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3 febrero, 2014
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Paimio es un elogio de la civilización filtrada por un ideal humanista; pero, pese a esta caracterización, no puede ocultar que el destino final de todo este esfuerzo puede reducirse a acoger y tratar de reconfortar una enfermedad. Formulado en otros términos, es en el mismo descenso desde el ideal teórico del primer racionalismo hacia la realidad del sujeto individual en donde se abren las puertas para reconocer la miseria y el dolor como sus únicos elementos constituyentes”.
Martí Perán
Con el 116 aniversario del nacimiento del arquitecto Alvar Aalto, no podemos dejar de olvidar grandes ejemplos que dejó para la arquitectura: su casa experimental –esa suerte de experimento espacial y material– el Ayuntamiento de Säynätsalo, la Villa Mairea; o los que realizó en el diseño de mobiliario y pequeñas piezas –como sus excepcionales pomos de las puertas– que muestran la delicadeza por el detalle, el gusto por el diseño y una sensibilidad por el uso del espacio.
Pero más que detenerme en la figura del arquitecto finlandés, me gustaría detenerme sobre una de sus obras más emblemáticas: el sanatorio de Paimio. Situado en las afueras de la ciudad y en diálogo con la naturaleza fue construido entre 1929 y 1933 dentro del programa que se realizó en aquellos años en el país. Si bien Aalto apunta a aspecto como el lugar en sus obras –“No se puede estandarizar el entorno de forma simplista como un producto mecánico” decía Aalto- durante aquellos años en se había desarrollado la noción de “máquina de habitar” en donde la arquitectura pensaba –y reducía, muchas veces respondiendo a un mecanicismo positivista exacerbado– que tenía un enorme potencial para la sanación de los cuerpos. Las teorías higiénicas de la modernidad eran tenidas en cuenta en todos los aspectos del diseño. La arquitecta Beatriz Colomina se ha referido ocasionalmente a la relación entre la salud y la arquitectura apuntando que “La arquitectura moderna era entendida de forma unánime como una suerte de equipo médico, un mecanismo para proteger y mejorar el cuerpo”, capaz de aliviar los males humanos.
El mismo Aalto daría cuenta de ello en el diseño del mobiliario para sanatorio: su silla Paimio tenía una inclinación que debía facilitar la respiración de pacientes con problemas; sus tumbonas de acero estaban pensadas para tomar el sol en la famosa terraza del edificio. La arquitectura, de forma más o menos mecánica, apuntaba a una sanación tanto física como mental del paciente (el habitante) respondiendo desde el diseño al control del cuerpo en búsqueda de un beneficio. No hace falta insistir entonces que existe una relación entre las condiciones de vida y la salud: la corriente del higienismo desarrollado ante las malas condiciones -laborales y domésticas- que había generado la revolución industrial mejoró ampliamente la calidad de vida de muchas ciudades: apertura de calles, ordenación urbana, normativa de los inmuebles…
¿Es la arquitectura tan buena?, ¿tan capaz de aliviar nuestro dolor? Si, como ha apuntado Beatriz Colomina la arquitectura, auspiciada en la modernidad, se convertiría en una herramienta para el alivio, tanto físico como mental, de los cuerpos estamos apuntando a que la arquitectura tiene el poder de modificar a quienes en ella habitan, por lo que no sería inadmisible decir que un diseño puede repercutir en un sentido opuesto sobre esa misma persona: atacar su ánimo y desgastarlo. Por cruel que pueda parecer podemos poner ejemplos: cárceles, espacios de tortura, campos de prisioneros e incluso los mismos hospitales y sanatorios –en sus malas variantes– han sido alguna vez diseñados por alguien –tal vez un arquitecto– y darían buena cuenta de esas capacidades a la sombra de la arquitectura, donde la miseria y el dolor no sean ya sus “únicos elementos constituyentes” sino donde estos son sus fines últimos.
Pero la arquitectura o el espacio son neutrales en sí, carecen de ética; la arquitectura, abstraída a su variante mecánica, puede ser usada como elemento de cura o arma de represión. En este punto corresponderá a los arquitectos qué están dispuestos a hacer, a configurar sus propios límites profesionales (incluso éticos). Más allá de la clásica pregunta que todos podemos haber oído alguna vez: “Tú como arquitecto, ¿diseñarías una cárcel?” o similares, el punto está en saber en las posibles implicaciones que un diseño pueda tener. Seamos responsables.
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