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Hacer mientras tanto

Hacer mientras tanto

9 julio, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

¿Qué premia una bienal de arquitectura? ¿La mejor arquitectura de una realizada entre unas fechas o está manifestando una determinada postura sobre lo qué debe o no ser la profesión en ese mismo momento? Las bienales, son, después de todo, espacios que vienen a reconocer o validar la arquitectura realizada en un determinado momento por parte de un cierto jurado. Así, si bien son contemporáneas, las inclusiones o los olvidos de determinadas obras obedece en muchas ocasiones a las valoraciones personales de un jurado. Por eso resulta siempre tan importante que sus miembros representen una visión plural y voces discordantes capaces de llegar al desacuerdo en las decisiones. Después de todo, qué se expone y cómo se hace ofrece, pone de manifiesto como estas instituciones entienden lo que debe ser la arquitectura.

Los resultados de la última Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (BEAU XII), por ejemplo, exponen una visión comedida de una arquitectura que abandona las nociones de espectáculo, algo destacable en un país donde la crisis parece haber detenido la fiebre constructiva de años anteriores, para acercarse a maneras de hacer distintas, basadas en la recuperación o reciclaje de espacios y estructuras para el uso de la sociedad. La selección por parte de los directores, los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, ofrece un cambio de mirada y un manifiesto sobre otra manera de hacer las cosas que intenta limpiar los excesos del derroche, premiando proyectos como la magnífica intervención de Langarita-Navarro para la Serrería Belga de Madrid – ahora un laboratorio cultural de nuevas tecnologías – con un proyecto fresco y divertido, pero también comedido, que no sólo recupera una antigua fábrica industrial si renunciar a un lenguaje personal, sino que la abre al uso y lo expone a la experimentación de sus usuarios.

No es sin embargo este el único proyecto que hace suya esta ultima idea, la apropiación y el empoderamiento de los ciudadanos de un espacio. También el Campo de Cebada se apropia de esta idea en el germen de su propuesta. El nacimiento de este espacio auto-gestionado tiene su origen en la crisis. En ese lugar se albergaba el antiguo polideportivo de La Latina, derribado para dejar paso a un nuevo proyecto, pero que la nueva situación económica nunca permitió realizar. Ante eso, los vecinos reclamaron el uso del espacio “mientras tanto” no llegaba ninguna solución y que ha terminado por desarrollar la más atípica de las propuestas finalistas de esta Bienal. Atípica porque no es un proyecto acabado, sino en abierto a continua transformación y desarrollo. Atípica porque carece de programa preciso, formalizado con el tiempo, desde las primeros campos de futbol – simples líneas en el suelo – a la creación de un huerto urbano, el desarrollo de proyecciones de cine, obras de teatro o conciertos o su uso como foro ciudadano y talleres donde compartir conocimiento. Atípica porque ha conseguido reconciliar en una misma propuesta al Ayuntamiento, a partidos políticos y ciudadanos para entre todos decidir sobre su forma de gestión. Atípica porque no se paga desde el dinero público sino que muchas de las propuestas han salido adelante gracias a la participación o la financiación colectiva. Atípica porque no da nada por sentado, porque favorece el conocimiento común, la experimentación, el intercambio de ideas y la discusión para hacer y favorecer soluciones en él. Y atípica porque, y no de manera ingenua, el proyecto carece de autor, o más bien, no hay un nombre propio detrás. Su autor es el Campo de cebada, o lo que es lo mismo, cualquier persona abierta a participar o aportar algo al espacio. Al proyecto, que ya había sido destacado y premiado anteriormente en distintos foros, parece que le llega ahora el reconocimiento por parte de la “alta” arquitectura. El premio, seguramente, no cambie mucho para el Campo, que seguirá trabajando y desarrollándose como lo ha venido haciendo hasta ahora. Su futuro pasa por el tiempo que el Ayuntamiento – dueño del solar – les permita a los vecinos permanecer allí y por la materialización o no de la propuesta que debía ocupar ese lugar. La iniciativa que desarrolla esta propuesta es loable, si bien, como apuntaba sagazmente Anatxu Zabalbeascoa en El País: “es peligroso que los ayuntamientos deleguen su responsabilidad de cuidar y crear espacios públicos a esas iniciativas ciudadanas”, o dicho de otro modo, las instituciones deben ser una voz más dentro del proceso de diseño.

Parece que mientras tanto no se pueda volver a los grandes desarrollos y proyectos, esta edición Bienal Española apunta, con sus premios, a valorar y reconocer las soluciones y apropiaciones ciudadanas frente la crisis y el exceso, poniendo de manifiesto algo que ya había dicho Alfredo Brillembourg en el pasado Congreso Arquine: “el arquitecto no va a ser un constructor de nuevos monumentos e íconos, quizás va a ser un regenerador de tejido urbano, un productor de ciudad, que va a juntar las distintas partes”. ¿Debemos – como arquitectos – construir imágenes o debemos – como ciudadanos – desarrollar propuestas que puedan ser pensadas con la participación de todas las partes, un espacio abierto a la apropiación y que nunca sitúe a los usuarios por detrás de la arquitectura? Apuntar a lo segundo significa hacer proyectos menos como producto acabado y más como un estado en proceso, más fatigosos y sacrificados en el tiempo, con muchos más agentes y donde la autoría se diluye – algo a lo que muchos arquitectos no estaría dispuestos a dar – pero que construye una ciudad donde los mismos ciudadanos forman parte y tienen voz del proceso de la mejor del (propio) entorno donde viven.

Untitled-1¿Qué premia una bienal de arquitectura? ¿La mejor arquitectura de una realizada entre unas fechas o esta manifestando una postura sobre lo que debe o no ser la profesión? Las bienales, son, después de todo, espacios que vienen a reconocer o validar la arquitectura realizada en un determinado momento por parte de un cierto jurado. Así, si bien son contemporáneas, las inclusiones o los olvidos de determinadas obras obedece en muchas ocasiones a las valoraciones personales de un jurado. Por eso resulta siempre tan importante que sus miembros representen una visión plural y voces discordantes capaces de llegar al desacuerdo en las decisiones. Después de todo, qué se expone y cómo se hace ofrece, pone de manifiesto como estas instituciones entienden lo que debe ser la arquitectura.
Los resultados de la última Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (BEAU XII), por ejemplo, exponen una visión comedida de una arquitectura que abandona las nociones de espectáculo, algo destacable en un país donde la crisis parece haber detenido la fiebre constructiva de años anteriores, para acercarse a maneras de hacer distintas, basadas en la recuperación o reciclaje de espacios y estructuras para el uso de la sociedad. La selección por parte de los directores, los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, ofrece un cambio de mirada y un manifiesto sobre otra manera de hacer las cosas que intenta limpiar los excesos del derroche, premiando proyectos como la magnífica intervención de Langarita-Navarro para la Serrería Belga de Madrid – ahora un laboratorio cultural de nuevas tecnologías – con un proyecto fresco y divertido, pero también comedido, que no sólo recupera una antigua fábrica industrial si renunciar a un lenguaje personal, sino que la abre al uso y lo expone a la experimentación de sus usuarios.
No es sin embargo este el único proyecto que hace suya esta ultima idea, la apropiación y el empoderamiento de los ciudadanos de un espacio. También el Campo de Cebada se apropia de esta idea en el germen de su propuesta. El nacimiento de este espacio autogestionado por los propios vecinos del barrio tiene su origen en la crisis. En ese lugar se albergaba el antiguo polideportivo de La Latina, derribado para dejar paso a un nuevo proyecto, pero que la nueva situación económica nunca permitió realizar. Ante eso, los vecinos reclamaron el uso del espacio en un “mientras tanto” no llegaba ninguna solución y que ha terminado por desarrollar la más atípica de las propuestas finalistas. Atípica porque no es un proyecto acabado, sino en continua transformación y desarrollo. Atípica porque carece de programa preciso, sino que este es formalizado con el tiempo desde las primeros campos de futbol – simples líneas en el suelo – a crear un huerto urbano, proyecciones de cine o servir de foro ciudadano y talleres. Atípica porque ha conseguido reconciliar en una misma propuesta al Ayuntamiento, a partidos políticos y ciudadanos para entre todos decidir sobre su forma de gestión. Atípica porque no se paga con dinero público sino que muchas de las propuestas han salido adelante gracias a la participación o la financiación colectiva. Atípica porque no da nada por sentado, porque favorece el conocimiento común, la experimentación, el intercambio de ideas y la discusión en pos de hacer y favorecer el espacio. Y atípica porque, y no de manera ingenua, el proyecto carece de autor, o más bien, no hay un nombre propio detrás de el. Su autor es el mismo Campo de cebada, o lo que es lo mismo, cualquier persona abierta a participar o aportar algo al espacio.
El proyecto ya había sido destacado y premiado anteriormente en distintos foros, parece que le llega ahora el reconocimiento por parte de la “alta” arquitectura. El premio, seguramente, no cambie mucho para el Campo, seguirá trabajando y desarrollándose como lo ha venido haciendo hasta ahora. Su futuro pasa por el tiempo que el ayuntamiento – dueño del solar – les permita permanecer en ese sitio y por el desarrollo o no de la propuesta que debía ocupar el vacío. La iniciativa que desarrolla esta propuesta es loable, si bien como apuntaba sagazmente Anatxu Zabalbeascoa en El País: “es peligroso que los ayuntamientos deleguen su responsabilidad de cuidar y crear espacios públicos a esas iniciativas ciudadanas”, o dicho de otro modo, las instituciones deben ser una voz más dentro del proceso de diseño.
La Bienal apunta, con este premio, a manifestar algo que ya había dicho Alfredo Brillembourg en el pasado Congreso Arquine que el arquitecto “no va a ser un constructor de nuevos monumentos e íconos, quizás va a ser un regenerador de tejido urbano, un productor de ciudad, que va a juntar las distintas partes”. ¿Debemos – como arquitectos – construir imágenes o debemos – como ciudadanos – desarrollar propuestas que puedan ser pensadas con la participación de todas las partes, un espacio abierto a la apropiación y que nunca sitúe a los usuarios por detrás de la arquitectura? Apuntar a lo segundo significa hacer proyectos menos como producto acabado y más como un estado en proceso, más fatigosos y sacrificados en el tiempo, con muchos más agentes y donde la autoría se diluye – algo a lo que muchos arquitectos no estaría dispuestos a dar – pero que construye una ciudad donde los mismos ciudadanos forman parte y tienen voz del proceso de la mejor del (propio) entorno donde viven.

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