Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
25 octubre, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Hoy, jueves 25 de octubre, inicia la consulta sobre dos aeropuertos: el que ya se construye en Texcoco y el que se presenta como opción a éste, en Santa Lucía.
En Arquine hemos seguido el tema desde que hace cuatro años se hizo público el proyecto y la manera como se presentó. Nos preguntamos sobre las posibilidades que se abrirían al quedar libre el terreno que hoy ocupa el actual aeropuerto de la Ciudad de México, convocando un concurso para ese tema. Hemos publicado algunos análisis sobre opciones para su localización y comentarios a propuestas alternativas en el mismo sitio. Volvimos al tema cuando se avivó durante la campaña electoral y presentando disyuntivas. Varios hemos vuelto a la posibilidad de un lago o un sistema de lagunas que hoy algunos niegan con una pregunta casi cínica: ¿cuál lago?, aplaudiendo el triunfo del concreto. Se ha hablado aquí de participación en grandes proyectos. Contra quienes ven en esta decisión un asunto de técnicos y especialistas, yo sostengo que es fundamentalmente un tema político, aunque la consulta como hoy se plantea resulta problemática, apresurada y engaña al plantear una disyuntiva entre sólo dos opciones, difícilmente comparables con los datos que tenemos hoy. Otros encuentran la consulta “tóxica” e incluso “antidemocrática“, con lo que discrepo.
Como con otros temas, hemos dado espacio a distintas voces, buscando argumentos. A diferencia de otras ocasiones, en que muchas opiniones han convergido, en ésta son divergentes y diría que ni siguiera se unen en dos bandos: hay quienes cuestionan el aeropuerto en Texcoco sin estar convencidos de la opción en Santa Lucía o quienes apoyan la participación pero dudan de la consulta como se ha organizado. Estas divergencias, sin duda, son sólo una muestra de las que se dan en la sociedad e incluso entre expertos. Auténticos expertos, diré, pues dudo de que, en general, el gremio de los arquitectos tenga algún saber particular que le de más valor en este tema a sus opiniones y repetiré que pienso que se trata de una decisión fundamentalmente política, informada y sustentada por datos técnicos. Que sea política quiere decir que implica una toma de posición, que quien habla de “desarrollo y progreso”, al igual que quienes cuestionamos esa visión, lo hacemos desde una convicción ideológica, a veces no reconocida y que la técnica a la que se apela está en función de una idea de cierto futuro compartido —o no tanto. Que sea política implica que el saber aquí en juego es distinto al que acumulan los expertos, que por supuesto no es desdeñable, y que las consecuencias que las decisiones que tomemos pueden tener son distintas y acaso más graves que las que nos advierten: no sólo la crisis económica con que se nos amenaza, sino la posibilidad auténtica de plantear otras maneras, democráticas y colectivas, de tomar las decisiones importantes que nos afectan a muchos —cuando muchos de esos afectados han sido excluidos desde hace años tanto de la posibilidad de decidir como de los supuestos beneficios de las decisiones tomadas. Así, participar en la consulta o no hacerlo resulta hoy una decisión quizá tan importante como aquella entre un aeropuerto y el otro, pero quizá también habrá que entender que esa decisión es sólo el inicio de lo que deberá ser otro modo de plantear proyectos de “desarrollo” urbano o regional.
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