Inflexiones: convertirse en lo que aún está por ser
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¡Felices fiestas!
22 mayo, 2018
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida
Decía Rem Koolhaas que los arquitectos nunca supimos explicar el espacio, que cuando pensamos en él, sólo miramos sus contenedores, como si fuese invisible. Sin embargo, es a la arquitectura como disciplina a la que se le confiere el rol de la delimitación del espacio. El mismo Koolhaas introdujo el término de junkspace como los restos, las sobras, el residuo, todo aquel espacio basura que queda con el paso de la modernización. Para Juan Román —fundador de la Escuela de Arquitectura de Talca y curador del Pabellón de Chile para la Bienal de Venecia en 2016— enseñar arquitectura a estudiantes del campo chileno y hablar de espacio con ellos es algo que quedaba muy lejos, como si fuera una cosa de origen divino que costaba ver o entender y, por lo tanto, algo muy complejo de explicar. Eso lo llevó a configurar una escuela de arquitectura enfocada en la experiencia de lo material, lo táctil, lo artesanal y lo manual del oficio, abortando la idea de tratar de entender el concepto abstracto de espacio.
Aunque hablar de espacio pareciera algo inevitable y recurrente en la arquitectura, ésta es la primera vez que aparece la palabra espacio en el título de una Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia: Freespace —en el 92, Paolo Portoghesi curó una muestra llamada Architettura e spazio sacro nella modernità, pero no se cuenta oficialmente entre las 16. Según las directoras de la muestra, Yvonne Farrell y Shelley MacNamara, Freespace implica “generosidad de espíritu”, “sentido de humanidad”, “celebra la capacidad de la arquitectura para encontrar generosidad adicional e inesperada en cada proyecto”; ellas hablan de “los dones gratuitos de la naturaleza” y también de “bienestar para cada ciudadano de este débil planeta”. Mencionan que el freespace puede ser un “espacio de oportunidad, un espacio no programado; un espacio libre para usos no concebidos”. El (free) espacio como aquello que sucede cuando “los edificios mismos encuentran maneras de compartir e involucrarse con la gente a lo largo del tiempo, incluso mucho después de que el arquitecto ha salido de escena”.
Free puede traducirse como gratuito, pero también como libre, suelto, generoso, desocupado. Desde el manifiesto que acompaña esta edición de la Bienal se habla de “la habilidad de la arquitectura para proveer dones (gifts) espaciales gratuitos (free) y adicionales a quienes la usan y de atender (address) los deseos (wishes) tácitos (unspoken) de los extraños”. Para volver con esta definición a un discurso ingenuo y simple sobre el espacio como aquello que “ronda”, donde los arquitectos introducimos nuestras obras para, de manera “libre o gratuita,” ofrecer a quienes las habitan cierta condición generosa o humana. De esta manera se retoma la definición abstracta del espacio como aquel elemento sobreentendido en el que nos movemos, evadiendo quizá definiciones más complejas como aquellas que entienden el espacio desde el rol de lo público y lo ciudadano.
¿De qué hablamos cuando hablamos de espacio? Fue la pregunta que dio marco en 2013 al tema del último Congreso Arquine en la Ciudad de México. Diferentes invitados nos permitieron explorar algunas de las acepciones del significado de esta constante indefinida o multidefinida. Sin duda una de los enfoques que más nos interesan es el que expuso Manuel Delgado en Espacio público: idealismo y verdad, donde nos decía que: “El espacio público que está y siempre ha estado ahí afuera —la calle, la plaza— no es el mero resultado de una determinada morfología sino, ante todo, de una articulación de cualidades sensibles que resultan de las operaciones prácticas y las esquematizaciones tempo-espaciales en vivo que procuran sus usuarios. En ese espacio, el conflicto es un ingrediente casi consustancial. Es más: vive de él, se alimenta de lo mismo que no deja nunca de alterarlo. En el idealismo del espacio público que manejan las retóricas filosófico-políticas —y al que remiten la mayoría de intervenciones sobre la ciudad a cargo de profesionales— el conflicto es inconcebible, puesto que ese espacio público en que sueñan, sobre el que legislan y que planifican, existe para negar y mostrar como monstruosa su mera insinuación. En él sólo caben aquellos que estén en condiciones de confirmar la ficción de un terreno neutral en el que segmentos sociales con identidades e intereses incompatibles han decretado una tregua indefinida en sus antagonismos”.
Pensar en el espacio como sustantivo retoma entonces esa idea del conflicto como su ingrediente consustancial. Por tanto, es fundamental cuestionarnos la noción del freespace en una era de constante escrutinio y almacenaje de datos donde todo el espacio en el que nos movemos se define a partir del conocimiento y el control, algo que se hace evidente cuando hace unos meses vimos al director y creador de Facebook —un espacio virtual global que almacena y comparte millones de datos— compareciendo ante miembros del Congreso de Estados Unidos por una investigación sobre el (mal) uso de datos en campañas políticas o al analizar las reflexiones —o denuncias— que hacen desde el arte exposiciones como Hansel & Gretel, en el Armory de Manhanttan en 2017, donde los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron y el artista y activista chino Ai Weiwei, abordaron su interés tanto en el impacto psicológico de la arquitectura como en las políticas sobre el espacio público, creando un espacio intrigante con diferentes niveles de realidad, donde las cámaras y los drones van capturando fragmentos de información digital que se almacena y clasifica para crear retratos robot.
No queda claro, entonces, si el freespace es el poco espacio que queda fuera de la presión del mercado, de las normas de seguridad cada vez mayores en espacios públicos, de la vigilancia de sistemas de circuito cerrado y cuerpos de seguridad, o si implica maneras activas de cuestionar y subvertir esas condiciones. El manifiesto expuesto por las directoras de esta Bienal parece evocar sólo la acepción romántica del espacio como aquello que ofrece la arquitectura de manera generosa. Desde Arquine, exploraremos durante estos días diferentes maneras de entender y reaccionar ante la idea del freespace veneciano y, para esto, invitamos a curadoras y arquitectas que estarán presentes en Venecia a responder sobre su manera de abordar el tema, ofreciéndoles total libertad para entender y encarar este término.
Entre las respuestas encontraremos diversas posiciones, algunas que comparten visión, que nos muestran arquitecturas en las que son los edificios los que permiten el involucramiento con la gente o que se derivan de situaciones que responden a los comportamientos de lo público; otras donde el freespace se convierte en la excusa que permite hablar de distintos temas, reflexionando sobre situaciones y eventos contemporáneos que quizás ocurran en cualquier modelo de espacio.
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