Gobierno situado: habitar
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19 diciembre, 2022
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
La moda justa es el título de un libro firmado por Marta D. Riezu y publicada por Anagrama en su serie nuevos cuadernos. La presentación del libro dice:
La moda justa. Una invitación a vestir con ética. El título La moda justa responde a una doble acepción. La primera se refiere a tener en el armario la cantidad justa de ropa, la precisa, la esencial. A huir de la voracidad. La segunda habla de elegir lo íntegro, lo producido en un contexto donde nadie salga perdiendo. Como una prenda es algo inanimado, debemos ser nosotros quienes le imprimamos esa conciencia mediante el compromiso de conocer mejor quién está detrás de esa ropa, porque esa elección tiene consecuencias.
¿Se puede pensar de la misma manera en una arquitectura justa?
Habría que empezar por descartar la objeción simple de que la arquitectura y la moda no son lo mismo. No lo son, pero tampoco es que sean tan distintas como, arrogantemente, habrá quienes lo señalen desde la arquitectura. Si se piensa en la moda sólo como los vaivenes del gusto, no es que la arquitectura con sus estilos sea ajena a esas apreciaciones sociales y culturales, sólo que va más lento. Si se piensa la moda como una industria, la construcción de edificios, en la que la arquitectura una parte tiene, no es menor industria. En la arquitectura hay tanto de negocio, de creatividad, de publicidad, expresión, mercado y cultura como en la moda. Y si nos ponemos semperianos, entre el vestido y la cabaña hay relaciones antropológicas y filosóficas complejas: de la túnica a la morada y la búsqueda de satisfacer la necesidad de cubrirnos sumándole el placer simbólico de sus distintas apariencias, cambia en principio nada más la cantidad de aire entre la piel y la envoltura. Y quizás un derecho al abrigo pueda incluir desde el derecho a no morir de frío hasta el derecho a la ciudad, pasando por el constitucional derecho a una vivienda “digna y decorosa”.
Así que tratar de entender qué pueda ser la moda justa en algo quizá ayude para plantearnos una arquitectura justa. Eso sí, sin perder de vista las diferencias: si la moda rápida y desechable producto del neoliberalismo y la globalización tiene por resultado el exceso y, al menos para las clases medias globales, armarios llenos de prendas que si acaso fueron usadas una sola vez, mientras 92 millones de toneladas de ropa que nadie compró terminan cada año en tiraderos, la crisis de la vivienda tiene características acaso más complejas y que rebasan a la arquitectura como profesión, aunque también se construya por mero interés financiero, sean departamentos de lujo frente a Central Park o decenas de miles de casitas en zonas que ya ni siquiera podemos llamar periferias.
¿Qué dice Riezu que podamos retomar para pensar las posibles condiciones para una arquitectura justa?
Riezu explica que “la industria textil es un modelo basado en la explotación de la pobreza” y que “vestir no es un acto políticamente irrelevante, sino una práctica cotidiana asociada a realidades globales.” Lo mismo podemos decir de la arquitectura, sin duda. Dice que “de la costura se pasó, a principios del siglo XX, a la producción en serie. El prêt-à-porter contribuyó, por cierto, a la obsesión por la talla y las dietas, al obviar las medidas específicas de cada uno y establecer unas convenciones aleatorias.” La estandarización fue también consigna de la arquitectura moderna, que cuando se volvió estilo internacional, implicó imponer universalmente medidas y funciones, aplanando las diferencias y descartando usos, costumbres y tradiciones particulares. La moda llevó a que el sastre o la costurera cercanos —a veces tanto que es el mismo usuario— fuera sustituido por un diseñador o diseñadora que entre más reconocimiento acumula, más lejos se encuentra. No hace falta mucha explicación para entender el mismo fenómeno en la arquitectura. La búsqueda imparable de novedades, aunque sean recicladas, es otra característica que comparten ambas industrias del diseño.
Para alcanzar una moda justa, Riezu plantea tres retos. Primero, las personas que trabajan produciéndola: “los trabajadores deben poder llevar una vida digna, con una labor que favorezca su desarrollo personal y el de su comunidad, con salarios apropiados y condiciones de trabajo seguras y confortables.” La idea del arquitecto como la entendemos hoy —o como la impuso occidente moderno— implica una jerarquización del trabajo llevada al extremo, que a su vez conlleva grandes desigualdades sociales y económicas. Y eso, desde el interior de las oficinas de arquitectura, con colaboraciones no reconocidas y trabajo mal pagado, hasta la industria misma de la construcción, que en economías como la mexicana siguen dependiendo, como la moda, de “la explotación de la pobreza.” Si el albañil que trabaja en la construcción de una vivienda social no tiene los medios para hacerse de una de las unidades, eso no es vivienda social: es una simulación del sistema y el arquitecto que la diseña parte del engaño.
El segundo reto que plantea Riezu para la moda justa son los animales, en referencia a la manera como se obtiene la lana, la piel o el cuero para confeccionar ciertas prendas. Así que en arquitectura podríamos decir que ese segundo reto serían los materiales. ¿Cómo se produce el concreto o el acero? ¿De dónde se sacó ese mármol o aquél granito? Eso incluye pensar desde la huella ecológica de cada material que se emplea en construir un edificio, hasta las condiciones de los trabajadores que los producen o extraen las materias primas. Eso implica también asumir que, por ejemplo, no hay ninguna razón y ninguna disculpa para traer una pieza de mármol o el grifo de la cocina del otro lado del mundo, y que el arquitecto que los especifica para un proyecto se hace parte de un sistema de explotación de personas y recursos que, lo sabemos, es no sólo insostenible sino indefendible.
El tercer reto, dice Riezu, es la Tierra. O, dicho de otra manera, si el segundo reto es de dónde salen y cómo se producen los materiales para confeccionar una prenda —o construir un edificio—, el tercero es a dónde van a parar los residuos o qué tanto afecta al entorno esa prenda o ese edificio.
Estos tres retos tienen que ver con la urgencia de pensar y conseguir sistemas de producción sustentables, no sólo en términos ecológicos sino sociales, que ya nos hemos dado cuenta que son inseparables: la desigualdad e injusticia que ha generado el capitalismo tardío es la otra cara de la catástrofe ecológica. Explotación y extractivismo son el mismo gesto, dirigido hacia otras personas o hacia otros seres y a la Tierra entera. Sin embargo, como escribe Riezu, “por si quedaba alguna duda: hoy en día, el término sostenibilidad no significa nada.”
Riezu también afirma que “la única prenda realmente ecológica es la que no se fabrica”, y lo mismo podemos decir de los edificios: el único realmente ecológico es el que no se construye. Así que, quizá, una de las primeras preguntas que cualquier arquitecto o arquitecta deba hacerse hoy es si hace falta construir eso que le piden o desea diseñar. Por supuesto, las condiciones de esa pregunta son distintas en distintos lugares y para distintos tipos de edificio, pero siempre será necesario plantearla de algún modo.
Riezu concluye: “No hay marca perfecta. No hay materia prima sin su inconveniente. No hay vidas sostenibles impolutas. Priorizar radicalmente nos vuelve más lúcidos y despeja el horizonte de pociones.” Lo mismo podemos decir de la arquitectura y los edificios. Y, retomando lo que plantea la presentación del libro, decir que como un edificio es algo inanimado, debemos ser nosotros quienes les imprimamos conciencia mediante el compromiso de conocer mejor quién está detrás de ese proyecto, porque esa elección tiene consecuencias.
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