6 marzo, 2018
por Shannon Mattern | Twitter: shannonmattern
Melvil Dewey era Silicon Valley en una sola persona. Nacido un siglo antes que Steve Jobs, era el empresario por excelencia de la Era Industrial. Pero a diferencia de los Carnegie y los Rockefeller, con sus industrias y trabajo pesados, Dewey vendió ideas. Su ambición se reveló temprano: en 1876, poco después de graduarse del Amherst College, registró los derechos de su esquema de clasificación de bibliotecas. Ese mismo año, ayudó a fundar la American Library Association, se desempeñó como editor fundador del Library Journal y lanzó el American Metric Bureau, que hizo campaña para la adopción del sistema métrico. Tenía 24 años. Ya había establecido el Library Bureau, una compañía que vendió (y ayudó a estandarizar) los suministros de bibliotecas: muebles, equipo para visualización y almacenamiento y los equipos para administrar la circulación de los materiales de la colección. Su catálogo (que más tarde incluiría otra invención de Dewey, el archivo vertical colgante) representaba la biblioteca como una “máquina” para elevarse e ilustrarse que permitía enfoques proto-tayloristas para la educación pública y la provisión de servicios sociales. Como bibliotecario en jefe del Columbia College, Dewey estableció la primera escuela especializada en bibliotecas, llamada, en particular, la Escuela de Economía Bibliotecaria, cuya primera clase era 85% femenina; luego llevó la escuela a Albany, donde dirigió la Biblioteca del Estado de Nueva York. En su tiempo libre, fundó el Lake Placid Club y ayudó a ganar la candidatura para los Juegos Olímpicos de Invierno de 1932.
Dewey estaba así simultáneamente en el negocio del mueble, el negocio de suministros de oficina, el negocio de consultoría, el negocio editorial, el negocio educativo, el negocio de los recursos humanos y lo que hoy podríamos llamar el negocio de las “soluciones de conocimiento”. No sólo reconoció el potencial de lucrativo y de promoción cruzada de su trabajo en esos campos sino que también vio cómo cada uno sería mejor para lograrlo. Su carrera (que no estuvo exenta de controversias) encarnaba la creencia en que los sistemas de clasificación y las normas de etiquetado, el diseño de muebles y las personas funcionan mejor cuando trabajan para el mismo fin, es decir, que los sistemas intelectuales y materiales y las prácticas laborales se construyen y se refuerzan mutuamente.
Las bibliotecas actuales, versiones de la era Apple de la institución Dewey/Carnegie, continúan materializando, en diversas escalas, sus estructuras burocráticas y epistémicas subyacentes, desde el diseño de sus interfaces web hasta la arquitectura de sus edificios y la conexión en red de sus infraestructuras técnicas. Esto ha sido cierto para las instituciones del conocimiento a lo largo de la historia y también lo será para nuestras instituciones futuras. Propongo que pensar en las bibliotecas como una red de infraestructuras integradas, que se refuerzan mutuamente y que evolucionan —en particular las infraestructuras arquitectónicas, tecnológicas, sociales, epistemológicas y éticas— puede ayudarnos a identificar mejor a qué funciones queremos que sirvan y qué se puede esperar razonablemente de ellas. ¿Qué ideas, valores y responsabilidades sociales podemos sostener dentro de los sistemas materiales de la biblioteca: sus paredes y cables, estanterías y servidores?
Durante milenios, las bibliotecas adquirieron recursos, los organizaron, los conservaron y los hicieron accesibles (o no) a los usuarios. Pero las formas de esos recursos han cambiado: de pergaminos y códices a discos de vinilo o laser, libros electrónicos, bases de datos y conjuntos de datos abiertos. Las bibliotecas han tenido al menos que comprender, si no es que convertirse en un nodo clave dentro de la evolución de los sistemas de producción y distribución de medios. Considérense la scriptoria medieval, donde se produjeron los manuscritos; la evolución de la industria editorial y el comercio de libros después de Gutenberg; el auge de la tecnología de la información y sus redes de cables, protocolos y regulaciones.[1] En cada etapa, el contexto espacial, político, económico y cultural en que las bibliotecas funcionan ha cambiado; por lo que continuamente se reinventan a sí mismas y a los medios por los cuales brindan esos servicios de información vitales.
Las bibliotecas también han asumido una serie de funciones sociales y simbólicas en constante cambio. Se espera que simbolicen la eminencia de un gobernante o un estado, para vincular integralmente “conocimiento” y “poder” y, más recientemente, para servir como “centros comunitarios”, “plazas públicas” o “tanques de ideas”. Incluso estas metáforas aparentemente modernas tienen historias profundas. La antigua Biblioteca de Alejandría era un laboratorio de ideas prototípico[2] y los primeros edificios Carnegie de la década de 1880 eran centros comunitarios con piscinas y baños públicos, boleras, salas de billar, incluso estantes de rifles, así como pilas de libros.[3] Cuando el programa de financiamiento Carnegie se expandió internacionalmente a más de 2,500 bibliotecas de todo el mundo, el secretario James Bertram estandarizó el diseño en su folleto de 1911 “Notas sobre la erección de edificios de bibliotecas,” que ofreció a los beneficiarios una selección de seis modelos, que se piensa eran obra del arquitecto Edward Tilton. Notablemente, todos ellos incluyeron una sala de conferencias.
En resumen, la biblioteca siempre ha sido un lugar donde las infraestructuras de información y sociales se cruzan dentro de una infraestructura física que (idealmente) apoya ese programa.
Ahora estamos viendo el surgimiento de una nueva metáfora: la biblioteca como “plataforma.” Una palabra de moda que se refiere a una base sobre la cual los desarrolladores crean nuevas aplicaciones, tecnologías y procesos. En un influyente artículo de 2012 en el Library Journal, David Weinberger propuso que consideremos las bibliotecas como “plataformas abiertas,” no sólo para la creación de software, sino también para el desarrollo del conocimiento y la comunidad.[4] Weinberger argumentó que las bibliotecas deberían abrir sus colecciones enteras, todos sus metadatos y cualquier tecnología que hayan creado y permitir que cualquiera construya nuevos productos y servicios sobre esa base. El modelo de plataforma, escribió, “enfoca nuestra atención desde el aprovisionamiento de recursos al fomento” —las “desordenadas y ricas redes de personas e ideas”— que “esos recursos engendran.” Así, la antigua Biblioteca de Alejandría, parte de un museo más grande con jardines botánicos, laboratorios, viviendas y comedores, era una plataforma no solo para la traducción y copia de innumerables textos y la compilación de una magnífica colección, sino también para el lanzamiento de obras de Euclides, Arquímedes, Eratóstenes y sus pares.
Sin embargo, la metáfora de la plataforma tiene sus limitaciones. Por un lado, huele a la epistemología empresarial de Silicon Valley, que prioriza las “soluciones de conocimiento” que resultan lucrativas. Además, su asociación con los nuevos medios tiende a poner entre paréntesis las capacidades generativas similares de recursos bibliotecarios de baja tecnología e incluso no técnicos. Una percepción errónea clave de quienes proclaman la obsolescencia de la biblioteca es que su función como institución de conocimiento puede reducirse a sus servicios técnicos y ofertas de información. El conocimiento nunca es únicamente un producto de la tecnología y la información que brinda.
Otro problema con el modelo de plataforma es la imagen que evoca: un escenario plano y bidimensional en el que se disponen recursos para que los usuarios hagan cosas. La plataforma no tiene ninguna profundidad implícita, por lo que no nos inclinamos a mirar debajo o detrás de ella, ni a cuestionar su estructura. Weinberger nos alienta a “pensar en la biblioteca no como un portal que atravesamos en ocasiones sino como una infraestructura que es tan omnipresente y persistente como las calles y aceras de una ciudad”. Es como un “dosel”, dice, o como un “nube.” Pero estas metáforas son más poéticas que críticas; ofuscan todos los cables, poleas, luces y andamios que inevitablemente encuentras debajo y encima de ese escenario y la selección de actores, montaje y dirección que determinan lo que sucede en el escenario y que le permiten funcionar como tal. Las bibliotecas son infraestructuras no sólo porque son omnipresentes y persistentes, sino también, y principalmente, porque están hechas de redes interconectadas que sustentan todo ese fomento, que crean lo que Pierre Bourdieu llamaría “estructuras estructurantes” que soportan las “redes desordenadas y ricas de personas e ideas” de Weinberger.
Puede ser aleccionador para los públicos de nuestras bibliotecas —y crítico para los líderes de nuestras bibliotecas— evaluar esas estructuras-estructurantes. En esta era de e-books, teléfonos inteligentes, firewalls, plataformas de medios patentados y gestión de derechos digitales; de atrofiar mega-librerías y librerías independientes y una metástasis de Amazon, de Google Books, Google Search y Google Glass; de la disparidad económica y la continua privatización del espacio público y los servicios, que es simultáneamente una época de producción democratizada de medios de comunicación y vibrantes culturas hágalo usted mismo y activistas, en el centro de todo el alboroto las bibliotecas desempeñan un papel fundamental como mediadoras. Por lo tanto, necesitamos entender cómo funcionan nuestras bibliotecas en tanto y como parte de ecologías infraestructurales, como sitios donde las infraestructuras espaciales, tecnológicas, intelectuales y sociales se moldean e informan entre sí. Y debemos considerar cómo esas infraestructuras pueden incorporar los valores epistemológicos, políticos, económicos y culturales con los que queremos definir a nuestras comunidades.[5]
Las bibliotecas públicas a menudo se ven como “instituciones de oportunidad”, que abren puertas a los desposeídos y los abren.[6] Las personas recurren a las bibliotecas para acceder a Internet, tomar una clase de GED (General Educational Development), obtener ayuda con un currículum o búsqueda de trabajo y buscar referencias a otros recursos de la comunidad. Un informe reciente del Centro para un Futuro Urbano destacó los beneficios para los inmigrantes, personas mayores, individuos que buscan trabajo, estudiantes de escuelas públicas y aspirantes a empresarios: “Ninguna otra institución, pública o privada, hace un mejor trabajo para llegar a las personas que han quedado atrasados en la economía actual, no han logrado alcanzar su potencial en el sistema de escuelas públicas de la ciudad o simplemente necesitan ayuda para navegar en un mundo cada vez más complejo.”[7]
El nuevo Departamento de Servicios de Extensión de la Biblioteca Pública de Brooklyn, por ejemplo, se asocia con otras organizaciones para acercar los recursos de la biblioteca a personas mayores, estudiantes y las personas en prisión. La Biblioteca Pública de Queens emplea administradores de casos que ayudan a los usuarios a identificar los beneficios públicos para los cuales son elegibles. “Estas son todas las cosas que alguien podría calificar como servicios sociales”, dijo el presidente de la Biblioteca de Queens, Thomas Galante, “pero no lo son. Una biblioteca pública hoy tiene información para mejorar la vida de las personas. Somos un habilitador, somos un conector.”[8]
En parte debido a su habilidad para llegar a poblaciones que otros pierden, las bibliotecas han reportado recientemente una cifra récord en circulación y visitas, a pesar de recortes presupuestarios severos, la disminución de horas y el cierre amenazado o la venta de sucursales “de bajo rendimiento.”[9] Mientras tanto, el Pew Research Center ha publicado una serie de estudios sobre los materiales y servicios que los estadounidenses quieren que brinden sus bibliotecas. Entre los hallazgos: el 90 por ciento de los encuestados dice que el cierre de su biblioteca pública local tendría impacto en su comunidad y el 63 por ciento describe ese impacto como “importante.”
Las bibliotecas también unen a las comunidades en tiempos de calamidades o desastres. Toyo Ito, arquitecto de la aclamada Mediateca de Sendai, recordó que después del terremoto de 2011 en Japón, los funcionarios locales reabrieron la biblioteca rápidamente a pesar de haber sufrido daños menores, “porque funciona como una especie de refugio cultural en la ciudad”. Y agregó que “la mayoría de las personas que usan el edificio no van allí solo para leer un libro o ver una película; muchos de ellos probablemente no tienen ningún propósito definido en absoluto. Van solo para ser parte de la comunidad en el edificio.”[10]
Necesitamos prestar atención más de cerca a tales “infraestructuras sociales,” las “instalaciones y condiciones que permiten la conexión entre las personas,” como dice el sociólogo Eric Klinenberg. En una entrevista reciente, argumentó que la capacidad de recuperación urbana puede medirse no sólo por la condición de los sistemas de tránsito y los servicios básicos y las redes de comunicación, sino también por la condición de parques, bibliotecas y organizaciones comunitarias: “lugares públicos abiertos, accesibles y acogedores, donde los residentes se pueden congregar y brindar apoyo social en momentos de necesidad, pero también todos los días.”[11] En su libro Heat Wave, Klinenberg señaló que una cultura pública vital en los barrios de Chicago atraía durante la ola de calor de 1995 a la gente fuera de apartamentos sofocantes hacia los espacios públicos, salvando vidas.
La necesidad de espacios físicos que promuevan una infraestructura social vibrante presenta muchas oportunidades de diseño y algunas bibliotecas están ofreciendo soluciones innovadoras. Brooklyn y otras instituciones culturales se han asociado con la Uni, una biblioteca modular y portátil sobre la que escribí anteriormente. Y las soluciones modulares —kits de partes— están bajo consideración en un estudio de diseño patrocinado por el Center for an Urban Future (CUF) y la Architectural League de Nueva York, que pretende reimaginar las sucursales de la biblioteca de Nueva York para que puedan servir de manera más eficiente y efectiva a las comunidades. CUF también planea publicar una auditoría y una propuesta para los tres sistemas bibliotecarios de Nueva York.[12] El crítico de arquitectura del New York Times, Michael Kimmelman, reflexionando sobre los roles desempeñados por las bibliotecas de Nueva York durante los recientes huracanes, llega incluso a sugerir que las bibliotecas de la ciudad, “que se han convertido en nuestros centros comunitarios de facto,” “podrían diseñarse en el futuro con sistemas eléctricos de emergencia y con generadores de respaldo y paneles solares e incluso cocinas y redes inalámbricas.”[13]
¿Pero es demasiado esperar que nuestras bibliotecas sirvan como comedores de beneficencia y centros de recuperación cuando tienen tantas otras responsabilidades? El amplio mandato de la biblioteca significa que a menudo toma el relevo cuando otras instituciones se quedan cortas. “Nunca deja de sorprenderme lo que se espera de las bibliotecas,” dice Ruth Faklis, directora del Distrito de Bibliotecas Públicas de Prairie Trail en los suburbios de Chicago:
Esto incluye, pero no se limita a, [servir como] guardianes de las personas sin hogar … al mismo tiempo que ofrece a los niños cuyos padres trabajan un refugio seguro y lleno de actividades. Se nos ha pedido que seamos sitios de registro de votantes, estaciones de calentamiento, notarios, organismos de control de terrorismo y tecnología, centros de reunión social para personas mayores, sitios electorales, asistentes suplentes durante huelgas de docentes y los últimos administradores de correos. Estas solicitudes de la sociedad están en constante evolución. En general, la financiación no se adjunta a estas magnánimas sugerencias, y cuando sí, no cubre los costos reales de la carga adicional, lo que hace que el presupuesto de la biblioteca se amplíe aún más. No conozco a ninguna otra entidad gubernamental a la que se le pida que asuma responsabilidades adicionales que no necesariamente se alinean con su misión.
En una discusión sobre los recortes de fondos en California, un bibliotecario ofreció este conmovedor lamento:
Todos los días, en mi trabajo, ayudaba a la gente a sobrevivir… Olvídate de tratar de ser la “universidad del pueblo” y crea un cuerpo de ciudadanos bien informados. En cambio, ayudé a las personas a navegar a través de los aros degradantes de la sociedad en línea moderna, luchando por los restos del plato y luego retrocediendo después pretendiendo tener una granja en Facebook.
Lean toda la historia. Es un golpe fuerte en el estómago. Dado el esfuerzo que los bibliotecarios gastan en promover alfabetizaciones básicas, ¿cuánto más puede soportar esta infraestructura social? ¿Deberíamos dar la bienvenida al “desafío de diseño” para diseñar infraestructuras técnicas y arquitectónicas para adaptarnos a un programa en constante diversificación o deberíamos considerar que podríamos haber llevado este programa al límite y que ninguna infraestructura física puede anclar eficazmente una colección tan heterogénea de servicios sociales?
Una vez más, debemos observar la ecología de la infraestructura: la red más amplia de servicios públicos e instituciones del conocimiento de la que cada biblioteca forma parte. ¿Cómo podrían los pueblos, las ciudades y las regiones evaluar aquello para lo que sus diversas instituciones públicas (y privadas) están excepcionalmente calificadas y los recursos suficientes para actuar y luego implementar esos recursos de manera más efectiva? ¿Deberíamos considerar la biblioteca como el territorio de la mente cívica y pedir a otros servicios sociales que atiendan al cuerpo cívico? La asignación de la responsabilidad social no es tan clara —ni lo son las fronteras entre la mente y el cuerpo, la cognición y el afecto— pero las bibliotecas necesitan colaborar con otras instituciones para determinar cómo aprovechan los recursos de la ecología infraestructural para servir a sus públicos, con cada institución y organización contribuyendo con lo que está mejor equipado para contribuir —y cada uno opera con un sentido claro de su misión y obligación.
Las bibliotecas tienen una afinidad natural con las instituciones culturales. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, nombró a Tom Finkelpearl nuevo comisionado de Asuntos Culturales de la ciudad. Finkelpearl, ex presidente del Museo de Queens, supervisó la primera fase de una renovación a cargo de Grimshaw Architects, que en su próxima fase incorporará una sucursal de la Biblioteca Pública de Queens —una pareja eficaz, dado el compromiso de ambas instituciones con la educación y la cultura local. Del mismo modo, Lincoln Center alberga la Biblioteca Pública de Nueva York para las Artes Escénicas. Como comisionado, Finkelpearl podría ampliar el apoyo para el desarrollo de uso mixto que fortalezca las ecologías de infraestructura. El proyecto CUF/Architectural League también considera cómo las asociaciones colaborativas pueden informar el diseño y el programa de la biblioteca.
Recientemente regresé de Seattle, donde volví a visitar la Biblioteca Central de OMA en su décimo aniversario y recorrí varias nuevas sucursales de la biblioteca.[14] Según una medida de 1998, “Bibliotecas para todos”, los ciudadanos votaron impuestos a sí mismos para financiar la construcción de la Biblioteca Central y cuatro nuevas sucursales y para mejorar todas las sucursales del sistema. La vibrante y deslumbrante sucursal Ballard (2005), de Bohlin Cywinski Jackson, incluye una entrada separada para el Ballard Neighborhood Service Center, un “pequeño ayuntamiento” donde los residentes pueden encontrar información sobre servicios públicos, obtener licencias de mascotas, pagar facturas de servicios públicos y solicitar pasaportes y empleos en la ciudad. Si bien los bibliotecarios sin duda formulan preguntas sobre dichos servicios, también pueden recomendar a los visitantes ir a otro lado, donde los empleados de la ciudad están mejor equipados para satisfacer sus necesidades, lo que permite que el personal de la biblioteca tenga más tiempo para responder preguntas de referencia y organizar los horarios de los grupos de escritura e historia infantil.
El bibliotecario de la ciudad de Seattle, Marcellus Turner, apuesta por las colaboraciones —con instituciones culturales, como teatros locales, así como colaboradores comerciales, como el equipo de fútbol Seahawks. Después de tomar el timón en 2011, identificó cinco prioridades de servicio: juventud y aprendizaje temprano, tecnología y acceso, compromiso comunitario, cultura e historia de Seattle y espacios reimaginados —y encargó a los grupos de trabajo el desarrollo de propuestas para mejorar la biblioteca. atender esas necesidades. Cada grupo debe considerar la publicidad, financiamiento, despliegue de personal y oportunidades de asociación que “aprovechen lo que tenemos con lo que [los socios] tienen.” Por ejemplo, “las bibliotecas que se enfocan en la educación infantil temprana pueden emplear educadores, académicos o maestros para ayudarnos con la investigación en el aprendizaje y la enseñanza de la primera infancia.”[15]
El “reto para el diseño” es considerar qué infraestructuras físicas se necesitarían para acomodar tales asociaciones.[16] Muchas bibliotecas han continuado por un camino trazado por innovadores de bibliotecas desde Ptolomeo hasta Carnegie, renovando sus edificios para incorporar reuniones públicas, usos múltiples e incluso espacios comerciales. En la sucursal Ballard en Seattle, una gran sala de reuniones recibe regularmente lecturas de autor y un vibrante grupo de escritura que generalmente atrae a 30 o más participantes. En Salt Lake City, la plaza de la biblioteca presenta una cooperativa de artistas, una estación de radio, un centro de redacción de la comunidad, la tienda de la biblioteca y algunos cafés, todos negocios privados cuyo espíritu es consistente con la biblioteca. La Biblioteca Pública de Nueva York anunció recientemente que algunas de sus sucursales servirán como “centros de aprendizaje” para Coursera, proveedor de “cursos en línea abiertos masivos.” Y muchas bibliotecas tienen aulas y laboratorios donde ofrecen cursos de capacitación técnica regulares.
Estos modelos empresariales reflejan lo que parece ser un sentimiento cada vez más extendido: que si bien las bibliotecas continúan desempeñando un papel vital como “instituciones de oportunidad” para los privados de derechos, esta no puede ser su principal justificación. No pueden duplicar las responsabilidades de nuestros centros comunitarios y agencias de servicios sociales. “Su narrativa” —o lo que yo llamaría un encuadre epistémico, con lo cual me refiero a la forma en que la biblioteca empaqueta su programa como una institución del conocimiento y las infraestructuras que lo respaldan— “debe incluir a todos” dice Kristin Fontichiaro de la Universidad de Michigan.[17] ¿Qué programas y servicios son consistentes con una institución dedicada al aprendizaje permanente? ¿Deberían las bibliotecas ser reconceptualizadas como centros de participación cívica, donde las comunidades pueden discutir asuntos locales, crear medios y archivar la historia de la comunidad?[18] ¿Deberían incorporar estudios de producción de medios, espacios para fabricantes y laboratorios de hackers, reubicarse en una ecología de infraestructura de información e infraestructura en evolución?
Estas nuevas funciones sociales —que pueden requerir nuevas infraestructuras físicas para respaldarlas— amplían la narrativa de la biblioteca para incluir a todos, no sólo a los que “no tienen.” Esto no significa que la biblioteca deba abandonar a los necesitados y centrarse en un grupo de usuarios de élite; más bien, la biblioteca debería incorporar al “público autorizado” como público clave, tanto para que la institución pueda reforzar su misión como una infraestructura social para un público inclusivo y para que los usuarios privilegiados y educados puedan aportar sus conocimientos y talentos a la biblioteca y ofrécelos como recursos de infraestructura social.
Muchos en esta población con recursos suficientes, aquellos que tienen trabajos y acceso a internet en el hogar y pueden navegar la burocracia gubernamental con relativa facilidad, ya se ven a sí mismos como parte del público de la biblioteca. Consideran la biblioteca como un espacio de apertura, igualitarismo y libertad (en múltiples sentidos del término), dentro de un paisaje privado, comercial, segregado y vigilado. Comprenden que no importa qué tan bien conectados estén, en realidad no tienen el mundo al alcance de la mano: “el material protegido por estrictos derechos de autor y almacenado en bases de datos privadas a menudo es inaccesible fuera de las bibliotecas” y eso “como administración de derechos digitales se vuelve cada vez más complicado, nosotros … confiamos aún más en nuestras bibliotecas para ayudarnos a navegar en un terreno digital cada vez más fracturado y litigioso.”[19] Y reconocen que no pueden depender de Google para organizar la información mundial. Como señaló el bibliotecario en esa discusión sobre Metafilter:
La [American Library Association] tiene una probada historia de compromiso con la libertad intelectual. El servicio público con el que hemos sido reemplazados tiene una historia irregular de “no ser el malo.” Cuando nos vayamos, ustedes de clase media, usted rico, experto en tecnología, ¿quién luchará por eso sin motivación de lucro? Incluso si nunca pisa nuestras puertas y todos sus medios de información le llegan a una pantalla bien iluminada, seguimos trabajando para usted.
Por lo tanto, la infraestructura social de la biblioteca beneficia incluso a aquellos que no tienen una necesidad inmediata de su espacio o sus servicios.
Finalmente, debemos reconocer el papel de la biblioteca como un hito cívico, un símbolo de lo que una comunidad valora lo suficiente como para colocarlo en un sitio prominente, materializándose en una arquitectura digna que comunique su apertura a todos y apoyado con suficiente financiamiento público a pesar del hecho de que nunca tendrá ganancias. Una biblioteca bien diseñada —una biblioteca diseñada contextualmente— puede reflejar de nuevo el carácter de una comunidad, aclarando quién es, en toda su multiplicidad, y lo que representa.[20] La bibliotecas de David Adjaye, en Bellevue y Francis Gregory, en barrios históricamente marginales de Washington D.C., han sido alabadas por realizar precisamente esta función. Como escribe Sarah Williams Goldhagen:
Adjaye está tan sintonizado con los matices del contexto urbano que uno podría tener dificultades para identificarlos como el trabajo de un diseñador. Francis Gregory es acero y vidrio, Bellevue es concreto y madera. Francis Gregory presenta un solo volumen monolítico, Bellevue una acumulación irregular de pabellones de hormigón. El contexto impulsa la estética.
Sus diseños “hacen de este humilde edificio municipal una arena para la interacción social, un ícono cívico distintivo que ayuda a construir un sentido de identidad común.” Este tipo de infraestructura social cumple una necesidad vital para toda una comunidad.
Por supuesto, no debemos olvidarnos de la colección de la biblioteca en sí. La anticuada estantería estaba en el centro del reciente debate sobre la propuesta de renovación del edificio Schwartzman de la Biblioteca Pública de Nueva York, en la calle 42, que fue cancelado después de más de un año de demandas y protestas. Esta infraestructura de almacenamiento y el sistema de entrega que admite tienen una gran importancia incluso en la era digital. Para los estudiosos, los estantes representan acceso casi instantáneo a cualquier material dentro de la extensa colección. Los historiadores de la arquitectura defendieron la importancia histórica de los estantes y los ingenieros argumentaron que son fundamentales para la integridad estructural del edificio.
La manera en que se almacena y hace accesible la colección de una biblioteca da forma a la infraestructura intelectual de la institución. La Biblioteca Pública de Seattle utiliza estanterías acrílicas translúcidas hechas por Spacesaver e incluso aquí esta consideración aparentemente mundana y utilitaria cultiva un carácter, un ambiente, que refleja la identidad de la biblioteca y sus valores intelectuales. Puede sonar cursi, pero el resplandor luminiscente que permea las pilas actúa como un faro, un gesto de bienvenida. Todavía hay muchas bibliotecas contemporáneas que privilegian —quizá incluso fetichizan— el libro y la estantería: Book Mountain de MVRDV (2012), para una ciudad en los Países Bajos o la Biblioteca Jose Vasconcelos (2006), de TAX, en la Ciudad de México.
Los estantes ocupan un espacio diferente, aunque también fetichizado, en la biblioteca Mansueto, de Helmut Jahn (2011,) en la Universidad de Chicago, que combina diversas infraestructuras para acomodar medios de distinta metrialidad: una gran sala de lectura, un departamento de conservación, un departamento de digitalización y un almacén subterráneo de libros recuperados por robots. (Vale la pena señalar que Boston y otras bibliotecas contenían ferrocarriles de libros y sistemas de recuperación de cintas transportadoras (proto-robots) hace ya un siglo.) La Biblioteca James B. Hunt Jr., de Snøhetta (2013), en la Universidad Estatal de Carolina, también incorpora un almacenamiento robótico y un sistema de recuperación, para que la biblioteca pueda almacenar más libros en el sitio, así como cumplir su objetivo de proporcionar asientos para el 20 por ciento de la población estudiantil.[21] Aquí los visitantes vienen antes que la colección.
En el pasado, cuando pasaba en el verano recorriendo bibliotecas, las instituciones a la vanguardia integraban las instalaciones de producción de medios, reconociendo que el “consumo” y la “creación” de medios se basaban en un gradiente de producción de conocimiento. Hoy se habla mucho sobre la integración de laboratorios de hackers y espacios de producción.[22] Como explica Anne Balsamo, estos sitios ofrecen oportunidades —experiencias de aprendizaje incorporadas, a menudo intergeneracionales, que son esenciales para el desarrollo de una “imaginación tecnológica”— que rara vez se ofrecen en las instituciones formales de aprendizaje.[23]
La biblioteca Hunt tiene un espacio de producción, un GameLab, varios otros laboratorios y estudios, un teatro de inmersión y, sorprendentemente, un revelador salón de exposición llamado Apple Technology (nombre de los mecenas de la biblioteca cuyo apellido es Apple, con un intencional juego de palabras con la empresa de electrónica).[24] Uno podría pensar que se necesitan fondos importantes para ese tipo de programas, pero la tendencia en realidad comenzó en 2011 en el pequeño Fayetteville, Nueva York (población 4,373), que se cree que fue la primera biblioteca pública que incorporó un espacio de producción. Al año siguiente, las Bibliotecas Carnegie de Pittsburgh, que durante años han organizado concursos de cine, torneos de videojuegos y proyectos de creación de medios para jóvenes, lanzaron, con el apoyo de Google y la Fundación Heinz, The Labs: talleres semanales en tres lugares donde los adolescentes pueden acceder equipo, software y mentores. Por la misma época, Chattanooga, una ciudad bendecida con una red de fibra municipal de alta velocidad, inauguró su elogiado 4th Floor, un “laboratorio público e instalaciones educativas” de 12,000 pies cuadrados que “apoya la producción, conexión e intercambio de conocimiento al ofrecer acceso a herramientas y enseñanza.” Esas herramientas incluyen impresoras 3D, cortadoras láser y de vinilo, y la enseñanza incluye todo, desde clases de tecnología, hasta proyectos de incubadoras de negocios para mujeres empresarias, hasta competencias de propuestas de negocios.
El año pasado, la Biblioteca Pública de Brooklyn, a solo un par de cuadras de donde vivo, abrió Levy Info Commons, que incluye espacio para usuarios de computadoras portátiles y muchas máquinas de escritorio con colecciones de software creativo; siete salas de reuniones preparadas para teleconferencias, incluida una que funciona como un estudio de grabación; y un laboratorio de capacitación, que ofrece una variedad de talleres de medios digitales dirigidos por una organización local de arte y diseño, y también invita a los patrocinadores a dirigir sus propios cursos. Un mes típico en su robusto calendario de eventos incluye talleres de edición de currículum, taller de creación de prototipos Creative Business Tech, reuniones individuales con consejeros de negocios, tutoriales de Teen Tech, clases de informática para adultos mayores, talleres sobre podcasting e historia oral y “juegos adaptativos” para personas con discapacidades e incluso un taller de grabación y edición de audio dirigido a poetas, para ayudarlos a difundir su trabajo en nuevos formatos. También el año pasado, la Biblioteca Memorial Martin Luther King, Jr., en Washington, DC, abrió su Digital Commons, donde los usuarios pueden usar una máquina de imprimir bajo pedido, una impresora 3D y un espacio de trabajo compartido conocido como el “Dream Lab” o probar una variedad de lectores de libros electrónicos. La Biblioteca Pública de Chicago se asoció con el Museo de Ciencia e Industria para abrir un laboratorio emergente con software de diseño de fuente abierta, cortadoras láser, una fresadora y (por supuesto) impresoras 3D —no una, sino tres.
Algunos han propuesto que las bibliotecas, siguiendo la tradición del “think tank” de Alejandría, y obligadas por el deseo de “democratizar el espíritu empresarial,” constituyan espacios ideales de co-working o incubadoras, donde los visitantes con diversos tipos de habilidades puedan organizarse en start-ups para la gente.[25] Otros recomiendan que los bibliotecarios se hagan a sí mismos empresarios y se renueven como consultores profesionales en una compleja economía de la información. Los bibliotecarios, desde este punto de vista, son tutores de alfabetización digital excepcionalmente calificados; expertos en “cumplimiento de derechos de autor, licencias, privacidad, uso de información y ética;” gurús en “alinear programas con colecciones, espacio y recursos;” creadores hábiles de “ontologías personalizadas, vocabularios, taxonomías” y datos estructurados; adeptos practicantes de minería de datos.[26] Otros recomiendan que las bibliotecas ingresen al negocio de producción de contenido. Frente a la creciente presión para alquilar y obtener licencias de contenido digital patentado con políticas de uso riguroso, ¿por qué las bibliotecas no hacen más para promover la creación de medios independientes o desarrollar sus propias tecnologías gratuitas de código abierto? No muchas bibliotecas tienen el tiempo y los recursos para emprender tales esfuerzos, pero NYPL Labs y Library Test Kitchen de Harvard han demostrado lo que es posible cuando incluso los espacios de servicio de la biblioteca se convierten en sitios de práctica tecnológica. Desafortunadamente, esos proyectos innovadores generalmente se ocultan detrás de la interfaz (como con tanta mano de obra de la biblioteca). ¿Por qué no llevar esas operaciones a las partes principales del edificio como parte del programa público?
Por supuesto, con todas estas nuevas actividades vienen nuevos requisitos espaciales. Los edificios de la biblioteca deben incorporar una amplia variedad de arreglos de muebles, diseños de iluminación, condiciones acústicas, etc., para acomodar múltiples registros sensoriales, modos de trabajo, posturas y más. Los bibliotecarios y diseñadores ahora están reconociendo —y diseñando para, en lugar de diseñar contra— actividades que hacen ruido y ocasionalmente pueden ser un poco complicadas. Hice un estudio hace varios años sobre la evolución de los sonidos de la biblioteca y encontré un amplio reconocimiento de que la creación de conocimiento no ocurre fácilmente cuando “shhh!” es la regla predominante.[27]
Estas nuevas infraestructuras físicas crean un espacio para una epistemología que abarca la integración del consumo y la producción del conocimiento, del pensamiento y la creación. Sin embargo, a veces tengo que preguntarme, dado todo el alboroto sobre “hacer”: ¿las herramientas de fabricación computacional son realmente el Santo Grial de la economía del conocimiento? ¿Qué conocimiento se produce cuando genero, digamos, un llavero en un MakerBot? Me preocupa que el estímulo que rodea estos proyectos, y la muy merecida aclamación que han recibido por “cambiar la imagen” de la biblioteca, oculte los valores neoliberales que a veces incorporan estas tecnologías. El neoliberalismo canaliza la búsqueda de la libertad individual a través de los derechos de propiedad y el libre mercado[28] y ¿qué mejor manera de expresarse que imprimiendo en 3D un busto de su propia cabeza en la biblioteca o usando el enrutador CNC de la biblioteca para lanzar su negocio de tablas de cortar personalizables en Etsy? Si bien los bibliotecarios han sido durante mucho tiempo defensores del acceso libre y democrático a la información, confío —espero—, que estén ayudando a sus visitantes a cultivar una perspectiva crítica con respecto a la política de “innovación tecnológica” y la instrumentalización potencial de la creación. Claro, Dewey también era parte de esta tradición instrumentalista. Pero nuestra búsqueda contemporánea de “innovación” promueve la idea de que “hacer cosas nuevas” = “producir conocimiento”, que puede ser una falacia peligrosa.
El personal de la biblioteca también puede querer criticar la “innovación.” Cada nueva versión de producto de Google, el nuevo desarrollo de tecnología móvil y el lanzamiento de un nuevo lector electrónico brindan nuevas oportunidades para que la biblioteca innove en respuestas. Y aunque “mantenerse al día” es un objetivo crucial, es importante ubicar esa búsqueda en un contexto cultural, político, económico e institucional más amplio. Esforzarse por mantenerse tecnológicamente relevante puede ser contraproducente cuando significa simplemente responder a las innovaciones impulsadas por los beneficios de los medios comerciales. Vemos estos errores —la innovación por la mera innovación— en el campo de la tecnología educativa con bastante frecuencia.
Las bibliotecas deben mantenerse enfocadas en sus objetivos culturales a largo plazo, lo que debería ser cierto independientemente de lo que Google decida hacer mañana, y en su lugar dentro de la ecología de la infraestructura más grande. También necesitan considerar cómo sus diversas identidades infraestructurales se mapean entre sí, o no. ¿Puede una institución cuya infraestructura técnica y física se rige por la búsqueda de la innovación también cumplir sus obligaciones como una infraestructura social al servicio de los desposeídos? ¿Qué ética se encarna en la búsqueda decidida de las “últimas tecnologías” o la ecuación del aprendizaje con el espíritu emprendedor?
Como Zadie Smith argumentó bellamente en el New York Review of Books, corremos el riesgo de perder el papel de la biblioteca como “un tipo diferente de realidad social (de tipo tridimensional), que por su propia existencia enseña un sistema de valores más allá del fiscal.”[29] Barbara Fister, una bibliotecaria del Gustavus Adolphus College, ofreció un argumento igualmente elocuente para la biblioteca como un espacio de excepción:
Las bibliotecas no son, o al menos no deberían ser, motores de productividad. En todo caso, deberían desacelerar a las personas y seducirlas con lo inesperado, lo irrelevante, lo extraño y lo inexplicable. La productividad es una forma destructiva de justificar el valor del individuo en un sistema que es naturalmente comunitario, no un juego individualista o emprendedor de suma cero para ser ganado por los más productivos.[30]
Las bibliotecas, argumentó, “siempre estarán en desventaja” para Google y Amazon, porque valoran la privacidad; se niegan a explotar los datos privados de los usuarios para mejorar la experiencia de búsqueda. Sin embargo, el hecho de que las bibliotecas no compitan en eficiencia es lo que les brinda la oportunidad de ofrecer un “tipo diferente de realidad social.” Me arriesgaría a que haya espacio para el aprendizaje empresarial en la biblioteca, pero también debe haber espacio para esa realidad alternativa donde el conocimiento no necesita tener valor monetario, donde el aprendizaje no se basa en un afán de lucro. Podemos acomodar ambos espacios para la iniciativa empresarial y espacios de excepción, siempre que la institución tenga un encuadre epistémico fuerte que abarque ambos. Esto significa que la biblioteca necesita saber cómo leerse a sí misma como una infraestructura social, técnica e intelectual.
Es particularmente importante cultivar estas capacidades críticas, la capacidad de “leer” las múltiples infraestructuras de nuestras bibliotecas y la política y ética que encarnan, cuando las infraestructuras concretas se parecen a BiblioTech de San Antonio, una biblioteca “sin libros” que ofrece 10.000 e-books, descargables a través de la aplicación 3M Cloud; 600 lectores electrónicos 3M circulantes “desmontados”; 200 tabletas “mejoradas” para niños; y, para usar en el sitio, 48 computadoras, además de computadoras portátiles e iPads. La biblioteca, que abrió sus puertas el otoño pasado, también ofrece clases de computación y espacio para reuniones, pero todo está encerrado dentro de un mundo de plataformas patentadas.
En bibliotecas como BiblioTech y la Biblioteca Pública Digital de América, la colección en sí misma está fuera del sitio. ¿Los usuarios se preguntan dónde exactamente viven todos esos libros, publicaciones periódicas y materiales basados en la nube? ¿Qué hay debajo o flotando arriba de la “plataforma”? ¿Piensan en los algoritmos que los conducen a los materiales de la biblioteca en particular y los conductos y protocolos a través del cual acceden a ellos? ¿Consideran lo que significa suplantar las estanterías de libros con pilas de servidores, cuyos estantes de metal no podemos patear, luces que no podemos ajustar, perillas con las que no podemos jugar? ¿Piensan en los bibliotecarios que negocian las licencias de acceso y agregan metadatos a los “activos digitales,” o en los ingenieros que mantienen los servidores? Con la recesión cada vez mayor de estas infraestructuras técnicas —y el trabajo humano que las respalda— más fuera del sitio, detrás de la interfaz, más adentro de la caja negra, ¿cómo podemos entender las formas en que esas estructuras estructuran nuestro intelecto y sociabilidad?
Necesitamos desarrollar, tanto entre los usuarios de la biblioteca como entre los bibliotecarios, nuevas capacidades críticas para comprender las arquitecturas físicas, técnicas y sociales distribuidas que sostienen nuestras instituciones de conocimiento y programan nuestros valores. Y debemos considerar dónde se cruzan esas infraestructuras, dónde deben estar —o tal vez no— y se refuerzan mutuamente. ¿Cuándo nuestras obligaciones sociales comprometen nuestras aspiraciones intelectuales, o viceversa? ¿Y cuándo esas aspiraciones sociales o intelectuales para la biblioteca exceden —o no logran explotar plenamente— las capacidades de nuestras infraestructuras arquitectónicas y tecnológicas? En última instancia, debemos asegurarnos de tener un marco epistemológico fuerte, una narrativa que explique cómo la biblioteca promueve el aprendizaje y el conocimiento de los administradores, de modo que todo se mantenga unido, de modo que haya cierta coherencia institucional. Necesitamos sincronizar las infraestructuras de intersección de la biblioteca para que trabajen juntas para respaldar nuestros objetivos intelectuales y éticos compartidos.
Nota de la autora: Me gustaría agradecer a los estudiantes en mi seminario de “Archivos, Bibliotecas y Bases de Datos” y mi estudio de “Archivos Digitales” en The New School, quienes me han dado mucho en qué pensar durante los últimos años. Gracias también a mis colegas de la Architectural League of New York y al Center for a Urban Future. También tengo una deuda de gratitud con Gabrielle Dean, sus alumnos y sus colegas de Johns Hopkins, quienes me dieron la oportunidad de compartir un borrador preliminar de este trabajo. Ellos, junto con mis colegas Julie Foulkes y Aleksandra Wagner, me ofrecieron comentarios por los cuales estoy muy agradecida.
[1] Ver Matthew Battles, Library: An Unquiet History (Nueva York: W.W. Norton, 2003); Lionel Casson, Libraries in the Ancient World (New Haven: Yale University Press, 2001); Fred Lerner, The Story of Libraries (Nueva York: Continuum, 1999).
[2] Casson explica que cuando Alejandría era una ciudad nueva en el siglo III aC, sus fundadores atrajeron a los intelectuales a la ciudad, en un intento de establecerla como un centro cultural, con el famoso Museo, “un templo figurativo para las musas, un lugar” para cultivar las artes que simbolizaban. Era una versión antigua de un grupo de expertos: los miembros, notables escritores, poetas, científicos y eruditos, eran nombrados por los Ptolomeos de por vida y disfrutaban de un buen salario, exención de impuestos … alojamiento gratuito y comida. … Fue para ellos que los Ptolomeos fundaron la biblioteca de Alejandría”[33-34].
[3] Donald Oehlerts, Books and Blueprints: Building Public’s Public Libraries (Nueva York: Greenwood Press, 1991): 62.
[4] David Weinberger, “Library as Platform,” Library Journal (September 4, 2012).
[5] Para más sobre “ecologías infraestructural” ver Reyner Banham, Los Angeles: The Architecture of Four Ecologies (Berkeley, University of California Press, 2009 [1971]); Alan Latham, Derek McCormack, Kim McNamara y Donald McNeil, Key Concepts in Urban Geography (Thousand Oaks, CA: Sage, 2009): 32; Ming Xu y Josh P. Newell, “Infrastructure Ecology: A Conceptual Mode for Understanding Urban Sustainability,” Sixth International Conference of the International Society for Industrial Ecology (ISIE) Proceedings, Berkeley, CA, 7-10 de junio de 2011; Anu Ramaswami, Christopher Weible, Deborah Main, Tanya Heikkila, Saba Siddiki, Andrew Duvail, Andrew Pattison y Meghan Bernard, “A Social-Ecological-Infrastructural Systems Framework for Interdisciplinary Study of Sustainable City Systems,” Journal of Industrial Ecology 16:6 ( Diciembre de 2012): 801-13. La mayoría de las referencias a ecologías infraestructurales —y hay pocas— pertenecen a sistemas a escala urbana, pero creo que una biblioteca es una institución suficientemente complicada, que reside en el nexo de innumerables redes, que constituye una ecología infraestructural en sí misma.
[6] Centro para un futuro urbano, Conferencia “Opportunity Institutions” (11 de marzo de 2013). Ver también el video de Jesse Hicks y Julie Dressner “Bibliotecas ahora: un día en la vida de las sucursales de la Ciudad de Nueva York” (16 de mayo de 2014).
[7] Center for an Urban Future, Branches of Opportunity (January 2013): 3.
[8] Citado en Katie Gilbert, “What Is a Library?” Narratively (January 2, 2014).
[9] Las ventas de bienes raíces se encuentran entre los elementos más controvertidos en el muy criticado Plan de la Biblioteca Central de la Biblioteca Pública de Nueva York, que se basa en la venta de la sucursal de Mid-Manhattan de la biblioteca y de su Biblioteca de Ciencia, Industria y Negocios. Véase Scott Sherman, “The Hidden History of New York’s Central Library Plan”, The Nation (28 de agosto de 2013).
[10] Toyo Ito, “The Building After,” Artforum (September 2013)
[11] Eric Klinenberg, “Toward a Stronger Social Infrastructure: A Conversation with Eric Klinenberg,” Urban Omnibus (October 16, 2013).
[12] I’m a member of the organizing team for this project, and I hope to write more about its outcomes in a future article for this journal.
[13] Michael Kimmelman, “Next Time, Libraries Could Be Our Shelters From the Storm,” New York Times (October 2, 2013).
[14] La Biblioteca Central de Seattle fue el foco de mi primer libro, sobre diseño de bibliotecas públicas. Ver The New Downtown Library: Designing With Communities (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2007).
[15] Marcellus Turner en Library 2020: 92.
[16] Ken Worpole aborda las asociaciones de bibliotecas y sus implicaciones para el diseño en su Contemporary Library Architecture: A Planning and Design Guide (Nueva York: Routledge, 2013). El libro ofrece una visión completa de los roles públicos a los que sirven las bibliotecas y cómo informan la planificación y el diseño de la biblioteca.
[17] Kristin Fontichiaro en Library 2020: 8.
[18] Ver Bill Ptacek en Library 2020: 119.
[19] Las citas son de mi artículo anterior para Places, “Marginalia: Little Libraries in the Urban Margins.” Dentro de proyectos de digitalización masiva como Google Books, como explica Elisabeth Jones, “obras que todavía están bajo derechos de autor pero agotadas y obras indeterminadas en su estado de copyright y/o propiedad” caerán entre las grietas (en Biblioteca 2020: 17).
[20] Dedico un capítulo en The New Downtown Library a lo que hace que una biblioteca sea “contextual” y me refiero a qué tan resbaladizo puede ser ese término.
[21] Esta frase fue corregida después de la publicación para tomar nota de los múltiples motivos para implementar el sistema de almacenamiento y recuperación de bookBot; su almacenamiento compacto permitió a la biblioteca reintegrar algunas colecciones que anteriormente se almacenaban fuera del sitio. La biblioteca también ha desarrollado un sistema de catálogo de búsqueda virtual, que tiene como objetivo promover el descubrimiento virtual que no es posible en las estanterías físicas.
[22] Según una encuesta de bibliotecas en línea realizada a finales de 2013, el 41 por ciento de los encuestados ofrece espacios para producción o actividades de productores en sus bibliotecas, y el 36 por ciento planea crear dichos espacios en el futuro cercano. La mayoría de esos espacios, el 51 por ciento, se encuentran en bibliotecas públicas; 36 por ciento están en bibliotecas académicas; y el 9 por ciento están en bibliotecas escolares. Y entre las tecnologías más populares o procesos tecnológicos compatibles en esos espacios están las estaciones de trabajo con computadora (67 por ciento), impresoras 3D (46 por ciento), edición de fotos (45 por ciento), edición de video (43 por ciento), programación/software (39 por ciento). El 33 por ciento acomodaron la grabación de música digital; el 31 por ciento se adaptó al modelado 3D y el 30 por ciento trabajó con placas de circuito Arduino y Raspberry Pi (Gary Price, “Results From ‘Makerspaces in Libraries’ Study Released”, Library Journal (16 de diciembre de 2013). Véase también James Mitchell, “Beyond the Maker Space,” Library Journal (27 de mayo de 2014).
[23] Anne Balsamo, “Videos and Frameworks for ‘Tinkering’ in a Digital Age,” Spotlight on Digital Media and Learning (January 30, 2009).
[24] Esta frase fue corregida después de la publicación para señalar que el Apple Technology Showcase recibió el nombre del ex miembro de la facultad de NCSU Dr. J. Lawrence Apple y su esposa, Ella Apple; en un correo electrónico al autor, la directora de la biblioteca, Carolyn Argentati, escribió que el juego de palabras corporativo era intencional.
[25] Emily Badger, “Why Libraries Should Be the Next Great Start-Up Incubators,” Atlantic Cities (February 19, 2003).
[26] Stephen Abram en Library 2020: 46; Courtney Greene in Library 2020: 51.
[27] Véase mi “Resonant Texts: Sounds of the Contemporary American Public Library,” The Senses & Society 2:3 (Fall 2007): 277-302.
[28] Véase David Harvey, A Brief History of Neoliberalism (New York: Oxford University Press, 2005).
[29] Zadie Smith, “The North West London Blues,” New York Review of Books Blog (June 2, 2012).
[30] Barbara Fister, “Some Assumptions About Libraries,” Inside Higher Ed (January 2, 2014).