Los dibujos de Paul Rudolph
Paul Rudolph fue un arquitecto singular. Un referente de la arquitectura con músculo y uno de los arquitectos más destacados [...]
18 septiembre, 2020
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Ha muerto Javier Calleja. Un gran arquitecto, que junto a su socio inseparable Poncho López Baz, conformaron LBC, un equipo único, elegante y discreto. Creo que los conocí por Humberto Ricalde, quien eventualmente colaboraba con ellos, y fueron los primeros arquitectos mexicanos que publicamos en Arquine, en el número uno, en septiembre de 1997. Entonces escribí “con más de veinticinco años de coherente trayectoria profesional LBC es una de las más destacadas presencias de la arquitectura mexicana actual. De gesto amable y educado, con un agudísimo sentido del humor, estos arquitectos son autores de obras que encarnan una síntesis entre la tradición de su país, el legado minimalista y austero de Barragán y la más estetizante de la arquitectura internacional reciente. La obra de López Baz y Calleja manifiesta una preocupación constante por la esencialidad de las líneas y los planos, y se refleja en un obsesivo cuidado en los detalles, los remates y las entregas. Así mismo destaca en su lenguaje la función de la luz, que subraya y contrasta deliberadamente las texturas con nitidez y con gran riqueza de soluciones.”
Ese primer número que compartieron con Waro Kishi y que tuve la suerte de pasar unos días con todos ellos, dio pie a todo tipo de bromas, y los albures a nuestro amigo japonés no cesaron: el eje central era que cualquiera de sus casas cabía en uno de los baños de Javier y Poncho. Su tono alegre y contagioso siempre era respetuoso y la empatía no tenía fronteras. En una entrevista que acompañó las obras publicadas en ese primer número les pregunté por el paso del tiempo. Javier arrancó con un axioma: “a nosotros nos interesa la atemporalidad de la arquitectura.” Y así fue en las décadas que siguieron, nunca preocupados por aferrarse a un estilo y arrastrando aprendizajes de una obra a otra.
Cinco años más tarde publicábamos una monografía con un texto de Alberto Kalach en el que vinculaba el carácter de la obra de Javier Calleja y Poncho López Baz con la personalidad de sus autores, su forma de ser y la manera con que se relacionan con los demás. Kalach escribía del confort de sus espacios domésticos, la generosidad espacial, el orden y la simplicidad de formas, la perfección en los detalles, el lujo dirigido al bienestar y el gozo, como reflejo del carácter y personalidad de sus autores. En un texto que escribí en ese mismo libro, titulado “La casa de los sueños”, añadí que “en sus casas crean atmósferas perfectas (…) como templos profanos que veneran a los dioses eternos del arte, la serenidad y la belleza.”
Los viajes a algún destino nacional para impartir pláticas o las comidas eventuales en alguno de los jardines del más selecto club de arquitectos nacionales al que a veces tuve acceso, me dieron la oportunidad de conocer de cerca a Javier, hasta de colaborar en algún anteproyecto casi de ficción. Siempre encontré a un amigo generoso, a un colega exigente y detallista en aras de la excelencia de cuanto diseñara y sobre todo, un ser humano entrañable. Algún evento todavía nos unió el año pasado y su porte erguido y aristocrático de años antes, se conservaba en la silla que empujaba su hijo, también arquitecto Calleja.
Compartimos el dolor por su pérdida con su esposa Verónica y con sus hijos Jerónimo y Daniela. Y con Poncho López Baz compartimos también el vacío profundo del que pierde un socio y un hermano, un amigo —el uno, el otro— que lo enraizó con la tierra, cada vez que se echaba a volar. Descanse en paz.
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