Los dibujos de Paul Rudolph
Paul Rudolph fue un arquitecto singular. Un referente de la arquitectura con músculo y uno de los arquitectos más destacados [...]
29 diciembre, 2013
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Mis notas dominicales del puente Guadalupe-Reyes se centran en algunos párrafos que escribí en el ensayo La discreta radicalidad de un arquitecto moderno, que abre el libro reciente sobre Juan Sordo Madaleno. (ver link 1)
2.
Las primeras obras de Juan sordo Madaleno junto con Augusto H. Álvarez siguen las enseñanzas de Le Corbusier. El edificio en la calle Morelos, esquina con la glorieta de Colón, ya desaparecido, tiene todos los elementos incipientes de la modernidad latente y fue destacado por la crítica internacional, considerándolo uno de los mejores edificios de oficinas de México. En este edificio aparece una gran ventana abierta en el último piso, delatando la azotea jardín y la filiación corbusiana de esos años. La ventana corrida de la Villa Savoye de Le Corbusier aparece en mayor o menor grado en casi todos los edificios de la época. En la calle Morelos se expresa discretamente en la fachada lateral, donde el detalle de la columna cilíndrica y el pretil, vistos desde el interior y desde la terraza es casi literal, y en los edificios de la glorieta de Melchor Ocampo de ellos mismos, también se recurre a la ventana abierta al cielo, enmarcando la esquina con una trabe. Otros edificios contemporáneos de Luís Barragán y de Enrique del Moral coinciden con el mismo repertorio de formas y elementos.
El edificio de oficinas en Mariano Escobedo es otro caso modélico, incorporando un cambio en la manera de concebir el espacio de trabajo de las oficinas modernas. Se trata de cinco niveles diáfanos que siguen al pie de la letra los postulados corbusianos -planta libre, estructura independiente de fachada, ventanas corridas- sobre una planta baja de estacionamiento. Sin embargo, lejos del esquematismo reductivo, se enriquece con matices que le dan mayor complejidad. También sobre la calle Mariano Escobedo, esquina con el actual Circuito Interior se ubicaba hasta hace poco, un edificio de departamentos cóncavo que responde a la mega glorieta metropolitana. Siete niveles de dos departamentos por planta montados sobre una planta baja remetida que exhibe en primer plano las columnas circulares, se remata con unos penthouses de nuevo corbusianos. Ahí, los ductos y el cilindro de la escalera emergen como chimeneas de un buque trasatlántico. Los balcones blancos con jardineras que enfatizan la horizontalidad de la composición, la delicada manguetería de las ventanas metálicas y el despiece cuadrado de las placas pétreas que revisten el cuerpo sólido y oscuro, demuestran gran oficio. Apuntando sobre el mismo Circuito Interior, esquina Rio Lerma, en la Colonia Cuauhtemoc, está otro edificio coetáneo, donde “el trazado modular general trasciende el trazo de la ventanería y el despiece del recubrimiento de fachada,” que exhibe una composición por planos, en la que una fachada lisa sobre la avenida metropolitana contrasta con otra abierta a la calle con terrazas. Ambas confluyen en una arista enfatizada por una columna circular y el recurrente lenguaje corbusiano como alegoría náutica.
Una constante compositiva a lo largo de un buen número de sus edificios pasa por la liberación de la planta baja, eventualmente comercial, y el enmarcado o encintado de la fachada, dejando flotar el plano de franjas horizontales equidistantes entre ventanas y pretiles. En las obras de estos años el legado corbusiano está presente. El mismo Augusto H. Álvarez “reconoció que la obra de Le Corbusier influyó en él profundamente, aunque también se sentía identificado con las obras de los holandeses y alemanes.” Álvarez conoció a fondo la obra y los textos de Le Corbusier, en especial el libro Hacia una arquitectura publicado en 1923, leído por todos los arquitectos de la época, en el cual, entre varias ideas centrales, el autor proponía la estandarización y la modulación de la vivienda. Sordo Madaleno, a su vez, continuaba la herencia funcionalista inaugurada la década anterior por O’Gorman pero dotándola de “un estudio más a fondo de las relaciones espaciales y proporcionales”.
A mitad de siglo pasado Juan Sordo Madaleno era uno de los arquitectos más reconocidos de México. Sin embargo, desde su talante discreto, no competía frontalmente con los principales protagonistas de esos años, siendo bien aceptado por todos ellos. La evolución de sus primeras obras –y las de Augusto H. Álvarez- de influencia lecorbusiana, se fue decantando hacia un estilo internacional de corte miesiano, pulcro y preciso, donde la sinceridad estructural, la persistencia de la modulación, el dominio de la proporción y los parámetros acristalados, fueron los criterios dominantes. La famosa frase “menos es más” se convirtió en parte inherente de su manera de sentir y hacer arquitectura, tanto formal como tecnológicamente, lo que posteriormente asumirían –por separado- con mayor radicalidad. Procurando la calidad constructiva y la máxima funcionalidad, ni Álvarez ni Sordo Madaleno buscaron la originalidad, por eso –como afirma Lourdes Cruz- no le importaba el hallazgo de las cosas nuevas sino la perfección de las ya conocidas. No hay que olvidar que el mismo Mies afirmaba estar creando un estilo neutro y repudiaba el “individualismo” de Le Corbusier. Hasta cierto punto el camino que Álvarez y Sordo Madaleno emprendieron juntos y que desarrollaron con mayor radicalidad por separado, los llevó a ese anonimato al que aspiraba el Movimiento Moderno. Lo que encumbró a S.O.M. como fenómeno empresarial a nivel global, se llevó a cabo en México de la mano de estos arquitectos, alcanzando la perfección platónica y genérica “gracias a su eficacia técnica y profesional combinada con una estética sencilla y congruente. S.O.M. era capaz de unir las ambiciones del racionalismo moderno con las del capitalismo avanzado y la burocracia empresarial.
Cabe recordar que a partir de la exposición y posterior publicación de The International Style, la arquitectura moderna se asumió como estilo y cobró ese carácter de producto acabado, de sistema formal unitario, donde la regularidad sustituyó a la simetría, se pasó a una arquitectura concebida como volumen más que como masa, y se proscribió la decoración aplicada.
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