21 marzo, 2013
por Arquine
Humberto Ricalde nos presentó en el bar Mata. Recién llegado de su Roma adoptiva y a los pocos meses de mi exilio voluntario, Humberto nos juntó para siempre. O casi. Entonces, Javier me apantalló con uno de sus mejores lados: el seductor. Arremolinado y ameno cautivaba con citas de Karl Kraus, imágenes de Passolini y anécdotas de su paso por París o Barcelona. Sus orígenes uruguayos aparecieron más tarde para desvelar el rancio abolengo aristocrático de la estirpe materna que marcó su acomodado estilo de vida burgués, con batín de seda, hasta cuando no alcanzaba para la renta. Así eran sus –nuestros– primeros años en México donde todo se valía para garantizar una cena, aprovechando a veces su parecido con John Malcovich, su versatilidad lingüística o su memoria envidiable que le permitía recitar párrafos enteros. Su buena mano cocinando –más allá del buen sazón– sólo era el inicio de tantas conversaciones de un iconoclasta nocturno.
Sabía invitar. Sabía escoger los contertulios. Aún cuando nunca se hizo un lugar entre sus pares. Nunca quiso ser un escritor local más, un poeta a sueldo del Estado. Discutíamos. Compartíamos a Sebald y a Calvino. Me empujó a Kapuściński, a Saúl Bellow y a Joseph Conrad. A partir de una brillante disertación sobre el Batherby de Melville me regaló una pequeña gran joya: Jakob von Gunten de Robert Walser. Entretanto surgieron algunas colaboraciones, correcciones de estilo de nuestros torpes textos y se fue acomodando en el género arquitectónico, aunque no llegara a tal. Entre entrevistas y reseñas fue reorientando la línea editorial de Arquine hacia territorios fronterizos con el arte, la literatura, el teatro o el cine. El poeta se hizo experto en arquitecturas recientes, aliñadas con berninis de su memoria romana y fue por años sparring y amigo muy querido. Pocos años atrás los senderos se bifurcaron y abandonó la aventura que nos unía, en lo que construyó una familia. Ahora, Javier el poeta, El animal sin manada, parafraseando el título de su tercer y último libro de poemas, nos deja tras un repentino y agresivo cáncer. Deja a Ariadna y a su hijo Lucio. Te vamos a extrañar.
Miquel Adrià | @miqadria
El pasado 10 de marzo falleció en la ciudad de México, el poeta, escritor, dramaturgo, cineasta y crítico, Javier Barreiro Cavestany. Nacido en Montevideo, Uruguay, pero nacionalizado mexicano, publicó en Italia –Sipario, Diario della Settimna, Il Manifesto–, España, Inglaterra–The Arts Newspaper–, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Colombia, Japón y México en medios como La Jornada Semanal, Letras Libres y Zona de Danza entre otras. Viajero incesante radicado en México desde 1997, en donde lo conocí cuando iniciamos el proyecto de la revista TRAZOS dirigida por Humberto Ricalde. Fue durante más de diez años director editorial de la Arquine en donde dirigió con paciencia y precisión el proyecto creado por Miquel Adriá. Con una escritura precisa y fina, Javier desenvolvió el debate de la arquitectura y el cómo pensar con arquitectura. Inteligente y genial en ocasiones, buscó que Arquine proyectara nuevos límites en la difusión de la arquitectura en Latinoamérica, siempre apoyado en una línea crítica intrínseca a la profesión.
Nunca exento de polémicas, buscó que esta revista mexicana –que lleva más de 15 años en circulación– especulara en cada número, un tema o debate distinto ligado a la profesión, haciendo uso de la obra construida en una región geográfica que generalmente ha quedado fuera del panorama de publicaciones en el mundo anglosajón. El tratamiento temático que Javier aplicó también logró aquello que otra gran publicación, DOMUS, hizo en la Europa de los años setenta: sociabilizó la arquitectura, la colocó en la mesa de debate de otras disciplinas y abrió relaciones a otros medios. Ayudado por su vocación de escritor y sus conocimientos en arte contemporáneo, su dirección buscó establecer vínculos con otras disciplinas. No siempre bien logrados, su esfuerzo ha marcado pauta en otras publicaciones latinoamericanas posteriores. En sus palabras, “buscaba que Arquine fuera una plataforma para pensar con arquitectura”.
Siempre colocando las ideas a debate, el consejo de la revista operó bajo su dirección como una máquina de hacer ideas, con una crítica que permeaba cada número, de por qué tratar el tema en cuestión. Durante estos diez años en los que Javier Barreiro estuvo al frente de Arquine no sólo abrió el debate de la arquitectura latinoamericana contemporánea de Chile, Brasil, Uruguay, Costa Rica, Colombia, México y Venezuela, sino que además ayudó a establecer un intercambio regional a gran escala. Javier continúo su práctica artística que siempre combinó con la de promotor cultural dentro de distintas instituciones en varios países. Durante el 2011, tuve la oportunidad de compartir una parte del guion de su último cortometraje Donde termina el mar. Durante varias charlas, Javier argumentaba que la vida es un largo plano-secuencia y que como tal, hay que contarla como si fuéramos los directores y la vamos “haciendo” al construirla. Javier deja en vida a su compañera Ariadna y a su hijo Lucio.
Pablo Lazo