Los dibujos de Paul Rudolph
Paul Rudolph fue un arquitecto singular. Un referente de la arquitectura con músculo y uno de los arquitectos más destacados [...]
1 octubre, 2019
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Estoy por instalar unas placas solares en la azotea de mi casa. Veo con admiración como el paisaje urbano y rural se está transformado con esos planos inclinados que ociosamente reciben la energía solar para calentar el agua doméstica, mientras seguimos consumiendo gas, que es mucho más caro y siempre conlleva riesgos. Y desde mi perspectiva doméstica entiendo a todos aquellos que aplican este criterio y evolucionan hacia energías limpias y seguras. Sin embargo, hasta en las buenas intenciones hay maneras. Y me refiero a las placas solares que cambiaron el perfil urbano de uno de los edificios más destacados de la arquitectura mexicana de la segunda mitad del pasado siglo, como son las oficinas del INFONAVIT.
Este conjunto realizado en 1974 por los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky para el Instituto del Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores está conformado por dos volúmenes sólidos de concreto aparente y la ampliación en curso de un tercero. Los dos cuerpos originales albergan el estacionamiento y las oficinas, respectivamente y entre ellos se abre una plaza urbana que ritualiza el acceso monumental al conjunto. Los edificios que González de León y Zabludovsky llevaron a cabo en esos años setenta y ochenta —el Colegio de México, la Delegación Cuauhtémoc, la Embajada de México en Brasilia, la Universidad Pedagógica Nacional y el Museo Rufino Tamayo— son piezas clave no sólo de la mejor etapa de estos arquitectos, sino de la arquitectura moderna mexicana. Concretamente en el INFONAVIT la transparencia y la ambigüedad ente interior y exterior de las otras obras mencionadas, se convierte en opacidad: dos cuerpos resuelven el programa —estacionamiento a un lado y oficinas al otro— liberando en medio la plaza de acceso. Ambos cuerpos definen la escenografía urbana y monumental de esta institución, ocultando los edificios preexistentes e imponiendo su imagen atemporal para abrirse a un espacio interior que articula todo el programa. La ausencia de escala de referencia lo lleva a la máxima abstracción del edificio representativo, entre el templo y el panóptico. Sus fachadas laterales se supeditan a los parteluces estructurales que protegen del sol. El uso de un único material convertido en fachada, piso, cubierta, rampa, escalera y plaza, permitió generar un cierto sincretismo entre la herencia prehispánica y el lenguaje moderno corbusiano. Los cinco niveles alrededor de un atrio vestibular en uno de los volúmenes albergan 16,000 m2 de oficinas, además de una biblioteca, un auditorio y un comedor para 1,200 empleados, mientras que el otro volumen es un estacionamiento para 500 automóviles.
El conjunto sobrevivió dignamente cuarenta y cinco años, agregando una azotea verde y el tercer edificio —todavía proyectados por Teodoro González de León— para dar cabida a la ampliación del programa del instituto. Sin embargo, el pasado año el edificio más hermético —los estacionamientos—, amaneció despeinado, y la contundencia horizontal que remataba el conjunto se vio alterada por un sinfín de pequeños planos de placas solares inclinadas. Si bien es cierto que las energías limpias no solo ahorran y no contaminan, sino que deben mostrarse como ejemplares, no debería ser de tal manera que afectaran la imagen de uno de los edificios más destacados del pasado siglo. La nueva dirección del INFONAVIT debería rescatar los valores del conjunto original y reubicar en la mayor azotea verde de la capital sus placas solares, sin alterar el aspecto de las fachadas principales.
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