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Tiempos líquidos para la arquitectura

Tiempos líquidos para la arquitectura

13 enero, 2017
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

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Si los valores de la Modernidad ya no son los de nuestros, ¿qué viene después? No hay una respuesta: se apunta que estamos condenados a ser modernos; que alcanzamos la condición posmoderna; o que nunca hemos sido modernos, porque nunca llegamos a cumplir sus aspiraciones. Teorías hay tantas como gente pensante. Una de las más destacadas fue aquella definida por el recién fallecido Zygmunt Bauman (1925–2017): sociólogo, filósofo y ensayista polaco, que vislumbró una modernidad de carácter líquido: un periodo donde la identidad es la responsabilidad vital de un sujeto en constante búsqueda de su propia autorrealización. La identidad ya no es un elemento fijo sino móvil, flexible y versátil, donde el arraigo o la pertenencia se han vuelto más frágiles. La consecuencia es indefinición de la identidad de un sujeto incapaz de concluir nada —porque esta sometido al cambio constante— cuya felicidad es imposible —porque siempre aspira a una realización mayor; un estado de continua insatisfacción.

El concepto de Modernidad líquida podría verse como modernidad caótica, atravesada por la globalización de la economía neoliberal, que ha ha sometido a las personas a condiciones de nomadismo —turistas, exhiliados o migrantes darían cuenta de ello—, precariedad e incertidumbre. Una sociedad en la que se erosionan los lazos afectivos y se pierde la idea de ciudadana, que cede su fuerza al individualismo. Una sociedad fluida pero también una sociedad de incluidos e excluidos —o como Bauman apuntaba, de “residuos humanos”.

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¿Cómo repercuten sus ideas en la arquitectura? Más allá de gestos excesivos de la arquitectura de los últimos años, que se apoyaban en un crecimiento económico pretendidamente infinito, que posibilitó la aparición tanto de grandes firmas globales de arquitectura como de poderosas empresas conscientes del valor de cambio del ícono arquitectónico, se trata de imaginar cómo los conceptos enunciados por Bauman afectaron a la disciplina arquitectónica, no con paralelismos simplistas —pensando, por ejemplo, que una arquitectura líquida es una que parece líquida. Por tanto, no es sobre la forma donde hay que incidir, sino más bien en cómo afectan a los modos de habitar. En resumen, no se trata entonces de pensar en formas líquidas sino poner de manifiesto la incertidumbre, el nomadismo o la precariedad de la propia disciplina tanto en términos arquitectónicos como en sus saberes como profesión.  

Pensemos, por ejemplo, proyectos como aquellos que afectan a las migraciones, como pasa en los muros transfronterizos, que impiden el paso a ciertas personas; o que repercuten sobre lo más básico del día a día, como la proliferación de empresas como AirBnb o Uber, que han transformado cualquier espacio en mercantilizable, de forma que un espacio no puede ser visto ya como propio.

Airbnb-4Publicidad de AirBnb

Ambos ejemplos dan gala de nuestro orden social. Son casos, además, donde, si bien la arquitectura —vista incluso aquí desde el mero punto de vista material— tiene mucho que decir, no es tan cierto que sean ejecutados por arquitectos, o al menos no de primera mano. Pueden parecerlos —una casa, un muro— pero en realidad son ejercicios donde se ven envueltos distintos poderes políticos y económicos. Levantar un muro, aunque suponga uno de los gestos por antonomasia de la arquitectura, no es cualquier cosa cuando se hace para separar dos territorios. Poner en renta una habitación en una web es también una demostración de la necesidad de construir otro tipo de experiencias.

Si nuestros proyectos donde se están estableciendo nuestros modos de vida, sino que son la implementación de nuevas políticas y tecnologías la que ha dado nuevo sentido a los entorno materiales –aquello que tradicionalmente era labor del arquitecto– que ya existían previamente, cabe la pena preguntarse entonces qué papel juega el arquitecto. Temo que, salvo muy contadas excepciones, vivamos un momento de precariedad laboral, donde ya no podemos esperar la llegada de “un gran proyecto” con un “gran cliente”. De ser así, existe una falta de oportunidades y la necesidad de reinventarse para inscribirse en el mercado: debemos ser capaces de auto-realizarnos con nuevos encargos que nosotros mismos inventamos.






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