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Columnas

La fotografía de la ciudad

La fotografía de la ciudad

14 febrero, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Nacido en Milán, Gabriele Basilico (1944-2013) estudió arquitectura —Aldo Rossi fue uno de sus maestros— pero desde muy pronto se dedicó a la fotografía. Sus imágenes en blanco y negro de paisajes urbanos, prácticamente deshabitados, son quizás de las mejores descripciones de la ciudad contemporánea, sea Berlín o Beirut, haciéndonos pensar al mismo tiempo en los grabados de Piranesi —”indudablemente mis fotos de Beirut entran con relación a las ruinas piranesianas” escribió el mismo Basilico [Architetture Città, Visioni, (Milán: Mondadori, 2007)].

Basilico narra que “en 1963, cuando, timidísimo, frecuentaba los primeros cursos de la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán, la fotografía no era parte de mis proyectos para el futuro”. De esos años, Basilico destaca la figura de Aldo Rossi y su La arquitectura de la ciudad, de 1966. Basilico destaca “el procedimiento analítico de Rossi de confrontar los edificios singulares con el tejido urbano, de dar profundidad a la historia en el diálogo con lo moderno (en otras palabras, de restituirle un sentido de continuidad vital a la tradición)” y la noción de hecho urbano. Esa influencia de Rossi y de su atención a lo urbano sobre el edificio singular, es visible en el trabajo fotográfico de Basilico, quien también se reconoce deudor del trabajo riguroso y sistemático, casi obsesivo, de Bernd y Hilla Becher.

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De la fotografía como registro, como catálogo de nuestro entorno, Basilico llega a darse cuenta que su tema “no eran las obras construidas por el hombre, sino también y sobre todo la relación fuerte entre las obras del hombre y el espacio”. Un espacio que sólo puede sacarse a la luz –fotografiarse pues— mediante “una mirada lenta, una mirada hiperanalítica, que para ver y representar lo que tenía enfrente, necesitaba de un tiempo dilatadísimo”. El interés de Basilico en sus desoladas y precisas composiciones era, dice, “hacer salir al espacio de la fotografía, transgredir la convención del margen”.

La mirada lenta y construcción de ese espacio infinito, más allá de los límites de la fotografía, dependían en buena medida, para Basilico, de la mecánica de su máquina. Prefería trabajar con una cámara que le impusiera “un procedimiento lento y poco contemporáneo,” pero que le permitía “tomar consciencia del espacio”: “la máquina de gran formato, con tripie, y con su tiempo lento de preparación, ayuda a ver con los ojos y no con la cámara, habitúan a ver para fotografiar. En cierto sentido, la técnica y el modo de «observar », estrechamente conectados, imponen un modelo de comportamiento”. Por eso una de sus máximas era que “el fotógrafo debe siempre estar atento a no contradecir lo que el ojo ve”.

Con todo y sus imágenes que muestran toda ciudad como una ruina en potencia —como si en el pasado de toda ciudad estuviera la roma de Piranesi y en su futuro el Beirut del mismo Basilico—, no pensaba que la imagen revelara más que lo que podía narrarse, que la imagen valiera por mil palabras: “creo —escribió— que la escritura en general y sobre todo la narración, tienen un poder de evocar, describir y reinventar un lugar mejor que cuanto pueda hacer una imagen”. La ciudad es como un libro que debe leerse por entero, dijo Basilico, uno de sus mejores lectores contemporáneos.

Milano. Ritratti di fabbriche, 1978-1980 | 2008

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Hay que mirar la atmósfera: encontrar el lugar, la hora, el momento, la luz … Y luego, por encima de todo, aplicar un concepto muy simple, en contraste con la noticia: la espera. El problema no es tomar fotos en una plaza sin presencia humana, el problema no es tomar una foto en una situación estática, sino con algo que se sabe que va a estar allí, o que ha habido un momento antes. La “suspensión de la mirada”, en donde todo se ralentiza, y espera “escuchar”. En algún momento llegará el tiempo, y el tiro. Siempre digo que en mis fotografías hay un momento decisivo, detener la lentitud también lleva su tiempo.
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