Construir demoliendo
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7 enero, 2020
por Sergio Beltrán | Twitter: ssbeltran
El mensaje de año nuevo de Donald Trump, que dio en Twitter poco después de que los Estados Unidos mataran a Qassem Suleimani fue inequívoco: “Que esto sirva como una ADVERTENCIA que si Irán ataca a cualquier estadounidense o instalaciones de los Estados Unidos, tenemos en la mira 52 sitios iraníes… algunos de muy alto nivel e importancia para Irán y la cultura iraní, y esos objetivos, e Irán mismo, serán golpeados muy rápido y muy duro.”
Queda poco espacio para la especulación: el presidente amenaza con destruir patrimonio cultural, lo que constituye un crimen de guerra según las leyes internacionales que los Estados Unidos han tanto impulsado como firmado. Esto incluye la Convención de Ginebra, de 1949, y la resolución 2347 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de 2017, que “condenan la destrucción ilegal del patrimonio cultural, incluyendo la destrucción de sitios y artefactos religiosos, y el saqueo y contrabando de bienes culturales desde sitios arqueológicos, museos, bibliotecas, archivos y otros sitios, especialmente por grupos terroristas.”
La descripción de los sitios culturales más valiosos de Irán cae bajo esas regulaciones, que se crearon en principio al terminar la Segunda Guerra Mundial, una época en la que ambos lados perdieron invaluables construcciones, obras de arte y prácticas culturales, en mayor medida debido al avance tecnológico del armamento. El temor de futuras guerras con un uso extendido de bombardeo aéreo e incluso armamento nuclear era tan grande que uno de los imperativos de las nacientes Naciones Unidas fue proteger de la destrucción indiscriminada no sólo a la gente sino también los espacios donde vivían. Así es como se acuñaron términos hoy comunes como los sitios patrimonio de la humanidad de la Unesco: no como una lista de sitios bellos y valiosos para ser visitados o vistos, sino como un inventario de espacios donde bajo ninguna circunstancia podrían llevarse a cabo actos de guerra.
Cuando hoy los conflictos se extienden sobre distancias mayores entre el atacante y su blanco, esa legislación exige mayor obediencia que nunca de parte de sus signatarios.
A inicios de 2001, la destrucción de los Budas de Bamiyan por los talibanes y la de Palmira por por parte del Estado Islámico en 2015, nos hicieron más conscientes de la fragilidad del patrimonio cultural. El clamor global tras el incendio accidental que consumió el techo de la catedral de Notre Dame también fue fuerte: el sentimiento de que tesoros del pasado se escapan a nuestra protección es una de las características de la cultura contemporánea. Sin embargo, hay que recordar que la construcción de los talibanes o de Isis como enemigos bárbaros hace más fácil que el público denuncie estos actos como crímenes de guerra.
Irán es una nación muy mal conocida, en parte porque el acceso ha sido restringido desde la revolución iraní de 1979, pero en gran medida porque la política occidental de la guerra fría cubrió al país con un barniz comunista, señalándolo como una tierra bárbara, una percepción que persiste hasta nuestros días. Su régimen, no secular y represivo, ha reforzado la reputación negativa, acusado del asesinato de más de 1,500 activistas en los últimos tres meses, en medio de un apagón de internet. En ese contexto, Irán es visto a menudo más como un vacío cultural que como la cuna del Imperio Persa y de grandes logros en las artes y en las ciencias.
Hoy, 24 sitios en Irán están protegidos por la Unesco: Persépolis, uno de los últimos conjuntos arqueológicos masivos de la antigua Persia, protegido por instituciones iraníes; la plaza Naqsh-e Jahan, en Isfahan, con sus asombrosas mezquitas y una arquitectura que suma la ingeniería, el simbolismo religioso y el dominio material; la ciudad histórica de Yazd, el paisaje esencial del que tomamos todas nuestras referencias fantásticas al antiguo oriente de las Mil y una noches.
Además, desde agosto del 2016, más de 50 sitios iraníes están en la lista de espera de la Unesco, esperando la declaración. Al contemplare esa colección de tesoros arquitectónicos, debemos entender que esos lugares no existen independientemente de las personas que ahí viven, aman, ríen y rezan: los iraníes entienden el valor que tienen esos sitios mejor que cualquiera y han realizado loables esfuerzos para preservarlos, restaurarlos y compartirlos.
Por tanto, no podemos separar estos sitios de valor de su gente. Cualquier ataque injustificado contra los iraníes o el debilitamiento de sus instituciones, inevitablemente pondrán en riesgo de daño a esos sitios, un patrón que debimos aprender de Palmira y el Mosul tras los daños irreparables a artefactos conservados en su museo.
A pesar de que la Unesco ha sentado las bases para la protección absoluta de edificios invaluables, aun tenemos que entender mejor la relación entre los humanos y el ambiente que produce la cultura. A la luz de la renuncia de la administración de Trump a la Unesco en 2019, las amenazas del presidente al patrimonio cultural iraní no deben tomarse a la ligera. Todos debemos ser conscientes de lo que podría perderse para siempre.
Este texto se publicó en inglés en el periódico The Guardian y se reproduce aquí con permiso del autor.
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