Gobierno situado: habitar
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8 junio, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
La acumulación como demostración
Seguramente las reglas básicas del periodismo prohiben iniciar una crónica con un recuerdo personal. Pero yo no se nada de periodismo —y, además, ya lo escribí alguna vez. Cuando la primera vez que llegué a Venecia, hace años, me preguntó mi madre qué me parecía respondí —según cuenta ella: yo no lo recuerdo— que parecía Disneylandia. Durante mucho tiempo me avergonzó esa anécdota y evitaba dar pié a que la contara en público. Hasta que leí algo que George Simmel había escrito de Venecia. Por supuesto no la comparaba con la entonces inexistente Disneylandia, pero hablaba de una ciudad artificiosa, “una escenografía desalmada: la belleza mentirosa de una máscara,” para terminar diciendo que “la forma de ser de esta ciudad consiste en una sustitución de la apariencia por el ser.” A Venecia le quedan bien los carnavales, los festivales de cine y las bienales de arquitectura.
En estos días Venecia es doble escenario de la arquitectura o, más bien, de muchas arquitecturas pero separadas en dos grandes grupos. Una es la real, construida por esas piedras que valoró Ruskin y desgastada más que por el tiempo —climático o cronológico— por el paso y el peso de miles, millones de turistas que año tras año se estorban unos a otros en sus canales, sus plazas y sus angostos callejones. La otra no es menos real, diría yo, pero no siempre es de piedra sino más bien se construye con imágenes y representaciones diversas —planos, maquetas de distintas escalas, textos: pura apariencia, para repetir a Simmel y el lugar común de que la arquitectura son edificios y no sus representaciones. Como cada dos años, con la Muestra Internacional de Arquitectura, Venecia convoca a lo más selecto de la arquitectura para exhibirse —en todo sentido— y reflexionar, a veces.
En esta ocasión, Koolhaas se planteó la bienal de manera diferente. Ya se ha dicho: además de pedir un par de años para organizarla en vez del año que se acostumbraba, Koolhaas eliminó cualquier referencia central a la arquitectura contemporánea y, sobre todo, a los arquitectos de moda —lo que, como también ya se ha comentado, deja un único nombre en la marquesina: Koolhaas— y se centró en varios temas: una historia de la arquitectura italiana que va más allá de la arquitectura en Mondoitalia; una revisión enciclopédica de los Elementos de la arquitectura y, para los pabellones nacionales, la invitación a sumarse todos a una misma investigación: Absorbiendo la modernidad, para preguntarse cómo en el siglo que va de 1914 a la fecha las arquitecturas locales han sido afectadas por el fenómeno aparentemente global de la modernización. Una bienal, dice Paolo Baratta, su presidente, dedicada a la investigación y no sólo a la exhibición de lo que se ha hecho.
Desde hace algunos años varios artistas nos han enseñado que la acumulación de materiales diversos, incluyendo documentos de archivo, produce diversos efectos más allá de los estéticos: sirve para denunciar, para revelar, para convencer, para demostrar y denunciar. También los arquitectos han usado ese método. El propio Koolhaas, por ejemplo, en libros como S, M, L, XL o Content, trabajó mediante la acumulación de datos y de información y más que una conclusión lógica derivada de un análisis sistemático asumió que la mera yuxtaposición podría revelar algún potencial. Se trata de un método que no poco debe al collage como lo entendían los surrealistas o a la paranoia-crítica daliniana —que Koolhaas analiza y utiliza en Delirious New York— pero llevado a extremos enciclopédicos. Por supuesto, algunos seguidores hicieron del método lo que ciertos epígonos de Mies hicieron, según el mismo Koolhaas, con el muro cortina: banalizarlo. En una primer recorrido por la 14ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia la sensación de exceso de información es inevitable. No se trata sólo de que, como en cualquier Bienal, haya demasiado que ver en conjunto, sino que las dos muestras oficiales de la Bienal, Mundoitalia y Elements, así como muchos de los pabellones nacionales, siguen el método de la acumulación como demostración exigiéndole al espectador una imposible atención a cientos o miles de casos presentados uno al lado del otro, asumiendo que será capaz de cargar con todo lo que se le ofrece —virtualmente, como ideas, o físicamente, como folletos, postales, catálogos y carteles. Y aunque sin duda hay presentaciones notables el efecto general es, me parece, similar a los excesos que había diagnosticado Marc Augé al hablar de la sobremodernidad: exceso espacial, temporal e individualista, todos marcados por una falla estructural: el mundo se reduce gracias a los medios de transporte pero los lugares pierden sus características locales; el tiempo se acorta gracias a las tecnologías de comunicación pero resulta imposible dar cuenta de todos los acontecimientos que suceden; la libertad individual es mayor que nunca pero sus efectos políticos son prácticamente nulos. Así, en esta bienal la capacidad de acumular y mostrar información es sorprendente pero la posibilidad de transformarla en conocimiento operativo y saber transmisible puede que esté en crisis. A lo que Koolhaas podría responder, y con razón, con un simple y geométrico Q.E.D —era lo que había que demostrar.
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