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Horóscopo

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18 abril, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

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El jueves 29 de abril de 1926 en el Chicago Daily Tribune se publicó una columna titulada Mussolini, estrella del escenario mundial: “Pregunten a cualquier grupo de personas quién es la figura mundial más sobresaliente y la probabilidad es que al menos la mitad, si no más, responderán que Mussolini. Cualquiera que sen nuestras opiniones personales y nuestros prejuicios políticos, hay que admitir que Mussolini es el protagonista del actual drama de la posguerra. Simboliza la acción, la fuerza, la violencia y el poder” Los italianos, asegura el texto del periódico, están acostumbrados a las dictaduras, carecen del “instinto para la democracia” pero tienen el instinto del drama. Eso se encuentra en “el creador del Fascismo.” No todo son elogios, más adelante se lee: “Mussolini cree que ha encontrado el camino para solucionar los problemas surgidos de la necesidad. Ahora su tarea es resolver aquellos de la grandeza. Ahí yace el mayor peligro.”

En su libro The Third Rome, 1922-43: The Making of the Fascist Capital, Aristotle Kallis cita el discurso de Mussolini cuando fue nombrado ciudadano honorario de Roma, en abril de 1924. Era el discurso de un urbanista y no sólo el de un dictador —visiones que, no por casualidad, muchas veces han coincidido en la historia. En ese discurso Mussolini habla de esos dos tipos de problemas, los surgidos de la necesidad y los de la grandeza:

“Quiero dividir los problemas de Roma, la Roma del siglo XX, en dos categorías: los problemas de la necesidad y los problemas de la grandeza. No podemos atacar los segundos sin resolver los primeros. Los problemas de la necesidad detienen el desarrollo de Roma y se relacionan con este binomio: la vivienda y la comunicación. Los problemas de la grandeza son de naturaleza muy distinta: es necesario liberar a la Roma antigua de todos esos añadidos mediocres que la desfiguran, pero junto a la antigua y la medieval, debemos también crear la Roma monumental del siglo XX.”

Cuatro siglos antes de Mussolini, otro guerrero-constructor había decidido devolverle a la vieja Roma su antigua gloria como imperio y como ciudad: Giuliano della Rovere, conocido como Julio II de 1503 a 1513. En 1506 el Papa decidió remplazar la vieja Basílica de San Pedro con un nuevo, grandioso edificio —idea que originalmente tuvo Nicolás V a mediados del siglo XV pero que no pasó de los cimientos y unos cuantos muros. Para la nueva Basílica, Julio II organizó un concurso que ganó Donato Bramante.

El 18 de abril de 1506, a las 10 de la mañana, se realizó la ceremonia en la que se colocó la piedra fundacional de la nueva Basílica. Era Sabato in albis, el primer sábado después de Pascua —este año, el Sabato in albis fue hace una semana, el 11 de abril. Mary Quinlan-McGrath ha estudiado las relaciones entre el arte, la óptica y la astrología en el Renacimiento italiano. Explica que el momento preciso de la fundación de la Basílica fue seleccionado para conmemorar un evento religioso, pero también para coordinar el horóscopo del edificio con otros: los del nacimiento de Cristo, del mundo y de Giuliano della Rovere. Quinlan-McGrath cuenta cómo Julio II, al igual que muchos otros papas y reyes, no iniciaba sus obras —fueran edilicias o militares— sin consultar los augurios de los cielos revelados por sus astrólogos. En una ocasión, dice, hizo esperar a la multitud media hora para colocar la primera piedra de una fortificación hasta que llegara el momento elegido por los astrólogos. También explica que la carta astral que publicó el matemático y astrólogo Luca Gaurico a mediados del siglo XVI con el signo y los ascendentes de la Basílica de San Pedro probablemente no sea la original con que se determinó la fecha y hora de colocar la primera piedra: la fábrica del templo no había transcurrido con la rapidez que se esperaba y corregir el horóscopo del edificio era una manera de mostrar que el error siempre sería producto humano, jamás de los cielos.

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