José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
9 noviembre, 2016
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
La contribución de Willie Colón, Héctor Lavoe y Rubén Blades a la salsa fue la violencia y la denuncia. Durante la década de los setenta, construyeron una suerte de imaginario en torno al migrante latinoamericano que habita las ciudades de Estados Unidos. En el trabajo gráfico de algunos discos colaborativos puede observarse una sátira (y toda sátira, cuando está bien construida, funciona siempre como un comentario social) del gánster y del asesino. Manteniendo como telón de fondo a la ciudad, enmarcadas en una posible periferia urbana, las portadas de Cosa Nuestra (1970) o Crime Pays (1972) dejan como protagonista a un latinoamericano criminal, a ese agente externo que comienza a invadir la ciudad y que representa la razón principal por la que los barrios, siempre habitados por migrantes o minorías raciales, son ese territorio fragmentado y peligroso de la precariedad y de la economía informal. Con esta tríada, la salsa encontró otras posibilidades además de la tropicanía y el exotismo. Traduciéndola a los términos de la violencia urbana, los sonidos adquirieron una densidad absolutamente nueva para el género.
https://www.youtube.com/watch?v=Wb6Q6E-LHPg
Revisando los trabajos tempranos de estos compositores, y a la luz de los resultados políticos que nos encontraron, más que desprevenidos, bastante ingenuos, resulta pertinente volver a escuchar un ícono: Pedro Navaja, contenida en el disco Siembra (1978) firmado por Colón y Blades. Además de encarnar un logro compositivo (la duración del tema, formalmente, fue toda una experimentación que trastocó los límites de la salsa), la muy escuchada Pedro Navaja funciona como una narrativa en torno a los barrios marginales de Estados Unidos. Trasunto de Mackie Messer de Kurt Weil y Bertolt Brecht, la historia de la canción está situada en Nueva York. Inicia con el eco de ambulancias y con sonido ambiente del habla latinoamericana, una probable disonancia para ciertos habitantes de Estados Unidos. Después, se nos presenta al personaje:
Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar
con el tumbao que tienen los guapos al caminar.
Las manos siempre en los bolsillos de su gabán
pa’ que no sepan en cual de ellas lleva el puñal.
Más allá de la esquina en la que se encuentra Pedro Navaja, una prostituta padece una jornada floja de trabajo:
Como a tres cuadras de aquella esquina
una mujer va recorriendo la acera entera por quinta vez.
Y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar
que el día está flojo y no hay clientes pa’trabajar.
Pedro Navaja se abalanza sobre la prostituta y comienza a apuñalarla. La prostituta se encontraba armada, y saca un revólver de su bolso. Logra darle a Pedro Navaja, pero ella cae también, “herida a muerte”. “No hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró”, se nos narra. Se escuchan después algunas estadísticas (“8 millones de historias tiene la ciudad de Nueva York”, reporta Blades), más ecos de ambulancias, reportes aéreos sobre las personas muertas y anónimas que se encontraron en aquella calle, y un coro amargo: i like to live in America.
Como dice el mensaje principal de la canción, la vida te da sorpresas, sorpresas te la vida, ay Dios: Donald Trump es el nuevo presidente de los Estados Unidos. Más allá de su discurso xenófobo y racista, ¿su gestión modificará las condiciones y el destino de los migrantes y de las ciudades que habitan? 38 años median entre la “ficción” de Colón y Blades y las elecciones del día de ayer. Y persiste la segregación urbana hacia las poblaciones latinoamericanas y racialmente minoritarias (ver la ponencia de Nadine Maleh respecto a Brownsville, barrio neoyorkino, presentada en el Simposio Internacional Niñas y Niños por el Derecho a la Ciudad). También, en una vista mucho más general, Estados Unidos tampoco ha abandonado sus ideologías racistas, su perspectiva política de mirar al otro como el intruso que intoxica los esplendores de la nación, su idea sobre el migrante como un invasor que hurta recursos y trabajos. Aunado a las condiciones de los migrantes, ¿no acaso leemos con mayor constancia sobre asesinatos por parte de policías a ciudadanos negros? No es que Donald Trump vaya a iniciar un orden totalmente ominoso, el ahora gobernador no constituye el quiebre de la historia como la conocemos, una historia que comienza a tener sus propios avances sociales en materia de inclusiones: el conservadurismo, la supremacía blanca, las aspiraciones a prohibir toda forma de migración habían estado siempre ahí.
Probablemente, considerar a Trump como el único emblema del totalitarismo sea desentendernos de todas las ideologías que oprimen día a día a la ciudadanía migrante. Más allá de temer ante un posible destino, convendría mirar a los migrantes que habitan las ciudades de hoy, indocumentados o “legales”, y preguntarles cómo han vivido todo este tiempo, con o sin Donald Trump. Tal vez los relatos de Colón, Blades y Lavoe permanezcan vigentes.
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