Alonso Ruizpalacios: el mundo es una cocina
“Las cocinas son lugares absolutamente jerárquicos en donde todo el mundo defiende con celo su espacio”, dice Alonso Ruizpalacios, que [...]
9 enero, 2025
por Carlos Rodríguez
Se buscan lugares para tantas cosas. Por ejemplo una habitación propia para poder escribir novelas, como dice Virginia Woolf. O un cuarto con tina: “no lo sé, pero, para mí, evoca a la Italia antes de la guerra. Me parece haber escuchado que, allá, se pueden rentar cuartos así, con tina. Camera con bagno. Yo nunca he estado en Italia. Ya ni siquiera me acuerdo quién me contó eso. Pude haberlo visto quizás en alguna película, leído en algún libro. O haberlo traducido incluso”, dice la protagonista de la novela de Hélène Rioux Cuarto con tina (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022), traducida por Roberto Rueda Monreal, que busca un lugar para estar sola, un espacio que la salve de la monótona perfección de su vida en pareja. Si fuera posible elegirlo, ¿cómo elegir un lugar para morir? En La habitación de al lado (2024), la nueva película de Pedro Almodóvar, dos amigas, Martha (Tilda Swinton) e Ingrid (Julianne Moore), se mudan a una casa en medio del bosque donde la primera va a terminar con su vida; la otra va a ser más que un testigo, va a acompañarla en sus últimos días.
Como algunas de las mejores películas del creador español, por ejemplo Hable con ella (2002), La habitación de al lado sucede en un hospital, pero sólo en la primera parte. La habitación de la clínica es el lugar donde ocurre el reencuentro entre las amigas. El primer largometraje en inglés de Almodóvar se opone al estilo desmesurado y excesivo que lo encumbró. Es un filme crepuscular en el fondo, glacial en la forma. Luego de recibir la noticia de un cáncer terminal, Martha decide morir dignamente en un lugar que la distancie del recuerdo de los días felices. Para ello renta una casa cerca de Woodstock, lejos de su departamento en Manhattan, Nueva York. En realidad la mansión donde se filmó la película está en San Lorenzo El Escorial, un pueblo cerca de Madrid. La casa Szoke, nombre de la propiedad, fue proyectada por Aranguren & Gallegos Arquitectos, la oficina que conforman María José Aranguren y José González Gallegos.
Como se puede ver a través de las imágenes de Eduard Grau, cinefotógrafo, la opulenta casa se compone de una serie de volúmenes geométricos irregulares que se conectan y ajustan a la pendiente natural del terreno, en la falda sur del Monte Abantos. Más que un capricho arquitectónico por parte del director, la elección de la casa conlleva una reflexión idiosincrática de los personajes. Martha e Ingrid son amigas desde la juventud, ambas trabajaron en la misma revista, pero el curso de sus vidas y actividades las separó. La primera se dedicó al periodismo como reportera de guerra; la otra a la ficción, es escritora. La vida de Martha ha estado marcada por la muerte, la destrucción y el aniquilamiento, ha sido testigo de las atrocidades de Bosnia e Irak. Ingrid, por su lado, escribió un libro exitoso en el que narra su temor a la muerte. En ciertas secuencias, Almodóvar muestra sus respectivos departamentos neoyorquinos. La calidez de esos espacios, la abundancia de objetos, curiosidades y ornamentos –incluido el lugar donde apenas se está mudando Ingrid, en el que predomina el color rojo y el mobiliario de estilo vintage, “amueblado con cosas de la basura”, bromea uno de sus amigos– sugieren que las dos tienen vidas ricas e intensas. La profusión de sus moradas se opone a la frialdad de la mansión. Sus bloques están abiertos a la naturaleza, a través de ventanales descomunales se integra el exterior a la intimidad, creando una atmósfera fría que se resiente en los rostros pálidos de las actrices. Tal es la decisión arquitectónica de Martha como escenario para morir por elección propia. También ha elegido a Ingrid para que la acompañe en sus últimos días. A pesar de los miedos, su amiga acepta hacerle compañía. El gesto de Ingrid es tan raro como la nieve rosa que ambas observan caer desde la ventana del hospital, que muestra un panorama poético y desolado de la ciudad de Nueva York y que la cámara capta desde las espaldas de las actrices.
El vidrio abunda en toda la película. El vidrio de las ventanas funde los rostros de ambas mujeres, el semblante serio de Tilda Swinton decidida a ponerle un alto a su enfermedad incurable y el gesto ahogado de pánico de Julianne Moore, con el paisaje exterior. A través de los ventanales y captadas desde fuera de la mansión, las siluetas de las amigas son apenas un destello, un vislumbre, la fragilidad representada por la luz. La muerte es el vidrio, la muerte que media entre ellas. En La habitación de al lado la transparencia del cristal supone la inmaterialidad a través de la materia, un presagio de la muerte, el desvanecimiento, palidecer. Así es el fin para Almodóvar. Los ecos de esta evanescencia surgen de nuevo en la escena de la terraza en la que Ingrid cree que su amiga finalmente ha llevado a cabo su propósito; detrás del ventanal, la figura fantasmal de Martha aparece de nuevo y se vuelve a encarnar al descorrerse la estructura. Ha sido una terrible confusión que anticipa su muerte, un ensayo, dice ella, de manera socarrona.
Por supuesto que hay más que vidrio y ventanales, en el interior de la casa Martha e Ingrid se reconocen, ríen, discuten, se exasperan. La casa de La habitación de al lado es una especie de refugio, el rescoldo de un mundo que también está muriendo y al que se aferra con esperanza Ingrid, a pesar de todos los problemas sociales, políticos e incluso climáticos que discuten y que saben con certeza que apuntan al colapso. En la fúnebre despedida todavía queda tiempo para volver a las películas y recurrir a la colección de DVD’s de la casa, y de esta forma divertirse con la comedia Seven chances (1925), de Buster Keaton, y anticipar lo inevitable con The Dead (1987), nada más y nada menos que el canto de cisne de John Huston.
El opaco final de La habitación de al lado recuerda los finales ambiguos del Chabrol de los años sesenta y también las simetrías propias del cineasta español, especialmente las que establece entre madres e hijas biológicas como Marisa Paredes y Victoria Abril en Tacones lejanos (1991). O madres e hijas que se adoptan mutuamente, como Cecilia Roth y Penélope Cruz en Todo sobre mi madre. La llegada de la hija de Martha es un giro de tuerca absolutamente almodovariano, aunque el director se contiene y sólo lo utiliza como un espejo extraordinario. Michelle es idéntica a su madre, pero ¡esperen un momento!, es pelirroja y tiene una imagen muy similar a la de Julianne Moore cuando era joven. Es un reflejo, una adopción maternal, sí, y también una herencia, como dice Ingrid.
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