Saberes al borde. Materialidades para habitar el río Medellín
Construir al borde de la precariedad constituye saberes valiosos que se vuelven ilegítimos en la medida en que existe un [...]
9 abril, 2024
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub
A Juan Camilo Domínguez y Yilver Mosquera.
El poder y la dominación tienen que ser producidos, inventados, compuestos. Las asimetrías efectivamente existen, pero ¿de dónde vienen y de qué están hechas?
¿Cuánto tiempo puede estudiarse una relación social sin que los objetos tomen relevo? [1]
Bruno Latour, Reensamblar lo social
Sobre mi escritorio —cuya dimensión es inferior a un metro cuadrado de superficie— yacen inmóviles medio centenar de libros, siete aparatos electrónicos y un puñado de materiales diseñados para la escritura.
En este reducto acotado, en esta escala mínima de la casa, cabe, por así decirlo, “el mundo entero”. No como suele argumentarse —desde una postura idealista— un mundo que esté más allá de los propios libros, un mundo conceptual, amplio, infinito, sino llanamente el mundo material de sus hojas, tintas y pegamentos.
En esta materialidad cotidiana —y por ello reconocible y afectivamente relacionada conmigo—, donde interactúo entre las pastas de libros que conozco (algunas que rechazan, plastificadas, el sudor de mis manos cuando las sostengo largo tiempo, y otras que, en cambio, de tan porosas, parecen respirar y absorber todo rastro de humedad), en esta materialidad en que estoy habituado (donde soy capaz de recordar las propiedades de las hojas de cada libro: casi elásticas unas, y ásperas para el grafito otras), yace un mundo oculto, ensombrecido, emborronado. Un mundo que, por ética, necesita ser des-cubierto, re-velado, conocido. Como lo expresa el sociólogo mexicano Jaime Osorio: “la tarea del conocimiento es integrar lo visible y lo oculto.” [2] ¿Qué yace oculto en la materia que nos acompaña día a día?
Para abordar las intenciones de estas líneas, me sirve como ejemplo un pequeño ejercicio ocioso, una indagación a los objetos cotidianos de mi escritorio. Tengo por interés in-vertir o derramar, siguiendo la idea de Bourdieu, el mundo entero a la casa. [3] Para ello, fue necesario contestar tres preguntas básicas: ¿de dónde proviene cada una de las materialidades dispuestas en el escritorio?, ¿dónde fueron adquiridos estos productos? Y, por último —y dada mi condición de extranjero al realizar este pequeño ejercicio—, ¿en dónde se encuentran agrupadas estas materialidades?
En este vago rastreo —dado que un estudio más profundo seguiría los rastros de cada uno de sus componentes: papel, tinta, pegamento, plástico, etiqueta, botones, metales, pantallas, etc.— se permite enunciar lo que ahora, mapeado, se vuelve evidente: yace materia del mundo entero, y las fuerzas que la produjeron, volcado sobre una simple y diminuta superficie localizable. Un escritorio a base de arenas y cales de costas y territorios cuya procedencia desconozco. Pasamos de la aparente y falsa neutralidad de la representación del espacio —al que los arquitectos estamos habituados y que hemos naturalizado acríticamente—, a la compleja imbricación de las dinámicas y relaciones globales que permite preguntarnos cosas como: ¿qué relaciones sostiene el mundo material en que estamos habituados?, ¿qué relaciones de poder, desigualdad y dominación se sostienen a través de la forma en que se produce, distribuye, consume e intercambia la materia de estos libros, herramientas o aparatos?
Si este ejercicio se extendiera al análisis de las materialidades de la arquitectura, podríamos hacernos preguntas tales como: ¿de dónde provienen la materia de cada una de sus piezas, muebles, y accesorios previamente acotados de forma fría en un plano? ¿qué poderes estarán siendo sostenidos por medio del ensamblaje de estas materialidades?
Un ejercicio simple de rastreo demuestra que no basta con preguntarle a los objetos o edificios las mismas preguntas idealistas que la teoría de la arquitectura se empeña en hacer una y otra vez. Preguntas como:
¿Cuál es la primera arquitectura: cueva o choza?, ¿estereotómica o tectónica?, ¿resultado de la domesticación del fuego, o del cuidado y la espera del cultivo?, ¿imitación de la naturaleza o radical creación ante la intemperie? O preguntas que ahondan en subjetividades acríticas tales como: ¿qué nos hace sentir la dura piedra?, ¿es agradable, poético para el yo? Todas estas preguntas arrojan al poder, cuando menos, a las oscuras fauces del silencio.
Para Bruno Latour uno de los mayores errores de las teorías y ciencias ha sido el silencio que se le ha impuesto a los objetos para cualquier estudio social: “como humildes sirvientes viven en los márgenes de lo social, haciendo la mayor parte del trabajo […]”.
Para explicar la crítica de Latour, proveniente de su libro Reensamblar lo social, me es de gran ayuda la obra de teatro de la filósofa Chantal Maillard: Cual menguando.
Cual es el nombre del protagonista, que vive un proceso de dudas que se avalanchan, crisis que termina por derrumbar la certeza de que las cosas aún están detrás de la puerta:
Cual: ¡La calle!
Siam: ¿Qué le pasa a la calle?
Cual: Pues que no sé si está. Ahí, donde siempre.
Siam: ¿Y eso te ha ocurrido ahora?
Cual: No, ahora no, antes. Al ir a abrir la puerta de la calle.
Siam: Pues si la puerta estaba, y era la puerta de la calle, es de suponer, que también estaría la calle, ¿no?
Cual: No necesariamente, podría seguir estando la puerta y que detrás no hubiese nada. Tenía la mano sobre el pomo a punto de girarlo cuando entendí de repente que no hay razón alguna para que lo que hasta ahora ha sido siga siendo. Que el sol se haya levantado cada 24 horas desde que lo recordamos, no significa que vaya a levantarse mañana. Eso sí es qué quedan horas. Y que la calle haya estado hasta ahora detrás de la puerta cada vez que la hemos abierto, no significa que vaya a seguir estando ahí la próxima vez.
Siam: ¿Y qué hacemos ahora?
Cual: Creo que no voy a salir. [4]
Esta pequeña conversación entre Cual y Siam me permite continuar con preguntas en relación al pensamiento de Latour: ¿qué serían de nuestras prácticas socio-espaciales sin la materia previamente ensamblada que permite proseguir un tipo de mundo? ¿Y si al abrir la puerta cambiara el suelo que conozco, las aceras que transito, el poste que esquivo, el perro que acaricio, el cruce que ignoro, el semáforo por el que corro, el auto del que desconfío, la escuela u oficina por la que me oriento? ¿Cómo podríamos hablar de la posibilidad de mantener las relaciones sociales sin la materia que también le da agencia nuestra realidad cotidiana? Ahora bien, ¿quién diseña esa materia, con qué intereses, quien ayuda con sus arte-factos a “sostener” la realidad, a volverla durable, predecible, repetible, más o menos sólida? Y si las cosas de nuestro mundo se transformaran: ¿cómo sostendrían su poder quienes nos arrastran con sus materialidades a actuar como lo desean?
Es decir, que la materia —en nuestro caso particular la de la arquitectura—, no es simplemente un telón de fondo donde la vida cotidiana pasa, no es neutro a la existencia de realidades moldeadas por poderes. Es decir, las materialidades diseñadas son agentes siempre activos que ayudan “al poder a durar y expandirse”. [5]
Por tanto —y esto es lo fundamental en la crítica—, habríamos de preguntarnos, ¿en qué medida y de qué forma la materia actúa y ayuda a la estabilidad de las relaciones de poder? Por qué los arquitectos pretenden o fingen sólo “crear escenarios” donde la vida humana pasa, como si la arquitectura fuera solo cáscara o contenedor apolítico, al margen de toda pugna social.
Como lo evidencia Smiljan Radic en su texto sobre el circo:
Al parecer, la arquitectura hace el mismo trabajo que la escenografía, crea unidades de ambiente, atmósferas o acontecimientos —como quieran llamarlos—, pero con más peso, acarreando más material, más lentamente. Por ello puede alzar más veces el telón y repetir por más tiempo el ahí está de nuevo. […]
Un escenario donde (el cliente) pueda moverse bajo el sol como si estuviera en casa, a pesar de que camine tartamudeando en un principio antes de aprender el devenir del guion, más o menos amable, que repetirá mil veces hasta que se canse. Cuando el cansancio llega, se desarma un tabique para reacomodar la habitación de los niños, se demuele el techo para hacer un estudio, se decoran las fachadas y la vida continúa tranquilamente. [6]
La arquitectura, a diferencia de la escenografía, no sólo genera atmósferas, sino que es un actor y actante de la realidad misma y —como bien lo expresa Radic— permite, una y otra vez, no sólo los actos de “moverse bajo el sol”, sino que —y esto es lo fundamental— permite un “estar ahí de nuevo” del poder y la opresión. Cuando el cansancio llega no es tan simple demoler, no tanto la habitación de los niños, sino la estructura que me dice dónde, con qué recursos y de qué forma estará posibilitada esta reforma.
¿Qué otras preguntas podemos hacernos los arquitectos más allá de la experiencia teatral, fenomenológica, poética o sensible? ¿Y si la arquitectura se ejerciera fuera del marco patriarcal y capital de oposiciones: público-privado, dentro-fuera, arriba-abajo, húmedo-seco, luz-sombra, masculino-femenino, fecundado-fecundante? [7] ¿Y si los muros fueran diseñados para re-distribuir, no solo departamentos y oficinas, sino las riquezas y el poder? O, en una sola pregunta: ¿y si la arquitectura —servicial hasta ahora a la estructura hegemónica del capital— renunciara a su (i)lógica dominante?, ¿de dónde se sostendría el poder mismo?
Debemos pensar, como lo dice Latour: “cómo fue posible que la dominación lograra semejante nivel de eficacia y a través de qué medios impensados” [8] se ha logrado sostener. Debemos pensar la arquitectura como una materialidad ética, donde se deje de producir en nombre de la ganancia y la acumulación. En general, es tiempo de dotar a todo lo no-vivo (libros, escritorios, casas, ciudades o territorios enteros) como víctimas también de los valores patriarcales de explotación, dominación, violación y silenciamiento.
Hacer, como primer paso, que la arquitectura hable, que la materia posea una voz, capaz de de-nunciar lo que hasta ahora le ha sido negado decir. Tal vez una de las primeras labores de la arquitectura en este mundo que agoniza aceleradamente, no sea ya la de sostener torpemente una forma de “vida” que nos mata, sino ayudar a revelar la naturalización de las catástrofes que promueve y sostiene sus propias prácticas, y comenzar a bosquejar radicalmente otra forma de hacernos con y en el mundo.
* Las ilustraciones aquí presentados forman parte del trabajo realizado en el Seminario de Investigación I: Espacio, tiempo y sociedad, dentro del Posgrado de Estudios Socioespaciales del Instituto de Estudios Regionales (INER), de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia), y cuya realización no hubiese sido posible sin la enseñanzas, entusiasmo y pasión de los profesores Juan Camilo Domínguez Cardona y Yilver Mosquera Vallejo, así como la retroalimentación con mis compañeras y compañeros de clases, cuyos conocimientos y sensibilidades me colocan en otro espacio.
Notas
[1] Latour, Bruno, Reensamblar lo social, Manantial, Argentina, 2021, p.96 y 115.
[2] Osorio, Jaime, Fundamentos del análisis social, Fondo de Cultura Económica, México, 2005, p.40
[3] Existen varias traducciones del título original del libro. La editorial Siglo XXI lo tradujo como: La casa o el mundo dado vuelta. Taurus la vertió al español como: La casa o el mundo invertido. Este último me parece más pertinente para expresar la idea que se busca usar como referencia.
[4] Maillard, Chantal, Cual menguando, Tusquets Editores, España, 2018, p.75.
[5] Latour, Bruno, op. cit., p.104-105.
[6] Radic, Smiljan, Cada tanto aparece un perro que habla y otros ensayos, Puente editores, España, 2017, p. 50.
[7] Son para Bourdieu las oposiciones homólogas de la casa. En El sentido práctico, Editorial Siglo XXI, Argentina, 2007, p. 426.
[8] Latour, Bruno, op. cit., p. 126.
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