Silicon Valley
En Silicon Valley parecen haberse dado cuenta del potencial que sus compañías tienen para desarrollar sus marcas, no sólo a [...]
12 diciembre, 2018
por Mariana Narváez Medina
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Está llena de secretos y desenlaces inesperados. Como las espectaculares vistas que esperan en la cima de sus empinadas calles. Exige detenerse a admirar el paisaje y pescar un destello de la Torre Transamérica o del Ferry Building en el Embarcadero, o incluso del Océano Pacífico y la Bahía de San Francisco que se funden bajo el Golden Gate Bridge. De la misma forma que las impresionantes vistas panorámicas se despliegan por el horizonte de la ciudad, explosiones laterales de color cargadas de simbolismo se extienden sobre sus muros y callejones, especialmente aquellos de La Misión, donde la gran comunidad hispana sigue tan viva y tan impasible ante lo que la rodea que pareciera un territorio que nunca hubiera dejado de ser mexicano.
San Francisco es así. Permite que las formas de vida más disímiles se unan en una sola metrópolis lo suficientemente compacta como para recorrerla de punta a punta en unas cuantas horas, pero tan vasta y tan compleja que se encuentra en un continuo estado de auto-invención. San Francisco mira hacia adentro, casi nunca hacia afuera. No pretende competir con otras ciudades “globales”, vive para sí misma. Si la ciudad tuviera un tema sería el de la localidad; es un grito a voces que se escucha en su arquitectura, en sus restaurantes, en los espacios comerciales dentro del mercado del Ferry Building. Se ha destacado por el arte de crear una cocina multicultural y una cultura enológica de primer nivel, pero también porque tanto los orígenes como los procesos y el resultado son totalmente específicos de la Bahía. San Francisco cree honestamente en la sustentabilidad y tiene la mirada completamente enfocada hacia la protección del medio ambiente. Todo se recicla, se hace composta o se reutiliza; es una ciudad efectivamente verde. Con organismos encargados de promover y reconocer proyectos energéticamente eficientes, esta sincrética ciudad cuenta con una comunidad arquitectónica comprometida con los principios para mantener el equilibrio ecológico y la conservación de los recursos naturales, así como el diseño de edificios que inflijan una huella mínima en el entorno.
Y es que, con un parque público que abarca la mitad del ancho de la ciudad y que desemboca directamente en el océano, San Francisco tendría mucho que perder si su ecosistema se viere amenazado. Es por edificios como la Academia de Ciencias de Renzo Piano en el Golden Gate Park, cuya tecnología constructiva se ha vuelto atemporal, que esa cultura ambiental y arquitectónica se difunde con el ejemplo. Además de los ya emblemáticos proyectos de Herzog & de Meuron, Libeskind y Morphosis, una nueva generación de estructuras se abre paso a través de la histórica, y a veces reticente al cambio, ciudad. La expansión de Snøhetta para el inagotable SFMOMA de Mario Botta se encuentra en construcción. Nuevas torres y rascacielos se elevan en el Distrito Financiero transformando la cinta urbana. Un macro-proyecto de infraestructura —el nuevo Centro Transbay de Pelli Clark Pelli— emerge en lo que era la antigua Terminal de Transbay, en el corazón de la ciudad. Conectará San Francisco a nivel regional y nacional, dará servicio a once sistemas de transporte multimodal y contará con un nuevo parque público de 1.8 hectáreas en su techo. Además de sus funciones como centro de transporte, contará con programas de entretenimiento, arte y educación y buscará obtener una certificación LEED Gold. El Distrito completo será transformado en un nodo comercial de alta densidad con miles de pies cuadrados de oficinas, vivienda y hoteles distribuidos en diversas torres. Algunos de estos desarrollos han sido ya asignados a firmas internacionales como SOM, Richard Rogers y el mismo Pelli Clark Pelli. Este estallido de actividad no se limita a los confines de la ciudad. Al sur de la península, los nuevos campus para los gigantes tecnológicos —como el de Foster & Partners para Apple en Cupertino y el de Frank Ghery para Facebook en Menlo Park— están iniciando una nueva revolución arquitectónica por sí mismos.
Pero San Francisco se impone ante toda esta actividad. Con el andar lento de la niebla, durante un mismo día callado se pasa de la humedad inmaterial del amanecer a la frescura calmada de la noche. El cielo inmenso se abre a través de sus amplias calles libres de edificios lo suficientemente altos como para interrumpir la comunión de ciudad y naturaleza, que se cierne sobre ella en un balance perfecto. Es esa naturaleza a la vez tan próxima y tan sacra la que convierte a San Francisco en una ciudad cosmopolita pero que no quiere ser urbana. Más allá de las icónicas casas victorianas de madera de secuoya con sus ventanas de bahía, más allá de las joyas arquitectónicas que representan sus modernísimos edificios y, sobre todo, más allá del inigualable Golden Gate Bridge, se despliega un sinfín de cerros, valles, bosques, bahías y viñedos que constituyen en sí mismos aventuras interminables. Basta salir de la ciudad para sentir que la urbe ha quedado tan atrás que ya se quiere regresar a ella.
Este texto se publicó en Arquine No. 67 | Habla Ciudad, con motivo de la primera edición del Festival de Arquitectura y Ciudad MEXTRÓPOLI. Aparta la fecha y acompáñanos a vivir la ciudad extraordinaria en su próxima edición que tendrá lugar del 09 al 12 de marzo de 2019.
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