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Columnas

La atención equivocada

La atención equivocada

6 febrero, 2024
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub

A mis amigas y amigos estudiantes

A Mónica del Arenal 

 

La batalla de la atención es indisociable de la pelea por el deseo y el tiempo, por reapropiarnos de la capacidad de hacer y deshacer mundo; es, por tanto —la atención— otra dimensión más de la política emancipadora, de la política como práctica de transformación del mundo, como pregunta colectiva por lo común.[1]
Amador Fernández-Savater

 

Sentados Mónica y yo a los extremos fugados de su mesa, cuyo peso maderal es evidente con tan solo mirarla, hablamos apasionados de nuestros respectivos estudios. A mi izquierda, una ventana perfectamente alineada al lado más corto de la mesa hace ver a un árbol aún pequeño, ramas difuminadas a través de cortinas blancas semitransparentes. Escuchaba atento, cuando un pájaro amarillo se posó sobre esas ramas —a medias— visibles, seduciéndome a enfocar la mirada. Como era de esperarse, me distraje, perdiendo el hilo de la conversación. Consciente de esto, me obligué a volver de inmediato, pues ausentarse de la palabra del otro es siempre —nos dice nuestra educación— un equívoco. Dejé ir al pájaro aún sin su vuelo, y volví a su entusiasmada palabra. 

Hablábamos, entre muchos temas, entre pan, galletas y café, de la perversidad de la geometría en los ruedos de toros, cuyas curvaturas, más que unir al público y democratizar sus vistas, cumplían con la función principal de desorientar al animal, al arrebatarle la posibilidad de cualquier punto de referencia, aumentando su inquietud y agresividad. Una geometría perversa.

Más tarde, vino a mis ojos —cuando aquella charla había acabado y yo me encontraba en mi propia mesa de madera— lo que el escritor francés Yves Citton se pregunta a propósito de la distracción:

¿(A)lguien sabría darme una definición de distracción?, ¿es cierto que estar distraído es no estar atento en lo absoluto? […] (Más bien) se le reprocha (al otro) el estar prestando atención a otra cosa, y no a lo que se le pedía estar atento. Por lo tanto, la distracción no existe más que en relación a una autoridad: estoy distraído porque la autoridad dice que hay que prestar atención a esto y yo en cambio estoy concentrado en esto otro. [2]

No es que insinúe aquí que Mónica representó una autoridad para mí, su palabra transcurría en mí como una bella charla entre mejores amigos. Más bien, pude ser consciente de una estructura social que opera en mi interior con total naturalidad. O como lo llamaría el sociólogo Zygmunt Bauman: una realidad coercitiva, es decir, una fuerza externa que condiciona e influye sobre mi individualidad. [3]

Para ligar esto con la conversación de Mónica, me pregunto: ¿en que estaremos siendo distraídos? Quiero decir, ¿a dónde se direcciona nuestra atención, qué geometrías inmateriales de la desorientación estarán generando en nosotros, los humanos, tanta inquietud, hasta desbordarnos en la violencia irracional?

Pues bien, esta idea se puede trasladar a la arquitectura a la perfección: ¿a qué pone atención hoy en día el arquitecto?, ¿por qué se le prefiere atento a unas cosas por sobre otras?, ¿qué autoridad le dicta en dénde debe volcar su atención? 

La atención en la arquitectura es también un problema de autoridad, como toda atención: una práctica pedagógica, una disputa política.

Como maestro en un campus universitario público de reciente creación, donde he procurado alejarme de los talleres y dedicarme a la teoría y crítica activa, no pocas veces encuentro absurdo el nivel de alienación sistemática de su enseñanza que, de manera constitutiva, es la misma desde hace casi ochenta años. Es verdad que de a poco han cambiado las referencias: curvas más geométricas, o analogías más “orientales” y experimentaciones formales, donde cambian los actores individualizados: hay más culturas, más colores, más mujeres, más juventud; pero en la esencia, en lo político y en las formas de vida, seguimos acudiendo a la atención equivocada, individualizada y materialista, productivista y depredadora.

Encuentro inaceptable que una universidad, rural y naciente, promulgue desarrollos proyectuales de torres habitacionales y cotos privados, utilizando palabras engañosas y mercantiles como: monoambientes, torres híbridas o viviendas unifamilares (con control de acceso). Sí, atentos a la exigencia del mercado, y distraídos del lugar donde promulgan sus des-enseñanzas, desarticulando saberes y conocimientos ya existentes. Reproduciendo, sobre esa geografía, la idea de que el terreno es un papel en blanco como su planimetría.

Como lo dice Savater en su otro libro, Habitar y gobernar: “En lugar de aplicar leyes y forzar-doblegar la realidad, [habitar] consiste en cuidar, acompañar y favorecer los distintos puntos de potencia.” [4]

Educados en el fetichismo material, se aprende a poner atención a las texturas, sombras y vanos, se enseña a amar las juntas y odiar las malas proporciones. A lo sumo, los estudiantes se enorgullecen de aprender sistemas de distribución espacial complejos, que pongan a prueba el nivel de comprensión abstracta del espacio geométrico y su representación estetizada en el papel. Requiere, sin duda, mucho tiempo, demasiada atención, desgaste. Veo a los estudiantes resignándose frente al sufrimiento, tal como intentaron enseñarme a mí hace más de una década. Escucho a los nuevos maestros —muchos de ellos no superan los treinta años de edad— hablar de la necesidad de que los estudiantes posean el lenguaje correcto, el lenguaje especializado de la arquitectura. Que sepan dibujar planimetrías profesionales (¿para quién?), universales y traducibles a toda forma de vida, a todo ente constructor tecnificado. Como sólo el libre mercado lo desea. Como si no hubiera necesidad de tener un lenguaje más propio, más íntimo, más cercano a los otros próximos.

Pues el lenguaje —nos dice Franco Bifo Berardi— “no es principalmente una herramienta, un instrumento, una funcionalidad, un canal, sino aquello que abre el mundo.”[5]  De allí que Josep María Montaner, en su bien llamado nuevo libro, Renombrar la arquitectura, haga hincapié en la necesidad de “replantear los conceptos básicos que utilizamos en la arquitectura, repensar cuándo comenzaron a manejarse, y cuál es su significado real.” [6]

Pues bien, sobre la atención alienada en la pedagogía arquitectónica, donde cambian las formas, pero no el fondo, he procurado enseñar a mis amigas y amigos de aula los fenómenos coercitivos que inhiben la posibilidad de otras formas de actuar y vivir. Hablamos de abandonar la representación abstracta donde imagino “usuarios” (formas de estandarización humana, como si no hubiera suficientes seres reales a los cuales conocer, interpelar e interpretar), y donde pretendemos, no dominar el espacio, sino escucharlo a través de la vida de los que ya lo forman, de los que ya lo habitan. Intento enseñar las potencias de lo existente, sin deseos inmediatos de transformación; sólo con la escucha: escucha atenta a lo existente, como el pájaro en la rama que vi en casa de Mónica. Lectura plena del territorio. Luego, atentos a eso que existe —y atentos a la amenaza del sistema dominante de alienación—, pensar y saber si debemos responder, si debemos hacer o deshacer.

Lo he repetido mucho en clases: es necesario entender el espacio como forma de relación humana.  No concibo pues, la atención a lo inerte y resistente de la piedra, por sobre la frágil vida humana.

Pues como bien lo expresa Amador Fernández-Savater: 

Mi atención es un bien colectivo, y hay que pensar la atención como un bien común antes de pensarla como una instancia individual. […]

La atención no es (sólo) concentración o recogimiento de uno mismo: estar concentrado en uno mismo puede ser de hecho a veces la mejor manera de no poner atención y salirse de una situación. 

En un aula, en una relación, en una revolución, hay que atender a una energía que está pasando entre nosotros. Solo así podremos entender la situación que estamos viviendo. La atención es un tipo de sensibilidad trans-individual. [7]

No veo a los estudiantes felices de aprender desde ese desvelo de explotación individual y mercantil, que absurdamente dice “prepararos para la vida”. La universidad presenta una deserción preocupante para los dirigentes, que avasallan respondiendo con sistemas de mayor presión y exigencia, y con la búsqueda de apoyos materiales que resultan infructíferos. ¿Quién va a ser feliz donde no hay plena libertad de decisión, de capacidad creativa real, más allá de dónde deben ir los muros y bajantes? 

Isabelle Stengers nos advierte que, lo que está bajo constante amenaza no es la eliminación de nuestra capacidad de atención —vimos,  con Yves Citton, que esa capacidad no desaparece, sino que se orienta o manipula—, “lo que está el peligro es el arte de prestar atención.”[8] Es decir, de aquello que abre y posibilita nuevas formas de vida que procuren desconfiar de la hegemonía del capital en la que estamos inmersos, y que nos permita prestar atención a lo que se necesita para transformar nuestro mundo. 

 

Notas

1. Fernández-Savater, Amador, El eclipse de la atención, Ned Ediciones, España, 2023, p. 12.

2. Ibid., p. 31 (Del texto: “Contra la economía de la atención, por una ecología de la atención: conversación con Yves Citto”).

3. Bauman, Zygmunt, ¿Para qué sirve realmente la sociología?, Paidós, México 2017, p. 25.

4. Fernández-Savater, Amador, Habitar y gobernar, Ned Ediciones, España, 2020, p. 207.

5. Fernández-Savater, Amador, El eclipse de la atención, España, Ned Ediciones, 2023, p.75  Del texto: “El colapso de la atención en el info—capitalismo. Conversación con Franco Bifo Berardi”.

6. Montaner, Josep, Renombrar la arquitectura en su evolución técnica, formal y ética, Gustavo Gili, España 2024 pp. 11-12.

7. Ibid., p.21. Del texto: “Ausentarse: la crisis de la atención en las sociedades contemporáneas”, Amador Fernández-Savater

8. Ibid, p.79. Del texto: “Prestar atención, de Isabelle Stengers”.

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