Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
24 junio, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“En 1800, sólo una ciudad en el mundo tenía más de 1 millón de habitantes: Pekín. Para 1900, eran 12. En 1950, 83 y en el 2005 400. Hoy hay más de 500 ciudades con más de un millón de habitantes en el mundo. En 1950 sólo dos megaciudades rebasaban los 10 millones: Nueva York y Tokio. Hoy 28 ciudades cuentan con más de 10 millones de habitantes y para el 2030 serán más de 40. Para el 2150, de acuerdo con algunas proyecciones creíbles, el mundo tendrá tal vez diez megaciudades con poblaciones entre los 50 y los 100 millones de habitantes y cinco más que rebasarán esa cantidad.”
Esos son sólo algunos de los datos que incluye Richard Florida en su nuevo libro The New Urban Crisis. Esas cifras confirman la tendencia de que cada vez más humanos habitemos en condiciones urbanas. La revolución urbana venció y podemos declarar el triunfo de las ciudades. ¿Cuál es, entonces, la nueva crisis que anuncia el título del libro de Florida? El subtítulo en la portada lo explica resumidamente: de cómo nuestras ciudades aumentan la desigualdad, ahondan la segregación y le están fallando a la clase media —y qué podemos hacer al respecto.
En el 2002, Florida publicó The Rise of the Creative Class. Ahí apuntaba a la creatividad como una profunda fuerza bajo los cambios de la sociedad contemporánea y al surgimiento de la clase creativa como motor de esas mismas transformaciones. Esa clase se compone, según Florida, por científicos, ingenieros, arquitectos o diseñadores, escritores, artistas, músicos y “aquellos cuya función económica es crear nuevas ideas, nuevas tecnologías y nuevo contenido creativo.” Personas “cuyo trabajo implica no sólo resolver problemas sino plantear problemas.” En la primera edición del libro dice que entonces representaban un 30 por ciento de la fuerza de trabajo de los Estados Unidos —38 millones de trabajadores. La clase creativa, afirmaba Florida, “es también la fuerza clave que está transformando nuestra geografía, encabezando el movimiento de regreso a los centros urbanos y a suburbios cercanos y caminables.” Esta clase tiende a agruparse en lugares —fundamentalmente centros urbanos o suburbios cercanos a sus sitios de trabajo— en los que se ofrecen reunidas tres condiciones que a su vez le sirven a Florida de parámetros para medir su potencial para atraer a dicha clase: tecnología, talento y tolerancia. A esas condiciones suma una cuarta: los activos territoriales, que definen la calidad de un lugar en relación a lo que hay ahí, quienes viven ahí y lo que pasa ahí. Muchas ciudades buscaron transformar y enriquecer esos activos territoriales y así conseguir que siguieran las otras T, atrayendo a la clase creativa y el crecimiento económico que la acompaña. Pero ya en la edición revisada de su libro, Florida apuntaba también que “el surgimiento de un nuevo orden social y económico es una espada de dos filos. Libera energías increíbles que señalan el camino a nuevas rutas para crecimiento sin precedentes y prosperidad, pero también es causa de tremendas privaciones y desigualdad.”
En su nuevo libro, Florida confiesa haberse dado cuenta de que fue “excesivamente optimista.” De que se ha generado “un nuevo tipo de homogeneización de gente adinerada” y que las principales ciudades creativas de los Estados Unidos también eran “epicentros de desigualdad económica” donde se daba un fuerte descenso de la clase media. Florida inicia describiendo cinco dimensiones de esta nueva crisis urbana: primero, la separación cada vez mayor entre las que llama ciudades super-estrella y el resto (dice que sólo seis áreas metropolitanas del mundo, atraen casi la mitad de la inversión en alta tecnología en el mundo y que todas esas ciudades están en los Estados Unidos, excepto Londres); segundo, en esas super-ciudades se da también una super desigualdad entre sus habitantes; tercero, en general en todas las ciudades ha desaparecido la clase media; cuarto, la pobreza, la inseguridad y el crimen han tomado los suburbios y, finalmente, en el mundo subdesarrollado se dan formas de urbanización que no conllevan desarrollo y crecimiento económicos, al contrario. En los capítulos del libro, Florida va analizando algunas de las razones, siempre complejas, de esta crisis urbana: un urbanismo en el que el ganador siempre gana todo, el surgimiento de ciudades para élites, la gentrificación y la desigualdad. En muchos casos resulta claro que era difícil prever todos los efectos de las distintas interacciones entre los diversos factores implicados en el desarrollo urbano de comunidades creativas, desarrollo que ya había calificado Florida en su libro anterior como “un proceso orgánico que no puede dirigirse de manera vertical desde arriba.” En el caso de la gentrificación, por ejemplo, hoy parece evidente que buenas intenciones como el regreso a centros urbanos y la reactivación de la vida de la calle y el comercio local, pueden tener efectos totalmente adversos, como la exclusión de quienes ya habitaban en cierta zona y deben mudarse a lugares que les resulten asequibles, y en un mediano plazo la desaparición de muchas de las características que fueron causa o motivo del proceso de gentrificación. Florida explica también que, con todo y estos efectos, la gentrificación no es el mayor problema de las ciudades hoy, sino que lo es la pobreza en aumento en grandes zonas donde la posibilidad de movilidad socioeconómica se reduce prácticamente a cero. La desigualdad es, pues, un problema aun mayor que la gentrificación. En Nueva York, por ejemplo, pese al éxito que supone la reinvención de esa ciudad tras la grave crisis económica y social que sufrió en los años setenta, la desigualdad en ingresos tiene un índice de 0.54 —donde cero implica que no hay desigualdad y 1 es el máximo. Ese índice es exactamente el mismo que en Suazilandia; no que los pobres neoyorquinos lo sean tanto como los de Suazilandia, sino que la distancia entre pobres y ricos es equivalente.
¿Hay salida a esta crisis urbana? El último capítulo del libro de Florida se llama urbanismo para todos y propone siete pilares del mismo. Primero, hacer que la concentración urbana funcione para todos: “las economías urbanas son impulsadas no por una densidad residencial extrema y torres enormes sino por desarrollos de altura media y usos mixtos que promuevan la mezcla y la interacción.” Segundo, la inversión en infraestructura que favorezca las concentraciones urbanas, sobre todo para la movilidad: “es tiempo, dice, de emparejar el terreno para el transporte masivo reduciendo el subsidio que le damos al automóvil en forma de calles y autopistas.” Tercero, construir vivienda asequible, principalmente para la renta, en respuesta a la menor capacidad económica pero a la mayor necesidad de mudarse de las clases medias y bajas. Pero lo anterior no funciona sin el cuarto punto: transformar los trabajos con salarios bajos en empleos de clase media: “construir una nueva clase media implicaría que todos deberíamos pagar más por los servicios”. El quinto pilar da un paso aun más allá y propone luchar contra la pobreza invirtiendo en la gente y los lugares. Florida habla de educación pública de calidad pero también de la posibilidad de un salario mínimo universal. En sexto lugar, un esfuerzo global para construir ciudades prósperas. Y, finalmente, buscar el fortalecimiento de las ciudades y las comunidades.
Al final, las siete propuestas de Florida para un urbanismo para todos dejan pensando si no se revelarán pronto, cual la confianza en la fuerza transformadora de la clase creativa, como demasiado optimistas. Y no por las siete propuestas en sí, sino por la posibilidad de implementaras todas en un plazo razonable sin que medie un cambio radical en los modelos políticos y económicas dominantes. La creciente automatización de los trabajos más rutinarios y la generación de empleos precarios para la clase media, por ejemplo, son, sin una medida radical como el salario mínimo universal, grandes obstáculos para la disminución de la desigualdad en las ciudades. El inmenso poder que grandes corporaciones trasnacionales y el capital financiero global tienen sobre decisiones de política local y la falta de nuevos y efectivos modelos de participación ciudadana en esas decisiones también puede resultar un estorbo para esos cambios. Y, finalmente, la lógica de extracción sin fin de recursos naturales seguirá teniendo graves efectos negativos en las ciudades y, sobre todo, en la otra cara, oscura y olvidada, de la moneda: el mundo rural, y en eso la relación entre ciudad, comunidad y región se vuelve aun más compleja.
Lo cierto es que, de no darse ningún cambio, la visión que anticipa ciudades en las que los pocos cada vez más ricos se aíslen del resto y los muchos cada vez más pobres se encuentren atrapados en condiciones que no les permitan salida alguna, será más realista que pesimista.
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