobre lo social. En cuanto al tipo de los sonidos, ahí sí entra la parte de lo social: son sonidos viajeros, no son fijos y no podrían llegar a causar molestia por su constancia. Ahí no se involucra la regulación.”

Aaron, por su parte, comenta: “Desde un nivel personal, creemos que estos sonidos son en realidad hermosos ejemplos de organización informal. Si los sonidos son contaminantes o irritantes o no (el de los camotes es bastante alto y antes me espantaba), no entendimos a estos sonidos como contaminación auditiva. No nos preguntamos si todos los sonidos eran agradables o si tenían buena calidad porque no parecía importante para la historia. Sin embargo, sé que muchas personas de la Ciudad de México, tanto locales como extranjeros, han comentado la pieza diciendo que les parece terrible que estos comerciantes siempre estén haciendo ruido. Pero a nosotros no nos pareció una conversación que fuera interesante. En Estados Unidos, definitivamente hay un discurso de control del sonido a partir del clasismo. Básicamente funciona que el gobierno dice qué es el ruido bueno contra el ruido malo, cuál es el ruido importante versus el ruido que contamina. Creo que en la Ciudad de México hay un importante contexto histórico en torno al sonido. En Estados Unidos somos más puritanos en torno a las organizaciones informales”. 

En Nueva York, el ruido es una queja que puede llevarse a la policía.”Creo que todas las ciudades son ruidosas”, dice Aaron. “Algunas menos que otras. París no es una ciudad muy riudosa, a diferencia de Nueva York, donde el ruido generalmente proviene del tráfico y de la construcción (los principales productores de ruido). Creo que esas son las dos principales fuentes. No hay sonidos del comercio. Si visitas China y vas visitas Shanghái o Beijing, hay una gran  cultura de sonidos grabados de los dueños de cualquier tienda. Siempre tienen una bocina afuera de sus establecimientos que tiene la misma grabación en repetición ofreciendo sus productos. En Estados Unidos, los sonidos son altamente controlados. Sé esto porque enseño un curso sobre mapeo, y una de las tareas es revisar archivos del gobierno para hacer un mapa. Tuve un estudiante que hizo un mapa sobre las quejas del sonido y hay una cantidad gigantesca de eso. Y la policía sí se aparece en tu puerta: eso lo sé. Nos ha pasado a mí y a mi esposa. Llegamos a enviarle a la policía a gente que tenía fiestas a las tres de la mañana porque en casa había un recién nacido. El solo hecho de que puedes ser castigado y de que puedes ser citado en la corte es un panorama que asusta a la gente. Creo que todas las ciudades son ruidosas, pero las ciudades también tienen diferentes soundtracks y diferentes cosas que provocan el sonido en diferentes niveles. Creo las ciudades latinoamericanas y del medio oriente tienen una cultura donde el comercio hace ruido, y que en las ciudades estadounidenses como Nueva York se escucha más el sonido del poder: las corporaciones que construyen sus sedes”.  

Michelle describe que, en California, su lugar de residencia, “hay grandes camiones y automóviles ruidosos. Probablemente Los Ángeles es más conocido por esa vida intensa en automóviles. Yo no tengo que conducir a muchos lugares, pero también estoy de acuerdo que las principales fuentes de sonido son de construcción y de automóviles. También, el transporte público genera sus propios sonidos”. 

La cualidad de estos sonidos es también que representan a una clase de comercios que tienen más legitimidad que otros, lo que provoca que los sonidos se describan como contaminación auditiva.  “En Nueva York, cualquier negocio requiere una licencia y esa licencia va subordinada a un sitio específico. Tienes permitido estar en un sitio si tienes una licencia. Por eso, muchas autoridades mencionan que es tan simple como conseguir una licencia, pero es muy difícil conseguirla. En teoría, puedes obtener la licencia pero, en la práctica, es imposible y orilla a que trabajes de manera ilegal o que te encuentres en una zona gris que te vuelve más vulnerable a ser castigado. En Ciudad de México, no vas a estar todo el tiempo vendiendo tamales, y siempre estás moviendo tu negocio. Cuando quieras perseguirme, es porque yo ya me retiré. Esa es la cuestión de la informalidad: la gente siempre encuentra la forma de sobrevivir ante los contextos opresivos. Eso es también la cualidad de los humanos, las ciudades y las organizaciones: cualquiera que sea el esquema, la gente siempre piensa  cómo crear sus propias economías”. 

Para Oscar, el ruido es un problema de las metrópolis. “La contaminación puede ser vista desde diferentes aristas: la visual, la sonora, etc. El ruido, por denominarlo de esa manera, es parte de la misma ciudad. Y mientras más grande es la ciudad, más grande será el ruido. En este sentido, las posibles denuncias de lo que puede o no puede ser considerado ruido, generan dinámicas sociales que pueden provocar tensiones. Otro comentario muy común alrededor de este trabajo es el sonido del chatarrero: por un lado, la gente lo identifica como un icono de la ciudad contemporánea, pero mucha gente lo odia. Otro ejemplo es el de los organilleros: es el único sonido reconocido como un elemento que identifica a la ciudad desde el punto de vista auditivo. Sin embargo, a mucha gente le molesta también. Tal vez no tanto por la música, sino por lo desafinado de los instrumentos. Cada individuo tiene su propia sensibilidad o la propia sensibilidad que se tenga hacia el organillero. Existe una asociación de organilleros, muchas veces tienen que estar afinando los instrumentos. En un periodo tuvieron una mala propaganda por lo desafinados que estaban. No es que exista una regulación tan firme, pero si  hay un intercambio continuo entre quienes producen los sonidos y quienes lo reciben”. 

Sin embargo, en la Ciudad de México, la permeabilidad propia de los servicios impiden diferenciar tan claramente las fronteras sociales en las que pueden escucharse con mayor frecuencia. “Los sonidos transcurren muy rápido en el espacio urbano, pero también se van transformando. Puedes escuchar esos sonidos del presente y pensar en los que ya no se escuchan. Eso hasta a mí me llegó a pasar en esta investigación. Cuando iniciamos en este trabajo, empezamos a pensar los sonidos que se pondrían. Tuve una experiencia hace un par de semanas porque encontré a un vendedor de leche en las calles del centro. Ese sonido ya lo dábamos por muerto: yo tenía décadas que ya no escuchaba a un vendedor de leche. Y resulta que por ahí sigue habiendo una persona que todavía vende leche en el centro. Es una nostalgia por el presente, de un presente efímero que no sabemos cuánto dure. Asimismo, no es lo mismo ver esa historia desde Iztapalapa que verlo en otras zonas donde sí hay una regulación o un comercio distinto de productos. Por ejemplo, es inimaginable que pase el señor del gas por Lomas de Chapultepec, por ahí ya se tienen ciertos horarios y todo un sistema de distribución de gas.”

A decir de Aaron, Michelle y Óscar, la recepción del reportaje ha provocado nostalgia por quienes escuchan aquellos sonidos de su cotidianidad pero en un contexto distinto. Asimismo, migrantes que habitan en otras latitudes pudieron apreciar, sólo a partir de los sonidos, el paisaje del que son originarios. “Mucho de lo que hablamos cuando terminó el proyecto se quedó conmigo”, señala Michelle. “La gente ha comentado sobre la publicación que nos dice que el reportaje los pone muy nostálgicos. Tengo un amigo que vivió en Ciudad de México algún tiempo y me comentó que los sonidos lo devolvieron al sitio. Lo que más me impactó de este proyecto es que los sonidos realmente pueden captar un lugar. Incluso cuando se traten de sonidos irritantes o aleatorios, pueden llegar a tener una carga emocional”. “Aprendí mucho sobre los sonidos y su carga nostálgica”, dice Aaron. “Para mí, lo que me activa recuerdos sobre algún lugar son los olores. Si me llega el aroma del océano, inmediatamente recuerdo mi infancia en San Diego. Con los sonidos de la Ciudad de México, la gente tuvo respuestas muy emocionales. Los sonidos proponen una manera de interactuar con la ciudad, aún cuando estés en el interior de tu propia casa”. 

“Es clave que estamos viendo estos sonidos en otro contexto. Forman parte de nuestra vida cotidiana”, finaliza Óscar. “Esta parte está presente en la investigación y en la ilustración pero no quedó de forma escrita: estos otros sonidos que también son efímeros y que forman parte de la vida pública. Si miras la ilustración, en la parte donde está Bellas artes y la Torre Latinoamericana, está el Zócalo. Ahí hay una muchedumbre que lo mismo es la fiesta que la manifestación. No incluimos eso porque tiene otras vertientes que no íbamos a explorar en esta investigación pero que sí fueron pensadas. En la parte baja, hay unos peregrinos: es otro momento de la vida de la Ciudad de México, cuando se acerca el 12 de diciembre, donde hay otros sonidos que podríamos decir que son del calendario, y que también forman parte de la vida pública. Quienes vivimos por esos rumbos de la Calzada de Guadalupe experimentamos otros sonidos que no llegan al norte o al oriente: la protesta y la peregrinación. El tema del sonido y la exploración del paisaje sonoro es bastante interesante. Lo que queríamos exponer en este trabajo son esos otros sonidos que merecen ser registrados, que merecen ser estudiados, y que forman parte de este paisaje sonoro que forman parte de la propia experiencia urbana de las ciudades.”

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