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La casa Wittgenstein

La casa Wittgenstein

26 abril, 2013
por Aura Cruz Aburto | twitter: @auracruzaburto | instagram: @aura_cruz_aburto | web: academia.edu

“Se llevó con él la mitad de mi vida. El diablo se llevará la otra mitad”, escribió el filósofo Ludwig Wittgenstein (26 de abril 1889 – 29 de abril 1951) a Bertrand Russell en una de sus cartas de 1920 sobre la muerte de David Pinsent, un matemático y amigo de quien el filósofo había estado profundamente enamorado. La Primera Guerra Mundial los separó y frustró su reencuentro. Muy a su manera, Wittgenstein alcanzó a dedicar a Pinsent su primera gran obra, el Tractatus Logico-Philosophicus, misma que encontraría varias dificultades en años posteriores para verse publicada. El Tractatus es, filosóficamente hablando, una de las obras que representan un antes y un después. Concebidas durante la guerra, influidas por las palabras de Tolstoi y por los pensamientos que el filósofo albergó en la oscuridad de la noche del Río Vistula que se tragaba al Goplana (la embarcación militar a la que estuvo asignado), palabras que cimentaron al lenguaje como espejo del mundo real tuvieron una fría recepción.

Gretl Wittgenstein, la hermana de Ludwig Wittgenstein, denominó “lógica encarnada en casa” a la construcción que su hermano le diseñó junto con Paul Engelmann desde 1926 y cuya construcción terminó hasta 1928. Wittgenstein había dejado atrás los poblados de Trattenbach y Otterthal y su posición como maestro de educación básica, una de las experiencias más abrumadoras de su vida luego de diversos problemas con los alumnos y sus padres debido a la severa disciplina que imponía el filósofo en clase. Gretl esperaba que el proyecto de diseñar la casa pudiera servir a su hermano como una manera de interesarlo en el mundo nuevamente. Y así fue. Wittgenstein puso su concentración total en la construcción de la casa, deteniéndose poco o casi nada a pensar en las comodidades que debía tener para los que habitaran en ella. El ejercicio de llamarse “arquitecto” ayudó al filósofo a salir de su encierro y a colaborar con otros, aunque al principio fuese tan sólo para pelear. Detalles sencillos, como el diseño de las perillas de las puertas, tomaron tan sólo un año y ello habla no únicamente del detalle con el que trabajó Wittgenstein, sino también de su estado mental.

Wittgenstein, el extraño prodigio de Cambridge, explicó poco su trabajo filosófico, e incluso hoy nos vemos en un terreno movedizo para interpretarlo; sin embargo, su aportación es inconmensurable. Entender el lenguaje como “modelos” de la realidad habla de este vínculo entre lo real y lo figurativo, incluso lo poético (y esto es una aproximación sumamente escueta a la tesis central del Tractatus). Mientras que en las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein corrige de base muchos de los conceptos de su primer trabajo, encontramos otra referencia a esta intención figurativa del lenguaje como ciudad, cuando se refiere a las palabras nuevas como edificaciones nuevas en una gran ciudad de estructuras antiguas. La casa de la Kundmanngasse permanece allí, como vínculo terrenal.

por Juan  D. López-Arquillo

La casa que el filósofo Ludwig Wittgenstein (26 de abril de 1889 – 29 de abril de 1951) construyó para su hermana entre 1926 y 1929 en Viena es más conocida por la confrontación interpretativa sobre la misma que por la casa en sí. Entre la casa ideal que un catedrático de Cambridge levantó para su hermana en Corrección de Thomas Bernhard, y la casa que describe Claudio Magris en su viaje por El Danubio, se ha generado una imagen idealizada de casa inhabitable, en el límite entre una verdadera casa y el ideal de la misma. Esta casa se conoce como síntesis física de los rígidos principios del discurso estructuralista, habitualmente leída como “lógica encarnada en casa”, un intento por dotar de orden metalingüístico al elenco material y técnico que es un proyecto de arquitectura.

Mediante una investigación doctoral, la casa es estudiada documentalmente y se descubren textos inéditos que evidencian las contradicciones de una edificación que no es sólo  arquitectura, sino un proyecto de filosofía realizado con técnicas de proyecto arquitectónico. Al ser descubierta contrasta con lo que hasta llegar a la misma opinamos de ella, un proceso de proyecto que, por complejo, es hoy más vigente que nunca. Se presenta así una arquitectura moderna, concebida como volumen, con predominio de la regularidad en la composición, evidencias superficiales que provocan la acusación posmoderna del origen moderno del palais. Sin embargo, una vez experimentada, el reduccionismo global del proyecto es superado por la vivencia atmosférica de sus espacios, inaugurando un goce fenomenológico en el habitar espacial y temporal redescubierto ahora, desde la anulación contemporánea de categorías del estilo.

La casa es, más que una vivienda, un proyecto urbano, pues sobre un promontorio existente se genera un estilóbato para todo el conjunto, jardín-plataforma que a modo de plinto sostiene la casa fuera de la ciudad al introducir en la calle un incremento diferencial de artificialidad que formaliza casa y plataforma como organismo complejo y complementario. Esta actuación estereotómica adapta el terreno existente, realineando las cotas y creando una plataforma sobre la ciudad que posibilita la impronta que el palais tiene en su entorno próximo, mostrándose como una pieza contradictoriamente bien insertada dentro del mismo. El primer proyecto, academicista, de Paul Engelmann, sobre el que se efectúan las transformaciones sucesivas de Wittgenstein, hacen que la casa permanezca actualizada permanentemente por su fijación en el tipo arquitectónico, al igual que La Tourette permanece en el tiempo al asociarse a un tipo histórico que Ronchamp desautoriza.

La acción del filósofo, asumiendo el proyecto inicial y elevando el tono mediante la radical reducción de los materiales usados, hace que el proceso de proyecto no sea el histórico, sino que la forma de la arquitectura surge de forzar el material hasta el extremo conceptual que llega a expresar una configuración material. En la transición entre interior y exterior descubrimos toda una secuencia de conexiones visuales y de acceso que nos hacen establecer una relación inmediata a través de la conformación de sus cerramientos como láminas genéricas sin grosor mostrado, en contacto directo con el interior y exterior sin mayor mediación que los 40 cm de ladrillo macizo revestido por ambas caras. La coherencia entre la noción conceptual, la representación y la realidad, es sin embargo traicionada por el filósofo, que juega a ser arquitecto y descubre que no puede acogerse a una metodología específica de trabajo racionalmente analítico y lineal, pues cualquier decisión pone de manifiesto las posibilidades del condicionante que estimaba esa última decisión como la más adecuada.

Así, la escala no aparenta ser el resultado de una sucesión sintetizada desde un sistema previo de dimensiones –esto es, pensado en digital– sino que se soluciona programáticamente según un sentido previo, localizado en cada enfoque diferencial –operando en analógico–. El ejemplo más representativo serán las manivelas, que se colocan en toda la casa a 154.5 cm del suelo, por lo que están ubicados según la figura de la puerta presupuesta y no a una distancia normal de uso. Solamente esto cambia por completo la escala del espacio. Proyectar será, por tanto, –para el filósofo que juega a arquitecto– una conformación intelectual, que mediante la clarificación de conexiones nos lleva a fijar las analogías, relaciones y campos relacionales que crean la globalidad compleja de un objeto arquitectónico o situación urbana, y es por ello que el palais Wittgenstein es autónomo pero sensible, vacío pero pleno, nihilista pero sensual; y gracias a los contrasentidos que aglutina el proceso y la casa resultante, el individuo positivista de la primera modernidad, Wittgenstein, conforma una casa que no es sólo un proyecto de arquitectura sino un instrumento de investigación que enriquece la percepción que de la realidad se tenía y, con este desplazamiento en su pensamiento nos facilita, aún hoy, el incremento de la riqueza de nuestro mirar.

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