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Columnas

57% de informalidad y el espacio público

57% de informalidad y el espacio público

2 diciembre, 2015
por Juan Palomar Verea

Publicado originalmente en El Informador

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Los recientes esfuerzos del Ayuntamiento de Guadalajara por ordenar las calles del centro deben recibir el apoyo, e incluso el aplauso, de la ciudadanía. Pero, cómo se usaba decir, el apoyo debe siempre ser crítico. O sea, estar al pendiente de que lo que suceda a partir de ciertas acciones se apegue a la justicia, la igualdad, la sensatez, los principios democráticos.

Porque, no se puede olvidar ni un momento, el mandato de la gente es la base de la legitimidad de la autoridad y de sus disposiciones. Parece una obviedad, que no lo es tanto: el Ayuntamiento es el gobierno de la ciudad. Lo que hace, es en nombre de todos, los que votaron por él y los que no. Así es la democracia.

En un país con un altísimo grado de actividad económica informal resulta más que explicable que esta realidad pueda desbordarse en las calles. Y más con la permisividad, e incluso el apoyo interesado de algunas fuerzas políticas que históricamente se han beneficiado del corporativismo tan rendidor en acarreos, presiones y urnas. Sin embargo, esas aguas desbordadas de la informalidad pueden –si hay sabiduría política y tino- ser reencausadas hacia canales formales que, recordémoslo, son no sólo convenientes sino benéficas para la sociedad. Hasta ahora, el Ayuntamiento ha ofrecido opciones viables de reubicación y/o ocupación a los comerciantes afectados. Hay que seguir al tanto.

En términos urbanos, los efectos de la informalidad se vierten con frecuencia sobre una de las bases de la convivencia civilizada: el espacio público. Sin el pleno uso y goce de los ámbitos comunes la comunidad resulta gravemente lesionada. Empezando por las banquetas, las calles, las plazas: no son territorio dispuesto para la invasión de los particulares. Por más que haya mucha gente necesitada, siempre será superior la necesidad social por conservar la vigencia de los derechos y las propiedades colectivas.

Surge, de cualquier modo, el comprensible reclamo de los vendedores ambulantes que hacían de esa actividad su modus vivendi. El drama humano que para muchos de ellos representa el cese de un modo –por ilegal que sea- de allegarse recursos para ellos y sus familias es una realidad. Quizá sea una cuestión de ingeniería, de aplicación y equilibrio de fuerzas.

Toda esa fuerza humana que hasta hace poco se empleaba para lesionar al espacio público (y a la misma economía general, recuérdese el no pago de impuestos), podría ser canalizada en favor de la propia ciudad. Todos sabemos las graves carencias urbanas que se padecen. Servicios, mantenimiento, limpieza, conservación de banquetas, calles y fincas… Habría que hacer un programa mucho más amplio de empleo –y aquí los políticos y los economistas tendrán que usar toda su creatividad e imaginación- mediante el que la gente que tendrá que cambiar de giro, de modo de vida, pueda trabajar dignamente a favor de la ciudad a través de la formación de brigadas de rescate urbano.

Se requieren muchos recursos. El Ayuntamiento prometió no engordar su nómina. El nivel de ingresos para estas brigadas debe ser razonablemente competitivo con respecto al que los ambulantes tenían… Claro que hay retos, dificultades, preguntas múltiples. Sin embargo, considérese la muy alta cantidad de dinero público invertido en otros programas sociales, sobre todo en el nivel federal.

Debe haber una manera como el Ayuntamiento tenga justo acceso a una parte suficiente de esos recursos para un fin como el que se describe, de altísimo beneficio social y urbano. Debe haber un formato laboral con el que se pueda generar este ambicioso programa – mucho más ambicioso que las medidas hasta ahora anunciadas. Y entonces, con los argumentos adecuados, llevar adelante la ingeniería (y la arquitectura) para que la fuerza, el tesón, la notable iniciativa de los ex ambulantes (o fijos) informales se apliquen no contra los derechos de todos a su espacio común, sino a favor de una ciudad que tanto los necesita, y a los que no debe dejar al garete. Solamente así el espacio público recuperado podrá tener plena vigencia, justicia. Y continuar ampliándose.

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