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Columnas

Fraccionar es poder

Fraccionar es poder

25 noviembre, 2020
por Lorenzo Díaz Campos | Twitter: @lorenzodiaz | Instagram: lorenzodiazcampos

El fenómeno de la urbanización ha estado basado en la conversión infinita de las tierras que rodean a las ciudades en más mancha urbana. El crecimiento de la mancha urbana ha sido considerado señal de bienestar y el suburbio fue idealizado por los norteamericanos como señal de desarrollo de las clases medias. ¿En qué momento la ciudad “extramuros” se convirtió en un símbolo de poder económico, cómo se fomentó su valor y cómo se logró convencer a los ciudadanos de poblar antiguas zonas rurales para convertirlas en parte de la ciudad?

Una cómoda mancuerna, que hace cómplices a gobiernos y terratenientes, encontró la fórmula perfecta para urbanizar terrenos cuya vocación cambió de agrícola a urbana a golpe de billetes durante el porfiriato. La creciente población burguesa encontró una vía cómoda para cambiar su domicilio de las hacinadas calles del centro histórico a maravillosas villas con espíritu campirano a las orillas de la vieja ciudad. Nacían los fraccionamientos y con ellos el crecimiento rampante de nuestras ciudades.

El acuerdo era claro, la ciudad solventaba su crecimiento otorgando servicios a las nacientes áreas urbanas a cambio de rentas prediales mientras los empresarios urbanizadores, abuelos de actuales desarrolladores, convertían tierras agrarias de valores ínfimos en lucrativos lotes urbanos. Nacía la ciudad moderna, una fórmula cómoda entre poder económico y poder político. Una ecuación que en nuestro país encontraría deformaciones, variaciones y exageraciones en todas sus formas a lo largo de los años.

Desde las “colonias”, de las que ya hablé en un artículo pasado, hasta las ciudades satélite y los exclusivos enclaves con “lomas”, “bosque” y “jardines” como prefijo obligatorio. Nuestras ciudades, presas de la fragmentación como única posibilidad de desarrollo, han traído a nuestras áreas urbanas polarización, precarización y pobreza extrema.

Las tradicionales urbanizaciones en Ciudad de México como la Juárez o la Tabacalera vieron en el Porfiriato su origen. De la Lama y Basurto, prominentes empresarios fraccionadores, encontraron su mina de oro fraccionando los terrenos de antiguas haciendas de alcurnia al poniente de la Ciudad de México poniendo un claro ejemplo no sólo en ésta, sino en otras ciudades del país y así dando origen a la fórmula entre gobierno y empresarios para crear las nuevas ciudades.

Los arquitectos no han sido ajenos a este fenómeno, participando a lo largo de los años en la perversa fórmula. Basta citar a Barragán y sus secuaces en el fraccionamiento de los hostiles terrenos del Pedregal de San Angel y a Mario Pani y su sueño de crear una Ciudad Satélite a imagen y semejanza de las ciudades jardín ideadas un siglo antes de su intervención por los ingleses y para entonces ya probadas poco viables.

La fórmula era fácil, terrenos agrícolas de poco valor urbanizados prometían, y rendían, ganancias enormes. La promesa era la creación de un patrimonio, la compra de un lote no sólo ofrecía plusvalía sino también era el fruto para una prometedora herencia, el sueño de la propiedad privada de la parcela llevada a su máximo esplendor.

Hacía finales de los años 40 nació una receta, producto de la original, que servía principalmente al poder político dejando a los empresarios de un lado. El rápido crecimiento poblacional, fenómeno asociado al “milagro mexicano” y el hecho que las mayores oportunidades se daban en la ciudad, generó una enorme migración hacia las ciudades. Los asentamientos fruto de esta migración generaron áreas periféricas marginadas llenas de “paracaidistas” que a cambio de favores electorales crearon el caldo de cultivo ideal para fraguar las nuevas urbanizaciones. Desde los orígenes de Ciudad Neza, hoy el municipio más densamente poblado del país con más de 17,000 habitantes por kilómetro cuadrado, hasta la fórmula para programas enteros como el de “Solidaridad” pilar de la política social del Presidente Salinas y su origen en los asentamientos de Chalco. El botín había quedado repartido, los lucrativos fraccionamientos residenciales de clase media y alta de la mano de los empresarios, los precarios desarrollos urbanos periféricos fruto exclusivo de políticos y partidos.

Habría más que innovar, nuevos horizontes por explotar. Los reales de la primera transición democrática encontraron en el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) su mina. Bajo la promesa del Presidente Fox de otorgar “una casa para todos los mexicanos” el gobierno encontró una fórmula para volver a unir empresarios y políticos en la carrera fraccionadora del territorio. Créditos blandos, subiendo a los bancos en el esquema, permitían segmentar terrenos periféricos, prometiendo múltiplos enormes a los propietarios de esas tierras. Empresarios constructores buscaban fórmulas rápidas para construir casas y adelantar el fenómeno de la ocupación a lo que hasta ahora era norma: la invasión de los predios y tomando control sobre el crecimiento de la mancha urbana. La desastrosa fórmula nos dejó como herencia un cinturón de inequidad que ahora ahorca por igual a todas las ciudades del país.

En 2020, un fenómeno de casi 150 años, encuentra en una nueva ley un interesante contrapeso. Uno que podría transformar la manera de crecer de nuestras ciudades. La iniciativa de ley para el Infonavit que el actual gobierno presenta quita intermediarios del camino. Este proyecto legislativo contempla créditos para la adquisición de suelo, autoconstrucción, remodelación, reparación y ampliación, refinanciamiento de créditos, más créditos subsecuentes y acceso a créditos para derechohabientes sin relación laboral, todos sin intermediación alguna. Con esta idea quedan lejos los favores políticos de los precarios desarrollos periféricos de todas las ciudades del país otorgándoles de facto la “mayoría de edad” a los derechohabientes y rompiendo la compleja complicidad entre empresarios fraccionadores y el gobierno. La fórmula de paso le quita de tajo poder político a los partidos sobre el desarrollo urbano. Una transformación donde fraccionar ya no será poder. Ahora, quienes ejercen la profesión de la arquitectura tendrán que reflexionar que llama a la puerta una nueva forma de hacer ciudad.

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