Gobierno situado: habitar
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14 septiembre, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Viernes 13 —de esos que en las películas de terror son los peores— al cinco para las 11 hora local —estoy en Chihuahua y el aire acondicionado de mi cuarto no funciona; ya se siente el calor. En lo que termino de preparar una plática leo noticias en la red. Leo que las 12 del día, hora del DF, es el límite fijado por la Secretaría de Gobernación a los maestros para desalojar el Zócalo. También leo sobre Marshal Berman, el autor de Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad, que murió el pasado 11 de septiembre —a los 12 años del ataque al WTC de Nueva York y 40 del golpe de estado en Chile. Pensaba escribir algo sobre el concurso para la curaduría de la participación mexicana en la Bienal de Venecia, pero ya dije casi todo lo que tenía que decir y la mezcla de noticias —Berman y la CNTE— me hicieron cambiar de opinión. O tal vez sea culpa del maldito calor en este cuarto donde, por sabia decisión del arquitecto, no se puede abrir la ventana.
Berman al inicio de su famoso libro hablaba de la modernidad como esa promesa —incumplida dirá después Habermas— de aventura, poder, gozo, crecimiento y transformación de nosotros mismos y del mundo, pero que por otro lado es también una amenaza de destruir todo lo que tenemos, sabemos y somos. La modernidad, como una etapa histórica y cultural, se desdoblaba para Berman en dos: la modernización: el empuje casi ciego hacia el crecimiento y el cambio continuo, y el modernismo: la respuesta intelectual y artística a tal impulso. Para Berman la crisis de la modernidad se debe a que la modernización va sola sin que ningún modernismo crítico le haga frente. Y no es que el modernismo pueda contener o transformar la modernización, pero el intento se hacía.
Al mismo tiempo que escribo lo anterior —ya pasaron 20 minutos: son las 12:15 en el DF— leo que los maestros iniciaron el retiro de suplantón —curiosa palabra que, con tintes negativos, califica las protestas en México: no ocupamos, no nos indignamos, no nos rebelamos: nos plantamos, como vegetales inertes que sólo estorban: mala hierba. Y leo también los, hasta ahora, 36 comentarios de los lectores. La mayoría aplaude el retiro, lamenta la tibieza de las autoridades o simplemente insulta: seudomaestros, nacos, hasta que sacaron a esos animales del zócalo, se hubieran quedado para que los sacaran a golpes. La furia de los imbéciles —leo también en un texto publicado en Letras Libres.
A la queja por la mala educación se suma ahora el repudio a los bloqueos. La clase media —esa borrosa entelequia mexicana— repudia sobre todo el atentado a la libertad de tránsito que suponen las acciones de los maestros —aunque habría que acotar: la limitación del libre tránsito sobre todo en automóvil particular.
Vuelvo a Berman. En un video. Éste cuenta una anécdota sobre Le Corbusier. En un bello pasaje —dice Berman— el arquitecto recuerda con nostalgia el tiempo cuando podía caminar por las calles, a medio arroyo, contrario a esos días —los suyos pero también los nuestros— en que la calle se ha vuelto territorio exclusivo del auto. Le Corbusier, sigue Berman, se pregunta qué podemos hacer. La respuesta: si no podemos vencer al auto seamos uno con él y así mata a la calle sustituyéndola por autopistas. Le Corbusier, concluye Berman, es probablemente el más grande metafísico de la autopista. Que la calle muera implica la muerte —o la condena— de todo lo que no sea pura circulación y de todo lo que se oponga al simple flujo: vendedores y maestros que protestan, pero también peatones y niños que juegan, bicicletas, perros y hasta pelotas. La nueva calle es de todos, siempre y cuando vayan en coche.
12:49. Algunos maestros ya dejan el Zócalo, se van al Monumento a la Revolución. Otros, menos, se quedan, resisten —más allá de lo que pensemos de su posición y sus reclamos, lo suyo es una forma de resistencia. Se resisten al movimiento —¿no es eso, el movimiento, el sustento ideológico del presente sexenio? Estorban, dicen unos, el cambio y la modernización —en el sentido que le daba Berman. No quieren ver que para que el país realmente avance necesitamos buenos maestros, calificados, evaluados, dispuestos a educar bien a nuestros niños, que sin duda son el futuro de México. Y también estorban el libre tránsito: la máxima libertad de cualquier ciudadano del mundo moderno: moverse en su coche —aunque pueda llegar en el mismo tiempo o hasta más rápido de otra manera. Esos maestros —seudomaestros, les dicen— sólo quieren defender sus mezquinos intereses —su puesto y el derecho de heredarlo— y no piensan en el bien común —la educación y el uso del auto, no se si en ese orden. No entienden que para mejorar sólo necesitamos evaluar a los maestros y contratar a los mejores —si no son suficientes siempre podremos importarlos de Finlandia. No aceptan que la ciudad es de todos, pero especialmente de nosotros, sea ese nosotros los automovilistas, o los que tenemos que llegar al aeropuerto a riesgo de perder el vuelo, o los que sí trabajamos para poder pagar las colegiaturas de nuestros niños —¡qué horror pensar que los termine educando en una escuela pública uno de esos! Atrás, afuera con los otros.
Y vuelvo a Berman: ¡cómo nos hace falta el modernismo para pensar críticamente esa modernización que nunca podrá cumplir, así: sola, todo lo que promete, pues ya sabemos qué se llevó el viento: todo lo sólido ya disuelto!
P.S. Son las 5:47 pm hora del DF. Mi cuarto sigue sin aire acondicionado pero hace menos calor o ya me acostumbré. Afuera, en una tienda de botas que veo desde mi ventana que no abre, suena a todo volumen Selena, en paz descanse. A las 2 de la tarde el doctor Mondragón —que inevitablemente me hace pensar en aquella banda de la movida madrileña— dio a los maestros un par de horas para retirarse. Pasadas las cuatro las fuerzas del orden iniciaron el operativo para recuperar nuestra plaza y así podamos todos conmemorar orgullosos los días patrios, que no de otra cosa se trataba: que te hagan perder un vuelo pasa, pero que te impidan sumar tu voz al vivan los héroes que nos dieron patria es ir demasiado lejos. Tal vez por el morbo leo algunos de los, hasta ahora, 65 comentarios de los lectores a la nota del Reforma sobre la toma del Zócalo por la Policía Federal: lo hubieran hecho desde el primer día, ya se fueron los indios, gorilas, analfabetos, primitivos, que se regresen a ese estado de progreso y bienestar que es Oaxaca y no regresen más. La sintaxis de muchos de esos comentarios no permite presumir que los lectores se ejerciten en la lectura más de la que ellos suponen hacen los maestros. Pero ya estamos en paz. A partir del lunes, bueno: martes —respetemos las fiestas— la educación pública en México será otra cosa y el Zócalo volverá a ser una de las plazas más bellas del mundo. Así sea.
Fuente imagen: CNN México
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