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5 junio, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Los barrios populares de las grandes ciudades son, sobre todo, un teatro y un campo de batalla.
Helen Levitt
Todo empezó hace poco más de una semana como una protesta medioambiental para salvar alrededor de 600 árboles del Parque Gezi en el centro de Estambul. Sin embargo, las reiteradas represiones que los manifestantes sufrieron por parte de la policía y la poca cobertura mediática dentro de la prensa local – frente a la internacional –, provocó que el número de personas que apoyaban la protesta aumentase y que el carácter de la la misma pasara de ser de un mayor calado político en contra de las políticas que ha venido desarrollando el Gobierno turco y su Primer Ministro, Recep Tayyip Erdoğan, en el país durante los últimos años. “Ya no se trata de árboles” es una de las frases más mencionadas en los medios los últimos días. El conflicto, a su vez, parece sumarse a otros movimientos sociales similares que han venido ocurriendo en los últimos años, como las revueltas iniciadas en el norte de África, el #15M de España, las protestas estudiantiles en Chile o el movimiento Occupy de Wall Street. No se trata de entrar aquí en discusiones políticas y establecer las relaciones reales o no de este con otros conflictos, así como tampoco quién puede tener razón o no dentro de los ejemplos mencionados. Lo que en este texto se intenta describir, con la dificultad que implica la distancia, es que es especialmente urbana y plantea definir la naturaleza de espacio público, resumida en cuestiones como: ¿a quién pertenece?, ¿quién tiene derecho a tomar decisiones sobre su diseño y gestión?
Si atendemos al caso turco, las protestas se inician, precisamente, como respuesta a la ejecución de un proyecto urbano que pretende la remodelación de una céntrica plaza de la ciudad, para permitir la construcción de un centro comercial cuya imagen trataba de recuperar un edificio de corte clásico desaparecido tiempo atrás. Además, y al parecer, el hecho no tiene un circunstancia menor, pues el espacio estaría además asociado simbólicamente a la izquierda turca, que la utiliza ocasionalmente como espacio de protesta. Así, en apariencia, la intención del proyecto no contendría sólo un proceso de gentrificación, sino que, bajo cierta óptica, es visto como un intento de modificación y destrucción de un lugar símbolico que no controlan. Tal y como apunta el blog Architizer: “los detractores del centro comercial también ven la destrucción del espacio público verde en favor de un desarrollo cada vez más comercializado como un ataque directo a la idea de democracia”, donde la plaza es sustituida como escenario de protesta y transformada en un mero fenómeno de consumo – el proyecto plantea toda la plaza como un soporte comercial –, con una imagen muy determinada de lo que debe ofrecer el centro de la ciudad al turista/consumista a costa incluso de modificar y reconstruir la historia. Y sigue apuntando “La lucha por el espacio público (en Turquía) se ha venido desarrollando de maneras más sutiles, como el aumento de las restricciones sobre el alcohol del cuerpo de ventas bares y restaurantes para eliminar asientos al aire libre”. En definitiva, son leyes que buscan establecer lo que se puede o no hacer, que está o no permitido, a través de una serie de restricciones legales que acaban por manifestarse en el diseño de un espacio proyectado por arquitectos. La propuesta para el centro comercial no es sino que una muestra de lo que debe ser el espacio público desde lo institucional.
Imagen: Arriba: Parque Gezi en la actualidad | Abajo: Proyecto de remodelación del espacio
Todo este fenómeno entronca con las posturas y debates que abrieron y ofrecieron Manuel Delgado y Saskia Sassen durante el último Congreso Arquine. El antopólogo catalán exponía como la definición de espacio público se ha tergiversado y se ha confundido, diferenciando entre el espacio público como hecho vivido y como elemento representado. Para él, “la representación del espacio en la práctica es pura ideología, es el espacio puramente conceptual, cuya naturaleza es que no existe, más que en los planos la maqueta y en la cabeza creativa de un arquitecto que puede especular con las formas y pensar que lo que va a hacer va a determinar los usos, las prácticas y los significados, cosa que nunca es así, las prácticas son las que definen en última instancia el significado de los sitios. Por desgracia, el espacio público como concepto y la forma tiene que ver con ese espacio representado, que solo existe en la representación y que se quiere imponer, sobre el espacio practicado y el vivido”. Por su parte, Saskia Sassen, exponía su idea de las lógicas de expulsión, que si bien se contienen en una discusión más amplia, se pueden ver tanto en las políticas públicas del espacio urbano, en el diseño presentado y en los mecanismos de represión policiales que intentan echar de la plaza a los manifestantes a través del uso de la fuerza: el uso de barricadas, mangueras de agua o la modificación ambiental a partir del uso de gases lacrimógenos, que buscan limpiar la plaza – uno de los elementos más recurrentes en este tipo de movimientos ha sido la aparición de camiones de limpieza – y que evitan la presencia de cualquier elemento no deseado, en este caso personas, se mantenga en la plaza.
La (no) ejecución del proyecto, muestra como la ciudad y el espacio público son soporte para el disenso y la discusión, que cuando se manifiesta en el choque de ideologías acaba por transformarse en un espacio de batalla, tal y como ha ocurrido en mayor o menor medida en muchos de los ejemplos de los últimos años. El espacio público (vivido) se encuentra sometido siempre a una tensión entre un intento de control y un uso que intenta escapar de este y pervertir la naturaleza del espacio proyectado. “La última palabra acerca de para qué sirve y que significa un determinado sitio la tiene el usuario, sus prácticas y apropiaciones que no pueden prever, que tienen que ver con la vida urbana”, dice Manuel Delgado. Lo que abre estos conflictos, más allá de ideologías y conflictos nacidos dentro del contexto turco, es precisamente la conciencia ciudadana sobre poder elegir como usar su ciudad, de ser libres de poder manifestarse, de no estar de acuerdo, de asimilarlo y hacerlo suyo, empoderándolo y manifestado cariño por el espacio y la ciudad. Quizás, la imagen más recurrente y que mejor representa esto sea aquella que muestra como los propios manifestantes reparan y limpian las mismas plazas y calles donde han protestado. Una manera de reivindicarlo como propio. De establecer lo común frente a una imagen impuesta de ciudad.
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