Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
24 enero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 24 de enero de 1862, nació en Nueva York la hija de George Frederic Jones y su esposa, Lucretia Stevens Rhinelander, Edith. La familia Jones Rhinelander viajó por Europa entre 1866 y 1872, cuando regresaron a Nueva York. Educada por tutores y maestros particulares, Edith era una lectora voraz. En 1885, cuando tenía 23 años, se casó con Edward Robbins Warthon, doce años mayor que ella. Ya con su nombre de casada, Edith Warthon publicó muchas novelas y cuentos, como The House of Mirth o The Age of Innocence, y fue nominada varias veces para recibir el Nobel de Literatura.
En 1891 Edith y Edward Warthon contrataron al joven arquitecto Ogden Codman. Un año menor que ella, Codman nació en Boston el 19 de enero de 1863, entre 1875 y 1884 vivió en Francia con su familia y estudió arquitectura en el MIT. Los Warthon le encargaron la remodelación de su casa en Newport. En su autobiografía, Wharton escribió:
El exterior de la casa era horrible, pero logramos darle cierta dignidad; y, hacia dentro de las puertas, había interesantes posibilidades. Mi esposo y yo las hablamos con un joven e inteligente arquitecto de Boston, Ogden Codman, y le pedimos que alterara y decorara la casa —algo así como un nuevo comienzo, dado que los arquitectos de aquellos tiempos veían con desprecio la decoración de casas como una rama de la costura, y dejaban el campo libre a tapiceros, quienes llenaban cada habitación de cortinas, visillos, jardineras de plantas artificiales, inestables mesitas cubiertas de terciopelo y ensuciadas con chucherías de plata y festones de encaje en manteles y carpetas.
La palabra tapicero traduce upholsterer, que en sus orígenes medievales indicaba la persona a cargo de colocar y colgar —up-hold— los tapices y más tarde, por añadidura, de seleccionar la decoración: todo aquello sobrepuesto al espacio y que lo convierte propiamente en un interior habitable. En Curtain Wars: Architects, Decorators and the 20th century Domestic Interior, Joel Sanders explica que lo común en esas épocas era que los interiores de las casas de las clases altas fueran “vestidos (outfited) no por los arquitectos que las diseñaban sino más bien por tapiceros —comerciantes que supervisaban las actividades de artesanos calificados que incluían ebanistas y tejedores de tapices. Refiriéndose a la fricción que naturalmente resultaba de esta división del trabajo, muchos escritores, incluyendo a Nicolas le Camus de Mézières (en 1780) y William Mitford (en 1827), lanzaron la misma queja: los tapiceros corrompen la integridad espacial de los edificios. Esas tensiones resurgieron a fines del siglo XIX cuando una nueva figura, el decorador profesional, apareció en escena, usurpando el lugar del tapicero. Contratados para coordinar y ensamblar los elementos de los interiores residenciales, los primeros decoradores eran generalmente amateurs, mujeres autodidactas de prominentes familias que, como la novelista Edith Wharton y la diseñadora Elsie de Wolfe, compartían su buen gusto con sus pudientes amigos y pares.” El que los interiores fueran así vestidos explica en parte ese dejo de desprecio, mencionado por Wharton, con que la decoración era vista “como una rama de la costura” –y también, quizá, que muchos años después distintas casas de moda siguieran a Ralph Lauren, quien en 1984 lanzó su línea de productos “para el hogar”: vestidos pret-a-porter para el interior doméstico.
La relación entre Edith Warathon y Ogden Codman fue buena. Ella escribe en sus memorias que él compartía su disgusto por los excesos suntuosos y pensaba, como ella, que la decoración interior debía ser simple y arquitectónica. “Viendo que teníamos la misma visión llegamos, no se bien cómo, a la idea de ponerla en un libro.” Siete años después de la casa, en 1898, publicaron The Decoration of Houses, considerado por algunos como uno de los primeros libros sobre decoración e interiores dedicado al gran público en lengua inglesa y que pretendía establecer el estatus de la decoración como parte integral de la arquitectura y no como un género menor. Al principio de su libro Wharton y Codman escriben que “las habitaciones pueden ser decoradas de dos maneras: mediante la aplicación superficial de ornamento totalmente independiente de la estructura o mediante el uso de las características arquitectónicas que son parte del organismo de toda casa, por dentro tanto como por fuera.” Cuál de esas dos maneras piensan los autores que sea la mejor queda claro, incluso antes de la introducción, con la cita de La composition decorative (1885), del arquitecto francés Henri Mayeux, que sirve de epígrafe a la obra entera: “una forma debe ser bella por sí misma y no debe jamás contar con la decoración aplicada para salvar las imperfecciones.”
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