La moda es el mensaje
Hay maneras de imaginar una nueva moda interactiva, tal vez aumentada, pero inteligente; una que nos obligue a acercarnos a [...]
28 agosto, 2017
por Carolina Haaz
Hace dos billones de años las cianobacterias oxigenaron la atmósfera de la Tierra para interrumpir las formas de vida. A la fecha, la humanidad es la primera especie con un poder de influencia planetario, y está al tanto de ello. Es eso lo que nos distingue. Si hemos cambiado permanentemente las condiciones del planeta es la cuestión que detonó, en los últimos años, un debate semántico, científico —y, ¿por qué no?, político– entre geólogos y ambientalistas.
De acuerdo con la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS por sus siglas en inglés), nos encontramos en la era del Holoceno, que inició 11,700 años atrás, luego de la era de hielo. En el 2000, el ganador del Nobel detonó mediáticamente la discusión, al decir que el tiempo presente es el del Antropoceno (la era del “hombre actual”, según sus raíces etimológicas), uno en el que la humanidad ha llegado a causar extinciones masivas de especies animales y vegetales, ha contaminado océanos y alterado permanentemente la atmósfera.
¿Cuál ha sido la reacción de las artes en torno a un territorio cada vez más inestable? Polémica como tantas veces lo fue en vida, Zaha Hadid escribió alguna vez que los arquitectos guardan una responsabilidad social mayor que otros creadores —se refirió a estos como artistas, pero ese será tema de otra discusión— por su potencial moldeador de las formas de las sociedades. Sin saberlo, estaría hablando también de la moda —¿qué es la moda de una época? Un sombrero, una catedral, diría Adolf Loos. Desde la moda, algunos diseñadores han creado proyectos especulativos que recuperan ideas de la disciplina edificante para imaginar el futuro en el antropoceno, la era del humano.
En mayo de 2017 el graduado de la Parson School of Design, Jacob Olmedo, presentó una colección de 3 piezas de las que crece pasto. Los “jardines usables” son un trabajo de ingeniería textil del que crece vida orgánica. El material combina capas de cera de abeja que funcionan como impermeabilizantes, una mezcla de fibras que guardan humedad y pulpa de madera que alberga las semillas y los nutrientes necesarios para que las plantas manen de la vestimenta. La idea recuerda a los jardines verticales que, en principio, tienen el propósito de “limpiar” el aire de los alrededores y que, como mucho, procuran limpiar reputaciones políticas. Las prendas de Olmedo, sin embargo, operan conceptualmente como una armadura de naturaleza frente a la crisis medioambiental. Otra temporada, quizá, verá florecer.
Recientemente se han diseñado arquitecturas móviles que buscan soluciones ante la necesaria tendencia de la vida en microapartamentos en las ciudades más sobrepobladas. Ejercicios como “All I Own House” (2014) del despacho español PKMN Architectures, configuran el hogar en disposiciones multifuncionales. El proyecto destaca por su capacidad transformadora, de acuerdo a las necesidades de los usuarios. Del lado de la moda emerge Petit Pli, una colección para infantes de seis a treintaiseis meses que se expande gradualmente a la par del crecimiento corporal del usuario, a partir de un sencillo sistema de pliegues sobre materiales impermeables. En este rango, los cuerpos pueden crecer hasta seis tallas. De ser absorbida por el mercado para masas, la propuesta podría reducir la gran cantidad de desperdicios generados por la industria textil.
A un paso más del diseño verde está la bioecología. Idealmente, los edificios del futuro serán ecosistemas vivientes que respirarán por sí mismos, constantemente abastecidos por bacterias “buenas” que fortalecerán nuestros sistemas inmunológicos. Este tipo de diseño ya se está ensayando en pequeña escala por la firma Skidmore, Owings & Merrill (SOM), a través de la obra Public Safety Answering Ceter II, en Nueva York. En ella se instalaron “bio-paredes” hechas de plantas que oxigenan el aire y, a su vez, albergan microbios que emanan componentes orgánicos volátiles, formaldehídos y otras toxinas, que también ayudan a la oxigenación del espacio interior. En el ámbito de la moda, Suzanne Lee comparte el interés por el campo emergente a través de Biocouture, proyecto que ha desarrollado para crear prendas a partir del cultivo de bacterias contenidas en el té verde, el azúcar o la kombucha. La propuesta dialoga crítica y constructivamente sobre el estado de deterioro ambiental -y humano- que ha generado el abusivo y contradictorio trasfondo económico que está detrás de la industria textil.
Arquitectura no es un edificio tanto como moda no es un atuendo. Las construcciones estéticas y formales del diseño fungen como activadores de la relación entre los espacios materiales y su habitancia. La era del antropoceno está conducida por los patrones de consumo capitalista, con ansias de crecimiento insaciable y una dependencia desequilibrada de recursos naturales y humanos.
Ante esta coyuntura, hay algo más que el diseño de moda puede aprender de la arquitectura -y ésta sobre sí-. Para François Roche, fundador del estudio parisino New Territories, los primeros ejercicios arquitectónicos de inclinaciones ecológicas, en los 80, se volvieron meramente decorativos, una “simulación de debilidad y cooperación”, un ejercicio ante todo de mercadotecnia. Pero ¿podemos negociar con la naturaleza? En palabras de Roche, es visible cómo ésta “responde a los cambios modificando su sexualidad, su morfología, su fisiología, su comportamiento”. La respuesta está en el ambiente: se requieren cambios. Pero no se tome esto como un comentario bienintencionado; un nuevo diseño (para un nuevo hombre) sólo podrá venir de las tensiones entre lo real y lo imposible.
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